Recuperar el humanismo e ir más allá: Entrevista con el Dr. Alfonso Pérez Romo
Hace un lustro, tal vez menos, mi amigo y excompañero de la licenciatura en Educación, Arturo Silva Ibarra, me invitó a su casa; como buen anfitrión, ya tenía el pan y el vino para compartir. Éramos no más de una decena de personas, entre ellas al Dr. Alfonso Pérez Romo, a quien vi amable, contento y dispuesto a pasar una tarde bohemia. Hablamos poco de asuntos sociales y políticos, que dicen son importantes, y mejor tomamos la guitarra y nos pusimos a cantar. Recuerdo que coincidimos en algunos boleros y baladas sencillas que referían, invariablemente, al amor y al desamor. De la casa salimos más que satisfechos y con ganas de volver a reunirnos. Ya lo decía Marco Tulio Cicerón, en Roma, un siglo antes de Cristo: “Vivir sin amigos no es vivir” ¡Salud!
Llegó la pandemia y debimos guardarnos casi dos años para luego, con muchos cuidados, reunirnos nuevamente en un desayuno. Allí hablamos de planes y el doctor nos compartió lo que ahora es Helikón, un proyecto sabatino que ha sido muy exitoso. En el campus central de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA) nos encontramos en varias ocasiones y un día, conscientemente, me propuse visitarlo con frecuencia. Nuestros horarios y la cercanía de nuestros cubículos lo permitían. Como buen conversador, el doctor tenía muchos temas para escoger, pero yo le fui proponiendo algunos que a mí me interesaban, con la intención de grabar. Uno de esos temas fue su vida, otro sus raíces y convicciones humanistas y, otro más, la ciudad de Aguascalientes, los cambios que él vivió y la opinión que de ellos tenía.
Muchas veces dijimos que había que conversar sobre nuestra universidad, pero sólo quedó en planes, aunque a veces se cuestionaba y me preguntaba sobre el rumbo que la institución estaba siguiendo. Coincidimos en señalar que había una tendencia burocratizante que desdibujaba su misión crítica, plural y humanista. Nos faltó tiempo. Quizá se reservaba discutir el tema por estar en vísperas de las elecciones – designaciones de las autoridades universitarias o porque, como en otras veces, quería ser cuidadoso de no quedar mal con nadie.
En esta ocasión, quiero compartir parte de una de esas charlas y agradezco, por supuesto, la confianza y la autorización que él me dio para hacerla pública.
“Infancia es destino”
Para iniciar la entrevista, quise explorar la raíz de su interés por el humanismo y su respuesta lo llevó a su infancia y a la relación con sus padres: “Yo creo -me dijo- que unos elementos muy importantes en la formación de la persona tienen que ver con los primeros años de vida. Digo esto porque me tocó ver, cuando yo era muy pequeño, cómo batallaban mis padres para abrirse camino. Vivíamos por allá en el Norte. Mi padre trabajaba quemando piedras de cal en unos hornos para mandarlos a Parral, Chihuahua, a una mina que era de unos americanos. Vivíamos absolutamente solos en el desierto, en una casita de adobe”.
No había escuela, por lo que el niño Alfonso y su hermana aprendieron a leer, escribir y las operaciones aritméticas básica gracias a las enseñanzas de su mamá. Además, los “adoctrinaba en la fe”, según me comentó. Y agregó: “fui hijo de una madre cristiana, muy celosa de la religión católica. Desde entonces y la situación de ver a mi padre luchar tan bravamente en aquel trabajo tan arduo, fui sensible a la vida de las personas”.
Con la llegada del diésel a la empresa, el trabajo del papá y de otros empleados ya no fue necesario. Entonces, la familia Pérez Romo debió mudarse a varios lugares, antes de llegar a la ciudad de Aguascalientes, en donde vivían familiares de la mamá. Allí hizo sus estudios primarios hasta llegar en la juventud a estudiar en el Instituto de Ciencias, hoy UAA, donde tuvo maestros y, especialmente amigos, que lo influyeron en su forma de pensar: “Tuve, sobre todo buenos amigos, a los que les debo prácticamente el inicio de una formación más amplia, uno de ellos fue Alfonso López Aparicio”, quien era buen lector y le recomendaba libros, porque, “en la prepa no leíamos gran cosa”, recordó.
Él lo puso a leer y estuvieron analizando “durante un año completo casi todas las obras de Ramón López Velarde”. Otro amigo fue Miguel Aguayo Mora, quien, al igual que López Aparicio, estudió Derecho. De él, el doctor Pérez Romo me comentó: “Miguel me abrió las puertas a todas las cuestiones del arte, de la cultura general, y también me abrió las puertas de su casa para conocer a muchas personas”. Eran los años treinta y el doctor se detuvo para referirme a una mujer especial: Conchita Aguayo. En esa casa conoció a Pedro de Alba y “a otras personas que no solamente se ocupaban de los quehaceres de todos los días, sino que hablaban de obras de arte, de literatura y poetas, oían música, y sus conversaciones me atrapaban”.
