¿Gestación de una dictadura?
…y las ranas, a medio cocer en el agua hirviente, seguían vitoreando al líder!.
Luego del aplastante triunfo de López Obrador en su referendum del 2 de junio pasado, el suscrito que habla (saludos Lic. Gabriel Villalobos) se ha sentado a meditar y en ratos sólo se ha sentado, pasmado por el resultado, valga la rima. Me cuesta trabajo creerlo, repaso los numeritos, reviso los porcentajes, vuelvo a recontar y no, no veo la trampa. Quisiera creer que revivieron los mapaches que yo conocí, me gustaría pensar en las urnas embarazadas, en el ratón loco, en el carrusel y tantas otras trampas electorales, que, para bien, parecen haber sido desterradas. Escucho y leo comentarios que afirman que hubo un gran mecanismo para transformar los resultados, la presencia de un mago electoral cubano para instruir como hacer fraude a los morenistas (¡cómo si los cubanos necesitaran hacer trampa!), la permanencia en México por dos meses de ¡Nicolás Maduro! Preparando el gran engaño, ¡La teoría de la conspiración a todo lo que da!.
Preferiría pensar en la trampa y no en este mexicano adocenado, borreguno, gregario, acomodaticio y atenido, ignorante y maleducado, incapaz de formular un juicio crítico y sí, capaz de aguantar durante 70 años por lo menos el mito de la revolución, y de comulgar con ruedas de molino, votar por el gobierno que desapareció las guarderías, que desapareció la seguridad, que desapareció la salud, que desapareció la educación, que desapareció la CNDH, que dejó maltrecho y al borde de la extinción al Instituto de Transparencia, que desapareció la policía federal civil, que propició el auge de los narcoemprendedores, que favoreció como nunca a grandes empresarios de su complicidad, que nunca rindió cuentas ni rendirá de su elefante blanco y sus elefantitos blanquitos, que golpeó y pretendió diezmar a las universidades autónomas empezando con la UNAM, que atacó con saña a los intelectuales y científicos de verdad, para privilegiar a dos o tres o novecientos sensibles a la dádiva, que acabó con la distribución de las medicinas, que acabó, en fin, con la poca dignidad que muchos a duras penas conservaban pero que se debilitó con el peso de la dádiva (diría El Quijote), de una exigua e insegura pensión, de una beca que equipara a los esforzados con los baquetones, que tasa con el mismo rasero a los viejos necesitados con los viejos atenidos. No terminó por aceptar que un viejo hocicón, corrupto, ratero, mentiroso, revanchista y traicionero, haya logrado el refrendo de su persona, que no de su política.
En la marea autocrática de la 4T quedaba una superviviente, maltrecha, atacada, desmantelada, pero firme y digna: la Suprema Corte de Justicia. Después del detestable papel entregista durante el abominable período del mininistro Lelo, la Corte había logrado mantener una posición firme y digna, ante los embates majaderos y difamatorios de un señor que miente como respira, con cinismo y desvergüenza. El presidente es un resentido, ¡qué duda cabe, y es un vengador!, que se complace en poner de alfombra a quien se le acerque y pisotear a quien haya osado alzarle la mirada o la voz, llámese Rosario Robles, Marcelo Ebrard o Cuauhtémoc Cárdenas, por citar algunos.
El papel de árbitro, de ampayer, de referi, de juez de plaza o cualquier otro por el estilo suelen ser ingratos. La razón es obvia, siempre que se medie hay la posibilidad de que el redentor salga crucificado. Cuando se tiene que acudir a un litigo, siempre, alguna de las partes se verá beneficiada con la sentencia y la otra se sentirá afectada. Es humano pensar, a veces con el impulso de un abogado, que el juez se prestó para dictar una sentencia injusta. De los clientes de cualquier juez, el cincuenta por ciento estarán agradecidos y el otro cincuenta por ciento estarán resentidos. ¡Ingrata tarea del juzgador! Por eso es relativamente fácil que las quejas, las invectivas, las calumnias y la difamación contra los jueces encuentren un campo fértil para fructificar.
El último reducto de control de las arbitrariedades del presidente se encuentra en la Suprema Corte de Justicia, que ahora, como nunca, se encuentra amenazada de desaparecer y ser sustituída por un órgano político “electo” por voto popular para “garantizar” la imparcialidad y la justicia. El mexicano común parece no tener noción de la gravedad que implica que éste bastión de la legalidad y la justicia desaparezca. Al desaparecer la actual conformación de la Corte que ha dado muestras de probidad, de valor, de conocimiento, de imparcialidad, de legalidad y garantía de respeto al bloque de constitucionalidad, se estaría dando un paso grande para consolidad el gobierno autoritario, facista y dictatorial que ha soñado encarnar López Obrador, enfermo de poder, que cree encarnar a un nuevo Juárez, un nuevo Madero o un nuevo Lázaro Cárdenas.
Las trampas legales y su mayoría aplastante permitirán a Morena y sus lacayos, tener una sobrerrepresentación de cerca del 20%. Es decir 20% más diputados que los que le corresponderían según el porcentaje de votos. Tema discutible pero sin duda, la representación proporcional permite una representación más democrática, en la que las minorías queden representadas de acuerdo con la votación real que hayan obtenido.
La Dra. Sheinbaum podría frenar el activismo presidencial, que amenaza con provocar una crisis monetaria de proporciones imprevisibles, pero la sumisión que mostró durante los años anteriores, parece que no cambiará y que seguirá sometida a la voluntad de AMLO, como hasta el momento ha sido.
En 1887 el historiador británico Lord Acton escribió una frase que pasó a la historia: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En México a partir de 1968 que seguramente fue el peor ejemplo de la fuerza del presidente y del gobierno de ingrata memoria de Carlos Salinas, veníamos construyendo un sistema de contrapesos y controles en cuya creación participó importantemente López Obrador, que, inexplicablemente dedicó sus años de presidente a desmantelar los controles y fortalecer el autoritarismo. El resultado de las elecciones le dieron nueva fuerza que, parece incontenible. Ojalá me equivoque.
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