Ganar con miedo, gobernar con violencia: la vieja confiable del PRIAN

Ganar con miedo, gobernar con violencia: la vieja confiable del PRIAN

Hace ya un rato, el líder- por decirle de alguna manera- del PAN, Marko Cortés confesando sus cuitas reconocía con dolor que la única gubernatura que tenían segura para las elecciones de este año era la de Aguascalientes. De las 6 en juego, la tierra de la gente buena era el único rayo de sol en la negra, no, peor todavía, en la morena noche que se les venía encima a los disciplinados empleados del señor X. Hoy, a escasas semanas de la jornada electoral, hasta esa pírrica predicción está siendo puesta en entredicho y los prianistas están vueltos locos y reaccionando como siempre han reaccionado, con violencia.

Oh, no se preocupen mucho estimados tricolores-blanquiazules (no cuento de nuevo al PRD, porque, de nuevo, el PRD no cuenta), todavía dudo mucho de que realmente la candidata de Morena logre ganar esta elección. Tenemos una inercia de décadas; una cultura política que no se ha modificado en los últimos 50 años, por lo menos; tenemos los últimos estertores de los viejos controles corporativos y una cantidad ingente de dinero público gastado en todos los trucos publicitarios que el señor del moñito conoce para hacer que su muñeca de ventrílocuo luzca como ganadora. Eso y una brutal campaña de miedo, cortesía sobre todo del mercachifles que es dueño de la estación de radio la mexicana y su pequeño emporio de desinformación en la entidad. Todo eso, sospecho, será suficiente para darle a una de las políticas más grises, incapaces y de menos luces en la historia de Aguascalientes, su tercer triunfo político consecutivo.

Pero entonces, ¿por qué la violencia? y sobre todo, ¿por qué el miedo?

Pero entonces, ¿por qué la violencia? y sobre todo, ¿por qué el miedo? porque por más pretextos que quieran poner, la ausencia de Tere Jiménez del segundo debate no tiene otra explicación más que el miedo. Su equipo de campaña sabe, como cualquier aguascalentense que haya vivido al menos los últimos tres años en el estado, que el fuerte de la señora Jiménez no es el debate, ni las discusiones, ni el intercambio de ideas, ni el tener ideas si me apuran mucho. Sabían de sobra que exponerla a otra andanada de críticas (muchas de ellas francamente muy malitas, la verdad) era arriesgar de más algo que ya no está ni remotamente tan cómodo como ellos quisieran, a pesar de las carretadas de dinero público, gubernamental y privado que han gastado en mil y una encuestas a cuál más patito. Necesitan desesperadamente conservar la cada vez más menguante ventaja que tienen, porque necesitan con igual desesperación, conservar al menos Aguascalientes, cualquier otro resultado sería una catástrofe de proporciones olímpicas para los prianistas. Por eso tienen tanto miedo, y por eso recurren a la estrategia del librito de la derecha: violencia.

Tal vez la primera causa de la violencia contra otros es precisamente el miedo. El miedo, como creo que alguna vez dijo el maestro Yoda, conduce a la ira y al odio. Odiar a alguien es convertirlo en una no persona, en alguien a quien le negamos la posibilidad de ser uno de los nuestros. Por eso, siempre lo que precede a un acto de violencia física: una balacera en una escuela; el ataque a los hinchas de otro equipo; la invasión un país; un genocidio, es la cancelación de la humanidad del otro. Esos no son como nosotros, son negros, son latinos, son del Atlas, son Hutus, son chairos.

El miedo que espolea a los prianistas es real, todo el mundo sabe que los partidos políticos dependen de manera directa de las gubernaturas que controlan, un partido sin estados que gobernar se vuelve nada, se vuelve peor que nada, se vuelve un PRD. El pánico ante la mínima posibilidad de que uno de los estados más recalcitrantes en el odio a todo lo que signifique la 4T (recordemos que Aguascalientes lleva tres años siendo constantemente el estado donde peor le va a Amlo en cuanto a popularidad) se les escape es colosal. Marko y Alito no tendrían nada que mostrarle al patrón y qué harían si Don Clauido les cierra la llave de los recursos, peor tantito, ¿Qué harían si el señor X. decide mejor patrocinar a los de MC? Entonces hacen lo único que se les ocurre, lo que les ha funcionado históricamente, cargarle el miedo a los demás. Esto no es ni por asomo una estrategia nueva, cualquiera que recuerde el turbulento año de 1994 recordará como Zedillo ganó la presidencia montado en el miedo ante los zapatistas y el asesinato de Colosio, por no hablar de la ya legendaria e infame campaña del “peligro para México”, punto de arranque de mucho de ese odio del que hablábamos.