La Medicina y las humanidades
Una vez egresado del bachillerato, el joven Alfonso se mudó a la Ciudad de México para estudiar Medicina, pero no dejó el hábito de la lectura. Sobre aquellos años universitarios, le pregunté sobre la influencia que tuvieron los libros. Así me respondió: “El humanismo viene de mis primeras lecturas; por ejemplo, gracias a las recomendaciones de Miguel Aguayo, leí ‘Paideia’”. De esa obra, comentó: “A mí me llama muchísimo la atención la forma en cómo los griegos, en tiempos de Pericles, del orden democrático de Grecia, educaban a los niños: primero los ponían a leer, a escribir muy bien, a dominar la lengua y, una vez que dominaban todo esto, llegaban a cuestiones gimnásticas, deportivas y musicales. Al final, cuando ya estaban más grandecitos, los llevaban con otros maestros, quienes los ponían al tanto de lo que estaba pasando en la polis, o sea, los preparaban íntegramente para la vida”.
Desde entonces, al Dr. Pérez Romo le quedó claro la idea de que “la educación no solamente consiste en enseñar conceptos, sino que a las personas hay que proporcionarles todo aquello que la ciencia no nos puede dar jamás, como sentir, como hablar, por qué hacer las cosas, en fin, todo ese tipo de cuestiones que me parece son fundamentales de la educación”. Luego concluyó: “desde entonces me quedó muy claro que una cosa es la educación y otra es la enseñanza, aunque tienen que ir juntas, porque la enseñanza es parte muy importante de la educación, pero no lo es todo”.
Para el doctor, al concebir que “la educación es algo más general, que abarca muchos aspectos de la vida”, le nació ver críticamente “cómo casi todas las instituciones educativas han resbalado porque ponen atención en la enseñanza de cosas prácticas y útiles, descuidado muchísimo todas las disciplinas humanísticas”. Su afirmación es contundente.
“¿Entonces -le pregunté- su idea de humanismo la retoma de la cultura clásica?”. Me contestó que sí; luego, recordando que el Dr. Pérez Romo era muy católico y que fue dirigente del Movimiento Familiar Cristiano, le volví a preguntar: “¿Su idea del humanismo cristiano convergió con esta concepción clásica?
El doctor pensó un rato y respondió con seguridad: “para mí fue muy compatible. Como yo viví en mi casa el catolicismo de mi madre y también estudié la doctrina cristiana, me pareció que la irrupción del cristianismo en el desarrollo del mundo clásico fue fundamental para fijar cosas que los griegos no habían comprendido muy bien. En otras palabras, me pareció que el aporte cristiano a la cultura fue el gran asunto de la igualdad de los hombres, no tanto en cuestiones legales, sino en el amor, en la certeza de que Dios nos hace iguales a todos, con los mismos derechos”.
Para el doctor el cristianismo fue y es “muy importante para reforzar todos estos asuntos de las personas en colectividad; es lo que ha alimentado propiamente las doctrinas sociales; por esto no se puede ignorar la influencia de la enseñanza cristiana, del ejercicio cristiano…”. Para él, la prueba estaba en que “los griegos, aun con su humanismo educativo, tenían esclavos y había otras cosas muy fuertes, como las guerras y tiranías, que eran muy comunes”. Esto fue cambiando -afirmó convencido- “gracias a la llegada del cristianismo”.
Volviendo a su trayectoria como estudiante de Medicina, le pregunté que cómo concibió el tema de la salud y el cuerpo con esta visión humanista de la profesión médica. Para él, cuando fue a estudiar a la universidad ya llevaba una idea de que “la Medicina no es tanto una profesión liberal en la que cada persona es libre de hacer lo que quiere”. Se definió a sí mismo como una persona que tenía “un pensamiento un poco desbocado”, porque para él “los servicios médicos, los profesionales de la Medicina, la investigación de la salud, los hallazgos de los laboratorios, de los medicamentos, las clínicas, todo eso, no son propiedad de nadie, sino de todo el mundo. El médico, por tanto, está provisto de un conocimiento que no se le da en propiedad, que no le puede poner precio, ni comprar ni vender, se lo dan como depósito para que lo administre en beneficio de los demás”.
Para el doctor Pérez Romo, el médico tiene derecho a vivir de su profesión, y es muy justo, pero concibiendo su práctica como un bien social. Mencionó, en este contexto, la enseñanza de uno de sus maestros: “a mí me impresionó mucho un profesor que tuve en la facultad, don Santiago Ramírez, que nos daba Ética Médica. Estudiando el juramento hipocrático, hay una pequeña parte que dice ‘Respetaré y amaré a los hijos de otros como si fueran hijos míos, y si alguno tiene interés de seguir el conocimiento médico, se lo daré sin cobrarle nada’. Yo me pregunto, qué acto tan generoso, y es que usted no puede vender lo que no le pertenece; el conocimiento médico no se vende, se puede pasar a otros, a los que tengan cierta vocación o cierto interés”.
