Nos amábamos tanto
Cuando Ettore Scola realizó Nos amábamos tanto (1974), sin duda una de sus mejores películas, el mundo occidental recordemos vivió una etapa de grandes crisis propiciadas por los conflictos árabe israelí y la subida de los precios del petróleo, la “década del terrorismo” en Europa con las Brigadas Rojas, ETA, etc., mientas que en Estados Unidos ocurría el Watergate y en América Latina el ascenso de las dictaduras militares en Chile, Argentina, Brasil, etc. Pero la película se enfocó en el mundo de la posguerra italiana, a través de la vida íntima de tres amigos que fueron cambiando de su juventud combativa y soñadora en la resistencia italiana, a una vida llena de oportunismos y frustraciones aceptando que el mundo los había cambiado. La frase famosa de uno de los personajes de que “quisimos cambiar el mundo y el mundo nos ha cambiado” resumía la crítica de Scola a una sociedad que perdía sus sueños en aras de una vida cómoda y desinteresada. La sensación que dejaba la película, para quien la vimos en México en los mismos años setenta, era de desencanto frente a los grandes cambios que ocurrían más allá de nuestras voluntades. La masacre de Tlatelolco como poco después el “jueves de corpus” habían dejado con su estela de sangre la lección de que la rebeldía era castigada, por lo que se nos hizo creer incluso en voces tan claridosas como la de Carlos Fuentes, que la disyuntiva era Echeverría o el fascismo…
Recuerdo esto porque a pesar de que el discurso autoritario señalaba que “no había otra ruta que la nuestra”, los cambios sociales que empezaron a darse precisamente desde los años sesenta como la urbanización del país y el crecimiento con ello de la ciudadanóa, la ampliación del acceso a la educación superior, la mayor participación de las mujeres en la vida económica y política, la transformación de la economía cerrada a una transnacional, etc., propiciaron sin duda una mayor participación de la ciudadanía a favor de la democratización del país. Es decir, a favor de que los votos contaran, de una clara separación de los poderes, de una mayor vigilancia a los presupuestos y gastos de los gobiernos, de la ampliación de la libertad de expresión, etc. En ello, aunque parecieran logros menores, se habían concretado algunas de las grandes utopías de los jóvenes que decidieron cambiar el mundo en un momento dado. De esa manera, más que caer en el desencanto, por lo menos dos generaciones a través de sus prácticas cotidianas, de una mayor independencia con respecto a los poderes establecidos, comenzaron a confiar en que las cosas podrían cambiar para bien ampliando las oportunidades de participación ciudadana a través de la creación de instituciones como el IFE/INE, de controlar el poder de los gobernantes a través de la fortaleza de otros poderes, en las cámaras de representantes y en el poder judicial, de ampliar la comunicación a través de la multiplicación de canales en donde pudieran expresarse libremente las opiniones, etc.
Sin embargo, esta “pequeña utopía” que se redujo a una mayor democratización de la vida pública, mostró rápidamenet que podía caer en los riesgos que ya los clásicos y Tocqueville habían previsto para el avance de la democracia, la caída en la demagogia, en el despotismo y en la tiranía de la mayoría. Porque de acuerdo al gran pensador francés, es claro que el dilema no es entre una sociedad aristocrática y una sociedad democrática como se nos sigue repitiendo, sino en la consolidación de un Estado moderno democrático que garantice la libertad, la igualdad y con ello la seguridad de los ciudadanos, frente a un régimen “desordenado” que viva de los furores frenéticos de las mayorías.
Porque una de las condiciones centrales de una democracia moderna es el respeto a las minorías, porque en un momento dado gracias a un sistema de mayor participación pueden llegar a ser mayoría, como la historia reciente de México lo demustra. Anular esta posibilidad y refrendar el país de un solo hombre basado en el dspotismo de la mayoría y en el ejército, significa como bien lo comentara Roger Bartra no sólo regresar al autoritarismo priísta sino a otro régimen más cercano al de los orígenes del partido surgido del régimen callista, en donde los generales tenían un lugar central en la vida política del país.
Para quienes nos formamos con esa vieja posibilidad de cambiar el mundo para bien, a través del estudio y de la participación activa a favor de la democracia, resulta al menos paradójico que se piense que los actuales gobiernos representan esa alternativa. El proyecto de elegir popularmente a los magistrados y a los consejeros electorales, además de acabar con la representación plurinominal que hace posible la participación de las minorías, es un intento por llevar a cabo la idea de una tiranía de la mayoría.
En ese sentido, la película de Etore Scola puede leerse en clave contemporánea, nos amábamos tanto a partir de proyectos que pudieran acabar con el autoritarismo, no con la idea de que se instalara un régimen a favor de la tiranía de la mayoría. Recordarlo no es para señalar nuestras divisiones, sino para pensar en participar a favor de una mayor democracia participativa que desde luego involucra votos y marchas pero también nuevas formas de gestión y de gobernanza, sobre lo cual habría que reflexionar más detenidamente. Porque la sola transición no garantizó necesariamente una mejor participación ciudadana, habría que reconocerlo, más bien fortaleció la partidocracia. Es importante pensar entonces cómo construir una democracia efectivamente participativa. Lo reflexionaremos en las siguientes entregas.