INSTRUMENTOS DE PERCUSIÓN SEGUNDA PARTE
LA CELESTA
En la primera parte de este tema, hablamos de los instrumentos de percusión ideófonos, o de afinación determinada. Deliberadamente dejé fuera el que nos ocupa en esta segunda parte por sus características especiales.
La celesta es un piano que no es piano. Tiene la forma de este instrumento, aunque más pequeño y utiliza un teclado semejante: teclas blancas y negras, pero a diferencia de este, la celesta no suena, como el piano, mediante el uso de cuerdas, sino que el mecanismo que accionan las teclas, golpean unas láminas.
¿Recuerdan el glockenspiel? Pues digamos que hay uno de estos instrumentos metidos en un mueble de piano enano, pero quizá por estar encerrado, su sonido es mucho más suave, más angelical, más celeste; de ahí su nombre: del francés Céleste, celestial.
La celesta no es un instrumento habitual de la orquesta, pero ha tenido papeles muy importantes en algunas obras sinfónicas de gran fama.
La historia de la celesta es casi una novela. A diferencia de la gran mayoría de los instrumentos que han seguido una evolución lógica, este instrumento tuvo sus orígenes en 1788 cuando un irlandés, Charles Glaggett, inventó un instrumento al que llamó aiuton. Un instrumento de tal dulzura y suavidad que no encontró seguidores de ninguna manera, por lo que no pasó de la etapa experimental. Funcionaba con unos martillos que golpeaban unas barras de metal, mediante la acción de teclas. No trascendió en sí mismo, pero sí sirvió de inspiración, unos 85 años después, para la creación de otros dos instrumentos que igual no llegaron a sobrevivir en las orquestas, pero que son los directos antecesores de la celesta. Hablamos del dulcitone, patentado por Thomas Machell, en Glasgow en 1860, y el typophone, patentado en 1865 por Víctor Mustel, padre el inventor de la celesta actual.
El pecado de estos dos prototipos fue su escaso volumen, sumado a su costo elevado.
Originalmente, las primeras celestas tenían una extensión de cinco octavas, pero la más grave de estas no era propiamente agradable. Se empezaron a construir con sólo cuatro octavas, aunque actualmente hay unas de fabricación alemana que están provistas de hasta cinco octavas y media, con excelentes resultados.
La celesta es un instrumento transpositor: suena una octava más alta de las notas escritas y, como el piano, posee un pedal para accionar los apagadores.
Se cuenta que el ruso Tchaikovsky en un viaje por Francia, oyó el sonido de la, por entonces novedosa, celesta y rogó a su productor que comprara una y mantuviera en secreto su sonido, logrando cautivar al público ruso cuando estrenó su Ballet El Cascanueces, donde el tema principal de la Danza de las Hadas de Azúcar corre a cargo de este instrumento.
También lo podemos apreciar en El Aprendiz de Brujo, de Paul Dukas, en Mamá la Oca, de Maurice Ravel, Romeo y Julieta, de Prokofiev, El Caballero de la Rosa, de Richard Strauss, y la obra que tal vez, es la más importante donde la celesta es solista: Música para cuerdas, percusión y celesta, de Béla Bartók.
Hay muchas más, desde luego, pero el archi famoso tema de Harry Potter, de John Williams, está escrito para este instrumento.
Hasta Baby It’s You, de la legendaria banda de The Beatles, recurre al sonido de la celesta.
Debido a que este instrumento rara vez es de ejecución como solista, no hay un músico “especialista” en él. Llegado el caso, es tocado por un pianista o mayormente por un percusionista de la orquesta.
¿A usted le gusta el sonido de la celesta?