Pero, me dirá alguien, eso son solo estrategias electorales, las campañas son así, eso no es violencia. A lo que yo contestaré que la violencia no tiene por qué ser golpes y patadas nada más. Sabemos que existen muchos niveles de violencia y que todos son capaces de generar mucho daño en quienes son víctimas de la misma. Tristemente conocidas son la violencia psicológica y la violencia económica, aunque esta última casi siempre se piensa a nivel individual, y se suele dejar de lado su existencia como fuerza social. Acabamos de pasar poco más de 30 años de violencia económica, pero eso es para otra ocasión. Pero la violencia que es quizá la más fuerte, no en términos inmediatos, vaya, no es la que nos provoca un brazo roto o una nariz sangrante, pero que a mediano y largo plazo nos genera muchísimos problemas es una violencia de la que todavía hablamos poco, la violencia simbólica.

No quiero aburrirlos de más con jerga sociológica, al final ustedes vienen por el chisme electoral, pero denme un par de renglones para contarles por qué es tan importante tener en cuenta este tipo de violencia, sobre todo para que entendamos por qué les gusta tanto a los prianistas recurrir a la misma y por qué les dió tanto éxito durante mucho, demasiado tiempo. Verán, resulta que nosotros, los seres humanos somos ante todo seres simbólicos. Esa es quizás, por lo menos hasta donde yo entiendo, la verdadera diferencia entre nosotros y otros animales, los seres humanos asignamos significados extra a las cosas, no somos capaces de hacer que las cosas sean solo lo que son y ya, no, a todo tenemos que sacarle la vuelta. El ejemplo clásico es de Clifford Geertz y el guiño de un ojo. Si alguien guiña el ojo es solamente una acción corporal que implica cerrar un párpado momentáneamente, pero todos sabemos que eso no es todo lo que puede significar; un guiño puede significar complicidad, puede implicar coqueteo, puede ser una forma de confirmar o darle confianza a alguien en lo que se está haciendo. Eso significa ser simbólicos, y así como con el guiño, lo hacemos con todo. Nuestra ropa no es solo ropa, es parte de nuestra identidad, de cómo queremos que los demás piensen de nosotros (incluso, o sobre todo, cuando hacemos un esfuerzo muy grande para que los demás piensen que no nos interesa lo que piensen), entonces lo que nos ponemos es símbolo de estatus, y también símbolo de nuestro estado de ánimo, incluso símbolo de nuestra edad y de la época en la que nos tocó vivir. Y eso ocurre con todo, la comida, las casas, nuestro consumo, nuestros hábitos de diversión y sí, nuestra elección de partidos y candidatos.

Por eso la violencia simbólica es tan fuerte, tan importante, porque actúa más allá del plano inmediato, si alguien nos dice que nos vestimos de manera ridícula, nos dolerá y habrá sido violento, pero será mucho peor si, aunque nadie nos diga nada, se nos aísla por la forma en como vamos vestidos. La violencia simbólica es la que viven las personas de tez morena cuando se paran en una tienda de “gente bien”, posiblemente nadie les diga nada, pero el guardia del lugar (con toda probabilidad igual de moreno que las otras personas) no les quitará el ojo de encima y hará todo lo posible porque se sientan incómodas, tienen que entender que ese no es “su” lugar, que no pertenecen ahí.

Esa es la violencia simbólica, se alimenta de las diferencias de clase económica, de cultura, de color de piel, es la que pone barreras invisibles entre partes de la ciudad, las que pertenecen a una clase y las que pertenecen a otra. Cada vez que en tu vida te hayas sentido “fuera de lugar” o hayas tenido la sensación de que “no perteneces ahí”, estás sintiendo el efecto de la violencia simbólica. Y nos puede perjudicar la vida de manera tremenda, porque, a diferencia de las otras violencias, ni siquiera tiene que tocarnos a dañarnos físicamente, la interiorizamos, la llevamos dentro y se vuelve parte de nuestra personalidad, al punto en que no nos parece raro que haya gente que pueda entrar a la sala de espera VIP y otras no. Incluso buscamos explicaciones para justificar hechos a todas luces discriminatorios y desiguales, porque hemos aprendido de memoria que está bien que algunos tengan mucho y muchos no tengan nada, “así es el mundo” o “así es la vida”, son otras señales claras de lo que violencia simbólica oculta. No, el mundo no es así, así lo hemos hecho y si lo pudimos hacer de una forma, lo podemos hacer de otra.

