La muerte de la poesía en el siglo XXI

La muerte de la poesía en el siglo XXI

La muerte de la poesía en el siglo XXI

A todos los  poetas ninguneados, a todos  los nadie que no tienen como yo  editorial, ni un  nombre con prestigio,  a los considerados   por si mismos nada que sabían que lo que tiene precio no tiene valor porque lo que importa no se vende, a los  que tuvieron el coraje de  expresar  aunque sea un delirio  ilegible sobre su tránsito por la vida.

La pandemia de influenza y las diferencias sociales revelaron que los pesimistas tenían razón : el mundo es un lugar pésimo para habitar. 

Mi generación declaró la muerte del arte, de la gran música, de la gran cultura, de Dios, de lo sublime, de la poesía, del rock, del grunge; supongo porqué hicimos del mundo y nuestra sociedad  un lugar ausente de belleza y armonía. Así que decidí abrir  las puertas de la percepción que me conducen al  abismo insondable de mi pensamiento, sentir el vértigo de la experiencia e intuir la infinitud hasta en los objetos inanimados; el infinito por menor que me rodea, ese  infinito no está en mi alma ni en mis ideas  sino en la vida misma, existir es un delirio en el que se aspira a comprender lo incomprensible;  la vida no es buena sino asombrosa, la vida crece sobre y debajo del concreto, la vida antecede a la civilización y al pensamiento, la vida es lo real y lo inexplicable. 

[bctt tweet=»A los poetas muertos por la sociedad que les transformó y les convirtió en hombres productivos que detestan la contemplación» username=»crisolhoy»]

El delirio que representa tener una memoria y una identidad es motivo suficiente para considerarse un loco a uno mismo y a los demás; también padecen insania esos  otros que se creen: normales, decentes, superiores; esos cuerdos  que son alérgicos a los libros y al ocio,  los normales que inventaron los horarios y olvidaron las bibliotecas, los normales que hablan de relojes y marcas, de prestigio y éxito, de generación de riqueza a cualquier medio y costó, esos normales también están locos aunque se supongan cuerdos, todos esos normales siempre han sido los jueces de los numerosos nadie, los normales que detestan a todo aquel que se dedique a contemplar y caminar por los bosques, los normales que saben detrás de su rutina existe un enorme vacío repleto de insatisfacción, los normales que son adictos a la comodidad y los sillones. 

Yo le hablo esta ocasión a los compañeros poetas que escribimos  de todo y de nada, a todos los que reflexionamos  sobre  lo absoluto y lo insignificante, sobre  lo trivial y lo escencial, a los que escriben:  soneto , prosa, verso, a todos los que intuyen que su  risa puede brotar repentinamente en cualquier  día ordinario  y relevar que el delirio susurró a nuestra razón la forma de  librarse de los prejuicios ajenos, a todos los que se atrevieron a dedicar su tiempo a la infructuosa contemplación en lugar de al arduo trabajo enajenado y sin descanso, a todos aquellos que se atrevieron a pensar hasta sangrar, aquellos que pagan el precio de dudar. 

 ¿Cuándo la risa se convierte en locura? ¿Cuándo termina la razón y comienza la vesania? Recordar, interpretar el  acontecer, existir, buscar la palabra que  salve y haga creer; buscar la experiencia que signifique, la interpretación que ayude ¡Buscar en medio de inconexos instantes, de palabras insignificantes, de gestos eternos, de experiencias sagradas, buscar en  la vida contemplativa, buscar belleza hasta en la inmundicia para creer y no morir de realidad y avaricia!

A los poetas muertos por la  sociedad que les transformó y les convirtió en hombres productivos que detestan la contemplación y todo aquello que no produce dinero, a  aquellos que dejaron de ser poetas y se convirtieron en hombres de trabajo, a mi yo enterrado en ocupaciones y preocupaciones materiales. A todos aquellos que no poseen talento, ni  otro refugio más  que la jungla de concreto y el camino, a todos aquellos que saben que   no  tienen salvación,  a esos orgullosos y duros  solitarios condenados a la desolación y la melancolía, a aquellos que son irrelevantes como el perro errabundo de nadie, a los delirantes que un día quisieron expresar   palabras más bellas que aquellos parcos y limitados significados que aprendieron de la sociedad de consumo en la que nacieron y murieron. 

Había muerto el niño que fui, había muerto el hombre en el que me convertí, había muerto todo en lo que  creí.  Había caído en la absurda paradoja de ambicionar vender mis ideas  olvidando  que lo que tiene precio pierde valor; vender mercancías,  vender mano de obra, vender pensamientos, vender hasta el espíritu, el dinero es el nuevo Dios en el nuevo siglo. 

¡Se me  extinguió la esperanza en otra vida por despreciar el estado de la humanidad,  el resultado fue que necesito un trago  para irme  de aquí, para estar aquí, para morirme aquí, para soportar  el aquí y el ahora! Había olvidado lo que significa el sentido y la importancia de la fe, sin creencias sólo queda un animal del hombre, sólo un autómata empleado por una estructura del lenguaje, un despojo; la imaginación es la vida para los vencidos,  ¡esto es un panegírico a los vencidos!

Había olvidado el  gusto por la vida y la  sonrisa que brota como manantial, había conocido la amargura un domingo que la verdad decidió aparecer con su sonrisa y su frivolidad, entonces le reporché a la verdad: ojalá existiera una conjura de tantos y tantos poetas muertos, de tantos nadies. Ojalá el paraíso fuera que existiera vino y armonía; un mundo sin tormentos infernales, aunque sea un solo instante. El mundo es un lugar  tan infernal  y repleto de demonios que el paraíso podría acontecer si un solo día las tragedias causadas por el ser humano se detuvieran. 

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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