El guardián de piedra de Querétaro

En el corazón del semidesierto queretano, la Peña de Bernal se alza con una imponencia que desafía el tiempo. Este titán de roca, de 350 metros de altura, es el tercer monolito más grande del mundo y un vestigio de la era Jurásica, cuando el magma emergió de las profundidades y se solidificó en su forma actual. Su composición, dominada por cuarzo y feldespato, ha resistido milenios de erosión, dejando un testimonio geológico de inigualable valor.
Más allá de su impacto visual, este coloso es un referente cultural. Para la cosmovisión otomí-chichimeca, la Peña representa un centro de energía donde, durante el equinoccio de primavera, numerosos visitantes buscan renovación espiritual. Este vínculo ancestral le ha valido a la región su reconocimiento como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, conservando tradiciones y rituales que siguen vigentes.
El ascenso, aunque desafiante, ofrece una recompensa única: una vista panorámica del Bajío, donde el horizonte se extiende en tonos ocres y dorados. Entre sus senderos, la flora resiste el clima árido con estoicismo. Cactáceas centenarias, nopaleras y biznagas tapizan la base de la Peña, mientras aves como el cernícalo americano y el colibrí bermejo surcan el cielo en una danza perpetua.
Al atardecer, cuando el sol enciende la roca con tonos dorados, la Peña de Bernal deja de ser solo una formación geológica para convertirse en un símbolo de permanencia. Un testigo inmutable de la historia, la naturaleza y la espiritualidad que confluyen en este rincón de Querétaro.

Más allá de la mirada: Las formaciones rocosas más antiguas de la Tierra tienen más de 3,000 millones de años y se encuentran en Groenlandia. Algunas, como el Gran Cañón, revelan capas geológicas que cuentan la historia del planeta. Cada roca es un fragmento del tiempo, testigo silencioso de eras que escapan a nuestra comprensión.
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