Este tipo de violencia ha sido expuesta como nunca a partir del triunfo de la 4T. La llegada de un presidente plebeyo en la forma y en el fondo irrita sobremanera a todas las personas que construyeron ese mundo en donde cada quien tenía que quedarse en su sitio, y el sitio de los plebeyos no era ni por equivocación el gobierno, mucho menos la presidencia. Por eso es tan profundo el odio a López Obrador y todo lo que tenga que ver con él, por eso el miedo de los prianistas en Aguascalientes va más allá del temor pragmático a perder dinero o espacios de poder, contra lo que se revela y a lo que le grita José Luis Morales es a que los prietos, los nacos, los morenos, se atrevan a llegar al poder. Y la contienda para gobernadora parece casi a propósito hecha para fortalecer esta lucha simbólica. La candidata de la derecha solo tiene a su favor su imagen, eso es todo, no hay más, pero su imagen es precisamente lo que la derecha quiere, no les importa que no sepa gobernar, no les interesa que tenga acusaciones bastante serias de corrupción, les importa que se vea de buena familia, que esté bien peinada y salga bonita en las fotos, les importa que es blanca y no es pobre, ella puede gobernar porque pertenece a la clase correcta, según ellos.

La derecha se asume como la depositaria de todas las buenas costumbres de una sociedad imaginaria que, como su nombre lo indica, nunca existió, pero que forma parte de su herencia cultural común. De ahí vienen todos sus discursos de “valores” y su muy rara interpretación del “humanismo”, que no tiene absolutamente nada que ver con el humanismo histórico. Creen, y aquí aplica sobre todo a los panistas, que su posición en la escala social no es solo merecida, sino inevitable. No conciben que pudieran estar en otro lugar, están donde están porque un poder superior así lo quiere, lo normal, lo natural para ellos, su concepción simbólica del mundo es que unos mandan (ellos, obviamente), y otros obedecen (todos los “otros”).

Por eso el miedo a la 4T, porque no solo les están quitando recursos, no solo les están cancelando chanchullos jugosos, no, es todavía peor, están amenazando lo que ellos imaginan como el orden natural del mundo. Por eso sus reacciones son siempre tan virulentas, por eso todo les parece justificable para deshacerse de ese error histórico, incluso los golpes de estado. Y cuando se juntan con cavernícolas de cepa como los priístas, está servida la mesa para ver lo que hemos visto en Aguascalientes éstas últimas semanas. De ahí vienen las imitaciones de narcomantas asegurando que en el estado se odia a Morena, así, con todas las palabras, de ese miedo sale la amenaza, también copiada del crimen organizado, para que los brigadistas de Morena se vayan de la ciudad “o si no…”, de aquí viene la desesperación total que significa desembolsar quién sabe cuántos millones de pesos para que el señor Loret les haga uno de sus famosos montajes, solo así se pueden entender los ataques histéricos de José Luis Morales urgiendo a la gente a tener miedo, para no convertirnos en Zacatecas (la xenofobia a nivel terruño es siempre una estrategia ganadora, sabemos que todos los problemas de Aguascalientes siempre vienen los de afuera) mientras en la muy panista Celaya siguen matando gente.

La idea es sencilla, apela a lo familiar, mete miedo a lo desconocido. Funciona porque, en el fondo de nuestra herencia cultural, todos somos monos buscando refugio, todos perseguimos lo que sea que nos prometa certidumbre, tranquilidad. Por eso, tristemente, que no nos extrañe si de aquí a las elecciones ocurren algunos incidentes más graves, hay algunas lesiones o incluso algún auto vandalizado, siguiendo la vieja táctica priísta de culpar a las víctimas, para demostrar que Morena “amenaza la paz de nuestro estado”, usando la violencia simbólica tanto como la física para disimular lo que todos estamos viendo, que son ellos los que tienen miedo.

Esa es su apuesta, lo malo es que esta película ya la vimos todos, su última función fue en 2006, los mismos que le tienen miedo al pueblo, a ese demos que se supone es la base de la democracia, lograron llegar al poder montados en esa misma sensación de incertidumbre, en ese temor a lo nuevo. Pero si llegas gracias al miedo, no te vas a poder sostener, a menos que encuentres la forma de tener a la gente asustada todo el tiempo, a menos que logres mantener la violencia simbólica activada y a la gente concentrada en odiar y temer a los otros. Por eso Calderón desató la violencia, tanto la física como la simbólica, y todavía no terminamos de poder cerrar esa caja de Pandora. La fórmula les ha servido a ellos, pero siempre nos ha salido muy cara a nosotros, ganan con miedo y gobiernan con violencia. ¿Es lo que nos espera en los próximos seis años? quisiera creer que todavía lo podemos evitar.

 

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

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