Lucha libre: Perro Aguayo El Can de Nochiztlan
Siempre he creído que las fiestas, deportes y espectáculos de masas son el espejo del alma de un pueblo. Los eventos de esta naturaleza son espacios lúdicos de reproducción social, en los que se construyen y transforman realidades y ficciones: se mitifica a los héroes y se condenan a los villanos. Estas narrativas lúdicas son lenguajes de emociones en donde los sentidos se desdobla y las pasiones se desbordan, importando para su construcción no sólo lo que se ve, sino más importante es lo que se cree.
En México son varios los deportes y espectáculos de masas que se disputan el honor y distinción del respetable público: en distintos momentos por procesos sociales de consumo, distinción y moda, uno u otro han sido más reconocidos, aplaudido, perseguido o proscrito que los “otros”. Una característica de todos ellos es que reflejan en la representación simbólica de su arte o saber hacer diferentes planos de expresión que inundan de contenido simbólico la realidad que nos rodea, dando por sentado pruebas fehacientes de sintagmas y unidades culturales inconscientes como conscientes, que estructuran y orientan la acción social de los individuos, masas e instituciones. Ya que cada cultura es en sí misma inmersa en su tiempo y sus circunstancias.
Hoy distraigo a mi lector unos momento para reflexionar en lo que para mi es uno de los elementos culturales que poseen más seriedad en la vida diaria de la mayoría de los mexicanos: la lucha libre (el otro elemento es la Virgen de Guadalupe), espectáculo de masas por excelencia. Ballet expresivo de violencia, arena de gladiadores en el que se escenifica la eterna lucha del bien contra el mal.
La lucha libre tiene tintes de ser un deporte y aunque pudiera llegar a pasar por ello, ya que exige de sus protagonistas gran condición física, elasticidad, desarrollo de musculatura y fuerza, nadie en su sano juicio apuesta dinero por el desenlace de una función.
«El espectador no se interesa por el ascenso hacia el triunfo; espera la imagen momentánea de determinadas pasiones. El catch exige, pues, una lectura inmediata de sentidos yuxtapuestos, sin que sea necesario vincularlos.» (Barthes, Roland. 1957. Mitologías)
El elemento teatral es la piedra angular del espectáculo que da sentido al discurso y orienta las emociones del espectador. De la lucha libre sabemos en la mayoría de los casos el resultado que tendrá la función por ello simplemente no hay apuestas, porque claramente no es competencia, aún así, es el baile violento y su función teatral el canal de comunicación que trasciende su forma en la capacidad interpretativa del esteta, que debe mostrar al aficionado hábilmente una interpretación ya sea representando la fachada del bien o del mal, del héroe o el villano.
Es deber del <<rudo>> es parecer la encarnación misma de la maldad, la fiereza y la brutalidad de la fuerza desmedida.
El <<técnico>> representa la vida en continua disciplina, trabajo y entrega a la purez, autocontrol y honestidad. Arte y conocimiento que utiliza para vencer al rudo entregado al placer.
Un tercer elemento en el catch es el <<réferi>> quien como representante de la autoridad debiera ser el garante de la legalidad y del estado. Representa al poder público organizado, sin su presencia la lucha misma sería en el discurso expresivo una riña callejera y no una simulación deportiva competencia. Aquí una gran <<unidad cultural>> de la cultura Mexicana, el réferi en la mayoría de los casos está corrompido, como poder organizado, ya que se representa así mismo como un estado corrupto, que fácilmente puede inclinar la balanza para favorecer a su favorito. Su fallo es inapelable aún y con que el público vea una patada prohibida, el réferi del encuentro deliberadamente puede decidir ignorar para darle el triunfo a su favorito. Es como si el policía estuviera viendo a César Duarte o cualquier otro político en el momento de estar desviando recursos públicos para fines personales y se volteara para no ver lo que ocurre a pesar de estar siendo vigilado por los ciudadanos el momento mismo de las violaciones y omisión de las autoridades. Es ahí donde la lucha libre como mito se ve rebasada por la realidad. No es curiosidad o singularidad que un pueblo como México sea la lucha libre escenario teatral de la eterna corrupción del poder seducido por las pasiones y lisonjas del abusador.
En la lucha libre mexicana muchos han sido los llamados, pocos los elegidos para transformarse en consentidos de la afición y estrellas del pancracio. Al enterarme de la muerte del Can de Nochistlan, El Perro Aguayo por vía del WhatsApp de Matías Lozano las emociones del recuerdo de una no tan lejana infancia comenzaron a reproducirse. Aún siento la emoción de la lucha en la que el Perro Aguayo recién convertido en técnico por la traición de Cien Caras y Konan el Barbaro, desenmascaró a este último con quien luego estableció una alianza y amistad para enfrentar a los Hermanos Dinamita. O la lucha de máscara contra cabellera de Universo 2000 vs Perro Aguayo que representó la culminación de la carrera luchistica en la que Universo 2000 por intervención del réferi y un movimiento generalmente prohibido del menor de los Hermanos Dinamita (martinete), para que logrará derrotar al Perro y raparlo en la última lucha profesional del Can de Nochistlan.
El Perro no fue ídolo por su técnica luchistica. En general el repertorio de movimientos eran el de un rudo que basaba su estrategia en la teatralización del coraje, determinación y tenacidad para enfrentar a la adversidad. Su frente al menor tallón se convirtia en un río de sangre. Este elemento biológico de su anatomía era su gran y natural habilidad para emocionar en la representación de su arte y saber hacer a todas y todos, impactar al observador y sorprender a los neófitos espectadores con el elemento simbólico de la sangre era el signo que desataba y desborda la pasión.
Como dije antes sus movimientos eran de poca técnica y exigían la colaboración del contrincante: las lanzas al pecho y la silla zacatecana eran los escasos característicos movimientos propios de su repertorio luchistico, pero la habilidad intelectual del Perro era saberlas usar en el momento preciso en la narrativa de la lucha. Cuando las fuerzas parecían flaquear, la sangre a borbotones manchaba el suelo y el Perro ante el castigo parecía desfallecer, el público animaba a su ídolo que recobra el sentido y como por arte de magia la fuerza de los dioses del pancracio lo poseían para que a base de garrotazos y patadas a los muslos el Can sacara del ring a su opositor, quien sabia que tenia que esperar el salto del Perro para que nosotros el público pudiéramos ver la ejecución de la silla zacatecana, variante de tijeras al cuello donde el contrincante tenía que cooperar para que la suerte no terminará mal para los protagonistas. Ver saltar al Perro Aguayo con la frente ensangrentada y una cara de guerra que transformaba en fiereza la emoción, era el momento culminante de la lucha, solo era cuestión de tiempo ya para que nuestro héroe se levantará a pesar de todo con el triunfo. En ese momento el lenguaje de las emociones obtenía el triunfo sobre la conciencia sin que importara nada más. Por ello en México lo único serio es la Lucha libre y la Virgen de Guadalupe.
Descanse en paz el ídolo de la afición.