El autómata que olvidó su nombre

El autómata que olvidó su nombre

[bctt tweet=»El autómata vivía en los tiempos de la dictadura ideológica, ya no había tiranos visibles sino invisibles, era una especie de prisión sin muros su sociedad. » username=»crisolhoy»]

I

El sujeto estaba sentado en su mejor silla delante de su escritorio repleto de libros, se encontraba por fin con la posibilidad de:  pensar, escribir, pero el pensamiento no llegaba; en su lugar se instalaba esa desesperación común por hacer algo, por tener una actividad para sobrevivir,  salir y distraerse. Puso a Chopin, el preludio 4 en Mi menor opus 28 para armonizar, y olvidar la tradicional desesperación causada por el hambre y el desempleo crónico.

¡Pasó 12 años continuos haciendo actividades  sin parar hasta que quedó en la miseria! Ahora la vida le parece: lenta, pausada, contemplativa, reflexiva; como nunca debió dejar de ser  ¿Cómo llegó el sujeto a convertirse en lo que es? Un autómata que trabajaba para sobrevivir, perdió lo más importante de la vida: su juventud;  sin darse cuenta, la libertad también. Trabajando 6 días por semana, haciendo dinero para alguien más y desapareciendo en la ingente sociedad cuando buscaba a otro amo de su tiempo , cuando buscaba otro trabajo ¿Cómo pudo pasarle esto? ¿Qué pecado terrible había cometido para ser condenado al infierno de los normales? Desde luego, en ese infierno de nombre pobreza, habitado por los normales que  aspiran a vivir con comodidad,los locos aspiran a lo imposible, al arte, el arte es una metáfora del sufrimiento. El sujeto no hacía arte según opinaba él de sí mismo, sólo era un pobre diablo , y un asiduo lector que solía escribir pensamientos para no suicidarse.

El sujeto reflexionaba abismado en sí mismo, harto de su perpetua soledad interior, dialogaba con su consciencia; con su Otredad, sobre los siguientes tópicos mientras bebía su café tradicional y consumía un cigarrillo que en realidad lo que sucedía es que el cigarrillo lo consumía a él:

-Decía un César que no sabía si iba a ser recordado por emperador o por filósofo, aquel  brillante estoico, hablaba del trabajo haciendo metáforas sobre las hormigas; hasta estos diminutos seres hacen un trabajo colectivo y obtienen beneficios de ello, si nuestra sociedad fuera como la de las hormigas,  si la Roma de Marco Aurelio fuera como los hormigueros. 

Se equivocó el sabio estoico, los humanos no colaboran entre ellos  como hormigas en función del bien común; los humanos se despedazan entre sí con tal de dominar al semejante, sus fantasías de consumo, posesión y dominio los guían . Esto pasó en  Roma, en la Europa medieval, en la Francia revolucionaria, durante la paz de los cien años Austriaca que narra Stefan Zweig, durante el comunismo, durante el capitalismo corporativo. Existían, existieron y existirán: dominus y  servus, amos y esclavos, jefes de partido y camaradas, trabajadores y patrones, jefes y subordinados.

 Los humanos adoran la sumisión y el poder, por esto se necesita de un tirano (el dictador) para los comunistas,  o de una dictadura del pensamiento (la ideología del consumo) para los capitalistas. Se necesita un amo tiránico que imponga un brutal orden, por esto,  el comunismo Soviético fracasó: un brutal represor era el único que tenía el derecho de despedazar las leyes e imponer la violencia del Estado, desaparecer a quien osara contradecir sus designios que según la ideología  en turno representaban a la comunidad y al interés de las mayorías.

En el otro sistema se necesita una ideología distinta, absoluta y convincente, hacer sinónimo de libertad al consumo,  convencer a los alienados de otorgar voluntariamente su fuerza de trabajo para ser considerados buenos hombres o mujeres, recibir salarios miserables para culpar a quien no tenga  lo suficiente para sus descendientes y su vejez; ahorrar aunque eso sea casi imposible por lo caro que resulta vivir, invertir aunque eso sea para acumuladores obsesivos de capital ,   o para gente que dedica su vida entera al dinero. Se necesita calidad aunque está sólo exista en organizaciones con fines de lucro, se necesita motivación aunque lo que más abunda día con día son suicidas empobrecidos al extremo,   emigrantes que buscan seguridad Estatal y estabilidad financiera. La ideología de la bondad consumista se instaura culpando a todo aquel que no pueda pagar sus deudas, asume que la pobreza es a causa de la falta de capacidad para trabajar y no por un orden de explotación laboral, los capitalistas creen son la cima de la historia, cuando los resultados son que  enriquecen a una minoría absurdamente pequeña, y la gigantesca mayoría de seres humanos consumimos tantos productos que produce esa minoría que acumula casi todo el dinero.

Las sociedades necesitan sumisión y dictaduras, un orden al cual someterse y obedecer, por esto el autómata de este relato  olvidó su nombre. Se sentía un simple e insignificante habitante más de una sociedad profundamente enferma de un cáncer metafórico llamado comodidad y consumo. Él solo  aspiraba a morir lo más cómodo posible, que la bondadosa e igualitaria ciencia le brindará la calidad de vida necesaria, pero olvidaba que la calidad de vida era para los que trabajan, no para los vagos fumadores como el sujeto.

 No tenía el menor sentido para él, su identidad, casi toda su existencia había estado dedicada a trabajar sin pensar, a obedecer sin cuestionar, a sonreír al cobrar, a obtener un confort que sólo se daba en espacios cerrados y lujosos. Desde hace tiempo había decidido que los nombres de las personas no describen sus sufrimientos y sus historias, son sólo palabras que falsean la substancia, lo que designan.

El autómata vivía en los tiempos de la dictadura ideológica, ya no había tiranos visibles sino invisibles, era una especie de prisión sin muros su sociedad. El sujeto tenía la costumbre de leer a Orwell. Era despistado, casi amnésico,  consumista, apostador, no sabía que hacer con su tiempo libre, había perdido hasta la capacidad para leer a los grandes pensadores, era el perdedor más grande de su tiempo, un desempleado bueno para nada que no recordaba su nombre, un enajenado intrascendente.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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