NI PAN NI PASTELES

NI PAN NI PASTELES

    [bctt tweet=»Ni transición ni pan ni pasteles.  No caminamos hacia un real fortalecimiento de las instituciones y la vida democrática, no es, sino todo lo contrario.» username=»crisolhoy»]   

 

LA VIDA BREVE

       

    “Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retamas. El aire está inmóvil.

           ¡Qué lejos los pájaros y las fuentes! Tiene que ser el fin del mundo, si avanzamos.”

        Rimbaud / Las Iluminaciones

 

Pocas, muy pocas veces en los últimos 50 años  la crisis del Estado había afectado y ensombrecido tanto la vida del país como lo hemos visto no solo en las últimas semanas o meses, sino por lo menos en los últimos 15 años. Desde las jornadas, la fecha y las secuelas catárticas de 1968, nunca antes la crisis del Estado fue de manera tan dramática la crisis de la sociedad mexicana.

Y es que de la caída -o solo recaída-, del viejo regimen autoritario no ha surgido otra cosa que unas nuevas reglas de repartición del poder, ya en lucha feroz unas contra otras, ya en ominosas alianzas que han vuelto más hondo y sinuoso el resquebrajamiento de la vida social. A la usanza antigua basada en la consuetudinaria páctica de la represión contra las demandas de la sociedad, la censura a las libertades, o la violencia económica sobre las mayorías, se ha superpuesto una tradición de simulaciones y complicidades que han empedrado el incipiente camino a la democracia y a la vez  quebrantado las finanzas públicas, al tiempo que los más vergonzos negocios al amparo del poder se suceden en una interminable carrera que del otro lado ha sumido al país en niveles de desigualdad dolorosos. Ni pan ni pasteles. Un país arrojado al barranco y sin paracaídas.

El camino a la democracia que hace unos lustros se presumía iba a significar una nueva vía para la nueva conviencia social, no ha logrado que las grandes contradicciones preexistentes en el país se diriman y superen en el plano de los acuerdos, en la conciliación, en la construcción y la negociación, condiciones que exige una verdadera práctica política que merezca decirse democrática.  No hay de eso, y por el contrario, la vida pública y la cotidianeidad de la vida social caminan sobre un escenario de incertidumbre, precariedad y violencia desenfrenada. 

La lucha política que debía conducir a encontrar acuerdos en la diversidad solo ha dramatizado el feroz combate de la élites por la anulación de los contrarios.  

Frente al fracaso en la transformación de las estructuras sociales, frenada la Transición, el país se debate, y a ratos parece que casi naufraga, en la búsqueda de un nuevo modelo de crecimiento con equidad, plural, respetuoso y defensor de los derechos humanos, de oportunidades dignas al alcance. Y todo fracaso, sobre todo en circunstancia como la nuestra, hoy, aquí, significa un peso a cargar, El peso que la historia nos impone, o que hemos impuesto a nuestra historia, y que llevamos en el pan de cada día, como piedra a cuestas, ante las tragedias humanas y el estupor social de un país herido, confrontado entre facciones de poderes reales y grupos de facto, luchando descarnadamente, ya por conservar y ampliar un modelo, ya por modificar el rumbo, las más de las veces sin siquiera un programa preconcebido, que sea ante todo viable y dotado de consenso. Los cambios sociales vistos en los últimos tiempos han sido victorias del activismo y la conciencia de la sociedad vuelta demanda decidida, inteligente, pero no son suficientes. El futuro nos alcanza, y no parece como para celebrarlo.

La vida institucional del país no solo está resquebrajada sino que pende de un hilo. Se dio el cambio de personajes y la alternancia, pero nunca hasta ahora un verdadero esfuerzo por una Transición. Cambiamos de partidos y discurso solo para que las cosas siguierán igual, aunque ya se sabe que en situaciones de convulsión, las cosas nunca siguen igual. En esa dialéctica de la desesperación, de falta de oportunidades, de exclusión social y ante el impune saqueo de los reursos públicos, ya nada podrá volver a un punto anterior. La carga de las contradicciones se acumula, cunde como la sombra de un jinete en el horizonte.

Ni transición ni pan ni pasteles.  No caminamos hacia un real fortalecimiento de las instituciones y la vida democrática, no es, sino todo lo contrario.   Pareciera que estamos llegando a la hora 0. Las nuevas generaciones de jovenes crecen hoy por hoy en su mayoría sin identidad solidaria alguna, los valores  universales de convivencia, respeto, paz, entendimiento, conciliación, están en bancarrota, los religiosos en entredicho, los de la cultura sin permear lo suficiente para influir, la educación maltrecha, estancada, si no es que avanzando como mero sistema de instrucciones para la competencia, ahí donde lo importante es trepar, cada vez más alto, rápido y furiosamente, así sea sobre las espaldas del otro. La brutal mercadotecnia del individualismo que arrasa con todo.

Se requierenn como nunca ciudadanos responsables, llamados a formar una sociedad que, más allá de las discrepancias sostenga referencias estables que conformen un proyecto común. 

Es necesario, inaplazable, reflexionar, reconocer y reparar yerros, participar en la construcción de expectativas y dejar de alimentar el alarmante clima de encono nunca antes visto. El país entero es una alberca llena de gasolina.

Solo apartándonos de nuestras precarias conductas sociales podremos progresar en levantar un mejor camino para todos. El mensaje debe ser a contribuir, a sumar, a detener la polarización ciega, a emprender o continuar el diálogo constructivo, así como somos y coexistimos, diversos, pero ahora capaces y dispuestos a participar.

Sí podemos, y sí podemos, castigar o reconocer, tan solo con el poder de las armas civiles. Luchar entonces,  demandar, exigir, forzar a ese Estado al cumplimiento de la Ley, a que conduzca hacia la consecusión de un verdadero Estado de derecho. A que cumplan sus deberes; garantizar el principio de legalidad y los derechos fundamentales de todos los ciudadanos 

Vivimos la crisis de la crisis. Encontremos las maneras de intervenir al Estado -ese ente que es el barco donde al final vamos todos-. a los gobiernos de diferente nivel, a toda autoridad, a todo agente económico y social. Presionemos organizadamente, obliguémonos a ser ciudadanos democrátas, o buenos aprendices de demócratas. Nunca más ciudadanos de domingo electoral. 

Cumplamos nosotros nuestras tareas, pongámonos en forma para estar en condición de obligar a que desde arriba de la pirámide, y de abajo hacia arriba también, se avance en las transformaciones que demanda el momento del país, que demanda la vida misma, esta vida larga y breve.

Publicado en Hidrocalido 13-11-19 

   

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

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