La papelería de mis recuerdos

El chubasco publicitario originado por la difusión del tercer informe de la gobernadora de Aguascalientes, María Teresa Jiménez Esquivel, inunda al estado. Los medios de información ahogan a los usurarios con entrevistas a modo para el lucimiento de la mexiquense. La saturación de la verborrea causa estragos. Los conservadores, perdón, los “conversatorios” —hasta con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo— forman parte la escenografía barata. El dinero aportado por el contribuyente es excesivo, inútil, se traduce en un gasto, no en una inversión.
Hace días, en su parcela de X, Otto Granados dijo que “es ley psicológica que los cargos públicos son la mejor prueba de salud mental. Afloran los complejos, se subliman los impulsos y para domesticarlos sale el culto a la personalidad en forma de fotos, redes, videos y por supuesto documentales sobre la vida y milagros del personaje”.
Más adelante, remató: “Y la persona que cree tener poder nota la transfiguración, se ve así misma con virtudes que no había notado, inteligente, simpática, graciosa, dueña de vida y hacienda de todos los demás y por supuesto inagotable, única e infinita. Hasta que llega el doloroso y triste final”, como habrá de ocurrirle a Jiménez Esquivel el 30 de septiembre de 2027.
Afortunadamente, el teclado de mi computadora está intacto a pesar del chaparrón, lo que me permite aporrearlo para escribir sobre una historia familiar que trascendió en Aguascalientes y la región.
El pasado consanguíneo forjó mi vida. Hay lugares guardados gratamente en mi corazón. Espacios disfrutados en la infancia y la adolescencia, como el caso de la papelería, que jamás debió irse para nunca volver.
Al añorarlo con gratitud, su presencia es la ausencia de una felicidad eterna.
Al recordarlo con emoción, retrocedo más de seis décadas de mi vida.
Al evocarlo con alegría, avanzo en la explicación de mi temprana formación, esculpida por mis amorosos papás, Claudio Granados Gutiérrez y María Guadalupe Roldán Gándara, siempre diligentes en una doble jornada: la del hogar y la del trabajo.
La Papelería Granados fue fundada en 1944. Nació en un local ubicado en la céntrica calle de Rivero y Gutiérrez 18, donde tuve el primer contacto con los cuentos y sus inseparables crayolas para iluminarlos; con los cuadernos de raya, doble raya, cuadros chicos y grandes, y sus aliados los lápices; con las hojas blancas; con los métodos para escribir a máquina; con las acuarelas y las albas cartulinas.
Abrir las bolsas de los multicolores globos. Lanzar las serpentinas. Bañar de confeti a la víctima. Desenrollar las espanta suegras. Colocarme los gorros para la fiesta. Fue un festín escasamente repetido y fuertemente sancionado.
Después, mis granujadas se trasladaron al Pasaje Ortega 121-123, el segundo y definitivo lugar donde se asentó la papelería. Ahí me encontré al estuche de geometría, aunque nadie me enseñó su aplicación para definir las ideologías predominantes, para distinguir al centro de la izquierda o de la derecha, en lo que hoy los estudiosos llama geometría política.
Tiempos aquellos de leer los primeros libros. De las engrapadoras y sus inseparables grapas, que deberían utilizar algunos gobernantes y políticos para guardar en su boca la demagógica verborrea, los elocuentes disparates y las pandémicas locuras.
Momentos acompañados de anaqueles, aparadores y el cajón de madera que recibía el dinero de la venta diaria.
Días que me permitieron descubrir el enriquecedor mundo de la interrelación personal al atender al otro lado del mostrador a los clientes que hacían sus compras.
Por la papelería pasaron profesores que más tarde serían gobernadores. El hijo del comerciante que fue nombrado arzobispo. Estudiantes. Maestros que sí daban clases. Industriales. Amas de casa. Locatarios del mercado Terán y del Parián, entre otros personajes y lugares.
Como bien lo expresara mi hermano Gustavo en la cena para celebrar el cincuenta aniversario del negocio de los Granados, “La Papelería fue, más que eso, el hogar dentro del hogar, la distracción dentro de la formación, el contacto directo con una sociedad relativamente pequeña”.
Otro hermano, Otto, el menor de la dinastía, el 11 de diciembre de 2020, publicó en la revista Nexos el texto En defensa del mérito. El lance de recordar una pizca de la historia familiar fue el basamento para desarrollar el tema central:
Mi padre llegó a México como inmigrante en 1939. No conocía a nadie, no tenía dinero y no contaba con un título universitario. Pero tenía 24 años, enorme energía y ganas de hacer algo con su vida. Tras unos meses en la capital, se mudó a una ciudad por entonces minúscula y anónima donde le ofrecieron trabajo como administrador de una hacienda.
Tiempo después se casó con quien más tarde sería mi madre —cuyo padre había sido asesinado décadas atrás en medio de una disputa política dejando una viuda, cuatro hijos y una situación económica precaria—, y en 1944 emprendieron un pequeño negocio de papelería y librería que resultó exitoso en un mercado que tenía poca oferta en ese ramo.
Era una época en que no se hablaba de subsidios estatales, apoyo a pymes, políticas públicas o transferencias sociales. Nada de eso. Trabajaban doce horas diarias de lunes a sábado; por las tardes y en vacaciones ponían a sus hijos a arrimar el hombro.
Gozaba de respeto y buena reputación; pagaba a tiempo los créditos que el banco le daba a la vista, y cubría puntualmente las facturas de sus proveedores y los salarios de sus ocho o diez empleados.
Hizo dinero, envió a sus hijos a la universidad, viajó y disfrutó de la buena mesa, en ese orden. Murió medio siglo después de su arribo al país y mi madre decidió vender el negocio. Fin del relato.
Pues bien, ¿qué tuvo de extraordinaria su vida? Nada, excepto haber sido una simple historia de dedicación, constancia y trabajo condensada, como muchas otras, en un par de palabras que en la actualidad se han vuelto casi heréticas: mérito y esfuerzo.
54 años después, la Papelería Granados concluyó su historia, para formar parte de la historia del comercio en Aguascalientes.
Porque alguien debe de escribirlo: Hasta la próxima.
marigra1954@gmail.com