La vida humana, tan fragil como “la flor del campo”
«Asistimos a una edad de destrucción del Estado, para dejar en manos del mercado salvaje y el capital privado la salud del pueblo»
Estamos experimentando un evento de significación histórica mundial del que posiblemente no midamos su abismal sentido Sin embargo, los valores positivos inigualables de la Modernidad, que nadie puede negar, se encuentran corrompidos y negados por una sistemática ceguera de los efectos negativos de sus descubrimientos y sus continuas intervenciones en la naturaleza. Esto se debe, en parte, al desprecio por el valor cualitativo de la naturaleza, en especial por su nota constitutiva suprema.
[bctt tweet=»aunque se tenga todo el poder, todo el dinero, todas las armas, la vida del hombre, como dice el salmo, “es frágil como la flor del campo». » username=»crisolhoy»]
El emérito filósofo y cientiíco mexicano, Enrique Dussel, quizá la voz más autorizada y respetables de nuestros días más allá del ámbito nacional, ha señaldo en estos días a medios nacionales sus ideas acerca de la civilización moderna, la evolución biólogica del planeta y sus seres y formas vivas, la manipulación de la naturaleza, la preminencia del modelo de mercado “salvaje”, además de la democracia, la convivencia humana y el desastre y las amenazas inéditas que enfrentamos hoy. Crisis ambiental, colapso económico, y el fantasma de una nueva guerra fría.
Otras aportaciones en diaros norteamericanos, alemanes, franceses y españoles, entre otros, denuncian el que asistimos a una edad de la desrucción del Estado, parar deja en manos del mercado y el capital privado la salud del pueblo, realidad que en la poderosa Norteamerica ha causado graves estrategos con la propagación del Covid-19 y los tambaleos de Trump.
Se habla de nuevos proteccionismos y fricciones en la lucha de las potencias, de reparto de mercados estratégicos, de reinvención del Capitalismo, de una nueva máscara. Por fortuna también, así sea por ahora tan solo en el terreno de las ideas, algunos vislumbran una nueva edad de mundo, la Transmodernidad, en la que la humanidad deberá aprender, a partir de los errores de la modernidad, a entrar en una nueva edad donde, partiendo de la experiencia de la necro-cultura de los últimos cinco siglos, debamos ante todo afirmar la Vida por sobre el capital, por sobre el colonialismo, y el brutal sistema de libre mercado sujeto a sus propias leyes, por encina de los Estados y significado por el principio de que las ganancias del mercado y de los bolsillos de unos pocos deben prevalecer sobre la dignidad de la vida.
Súmele a lo anterior que la pandemia nos alcanza en una situación drámatica del sistema de salud, resultado de la generalización de las políticas que deterioraron los sistemas públicos: supresión de puestos de trabajo y precarización de los contratos de trabajo, supresión de camas hospitalarias, cierre de centros médicos de proximidad, aumento del coste de la atención médica y de los medicamentos, reducción en las inversiones en infraestructuras y equipamientos, privatización de diferentes sectores de la sanidad, reducción de inversión pública en la investigación y el desarrollo de tratamientos en beneficio de los intereses de los grandes grupos farmacéuticos, etc. Utilizando el pretexto de la necesaria austeridad presupuestaria para poder pagar la deuda pública, gracias a las medidas de los gobiernos y las grandes instituciones multilaterales como el Banco Mundial, el FMI y algunos grandes bancos regionales. La indefensión de los más ante la tormenta perfecta
Ante la suma de estas pandemias, una reflexión, quizá la más valiosa en estos momentos, para pensar la vida y los propósitos de la democracia global, son las ideas de la Transmodernidad, expuestas por el propio Dussel y otros pensadores, entendiendo que la Transmodernidad no es una meta sino la descripción de la situación en que nos hallamos; un punto de no retorno ante nuestras antiguas certezas, pero también una asfixia que pugna por salir de la banalidad, según los conceptos expresados por el citado Dussel y oros filósofos acerca del qué debe seguir a este desastre de hoy.
Ayer en el Washington Post, el mísmisimo Henry Kissinger al abordar las necesidades del momento frente a la crisis, dijo que cualquier acción que se haga, en última instancia, debe combinarse con visión y programas de colaboración global. “Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, enfrentaremos lo peor de cada una”. “Los programas también deberían tratar de mejorar los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”, dijo el ex Secretario de Estado.
Por el breve espacio, dejo por último aquí las palabras del Obispo de Tegucigalpa vertidas el pasado domingo en su homilía en la Caetdral hondureña; «La soberbia de aquellos que creen en el poder de las armas, de los ejércitos, del progreso material, de la industria por sobre la igualdad, en solo un instante se paraliza por un virus, por cosas invisibles, por cosas impredecibles».
Por un lado, el Arzobispo Oscar Rodríguez quiso subrayar la lección de que «aunque se tenga todo el poder, todo el dinero, todas las armas, la vida del hombre, como dice el salmo, “es frágil como la flor del campo».
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- Publicado en el diario “Hidrocálido”. / 08.04.2020