De esta visión y del origen de la carrera de Medicina en la UAA, me dijo: “yo me arrepiento de que cuando nació la Escuela de Medicina no tuve todavía la posibilidad de darle esta filosofía, reconozco que no había los medios, ni las condiciones para hacer una selección más rigurosa de los aspirantes. No creo que las escuelas de Medicina deban estar abiertas para el que quiera, sino para quien esté convencido de cumplir con esta profesión una misión social, y el que no la tenga que no se meta. Eso haría yo y haría otra cosa”. ¿No se hizo ni se hace justicia, entonces, al lema de la carrera de Medicina de la UAA: “Por mi hermano el hombre”?
En la charla que tuvimos sostuvo que la carrera de Medicina, como muchas otras, debe contar con materias humanistas, como Historia, Letras, Filosofía y Sociología, para formar profesionistas con otra visión de su práctica profesional. Reconoció que “muchos egresados son personas muy hábiles para hacer cosas prácticas en su área de conocimiento; pero, al mismo tiempo, son ignorantes, soeces, insolidarios sociales…”. También aceptó que esta misión es muy difícil de lograr en la práctica, aunque, insistió en el cuestionamiento y propuso: “la escuela debería ser al revés”.
El gran valor de la literatura
La plática, que tuvo lugar en un cubículo de la Infoteca, nos llevó a replantear el valor de los avances tecnológicos en el mundo, para luego concluir en una paradoja limitante. La opinión del doctor Pérez Romo la sintetizó en esta frase: “Somos tan tontos los seres humanos que creemos que eso ya nos resolvió todo. Sí, está bien, cómo no vamos a aprovechar una cosa tan maravillosa, pero somos tan torpes que creemos que eso nos va a resolver todo y que nos dirá todo, pero no es cierto. Lo importante es saber para qué, cómo se va a manejar y qué se quiere hacer con esta tecnología. Necesitamos saber -señaló el doctor- cuáles son las consecuencias que tiene su uso. Para él, el hombre educado es, precisamente, el que tiene una visión más allá del sentido utilitario.
A partir de la necesidad de contar con profesionistas con una visión diferente y alternativa de la vida social, fue que él apoyó las actividades artísticas y la creación de carreras en artes, humanidades y ciencias sociales. Así, surgieron, por ejemplo, las carreras de Sociología, Educación, Historia, Letras y otras. En particular, el doctor se interesó por profundizar en la enseñanza de las artes. Para él, en la UAA y en otras instituciones educativa “se enseña mucho el entrenamiento de lo lógico, de la razón, pero casi no hacemos nada para educar la sensibilidad, las emociones”. Según su convicción, “todo lo que obtenemos implica un conocimiento sensible y eso es fundamental, porque, siguiendo a Aristóteles, no hay ningún conocimiento que no llegue primero por los sentidos”.
En la misma literatura sobre médicos, hay historias que refieren a una visión más amplia del quehacer profesional. El doctor Pérez Romo, al respecto, recordó que leyó de joven Adela, de Archibaldo Coronel, que es “la historia de un médico que empieza su carrera con un entusiasmo muy grande, muy apostólico, en las viejas minas de Cambridge, en Inglaterra, donde había una explotación de los obreros muy severa”. A este médico se lo llevan a una ciudad y allí “se contamina, se vuelve médico de ricos, se le quita la profundidad de lo que estaba haciendo y tendría que hacer”. Esta novela lo “impresionó muchísimo”.
También le llamó mucho la atención el libro La Historia de San Michele, de Axel Munthe, un médico sueco que se fue a vivir a Paris, asumiendo “el ideal del servicio humanista de la medicina; trabajó en un barrio viejo de la ciudad, sirviendo a los pobres, a las mujeres de la calle, a los limosneros”. Según el libro, el médico, como era un hombre de mucho talento, también resolvía problemas de tipo existencial en las personas. En este caso, la fama de buen médico, que curaba tanto el cuerpo como el alma, llegó hasta los ricos, especialmente a las mujeres ricas, que hicieron que el médico perdiera piso y perdiera su vocación de servicio. Lo importante de la novela -comentó el doctor-, “es cómo el médico puede perder lo básico, la esencia de una profesión tan noble, al convertirla en un negocio”.
Leer literatura, sin duda alguna, influye en la formación de las personas, “es alimento del alma”. Otra novela que leyó y recomendó el doctor es La Ciudadela, de A. J Cronin, que está en el acervo que donó a la UAA y que pronto llevará su nombre. Así también se refirió a otra publicación, la del mexicano Rubén Marín, que lo “influyó muchísimo”, según sus palabras. El texto se llama Los otros días. En conclusión: “Todos esos libros me ayudaron mucho a entender cuál es realmente el sentido de lo que tiene que ser la Medicina y lo que deben hacer los médicos”.
La impronta humanista de la UAA y nuevos retos
Al hablar de los retos de la UAA, le recordé que “el humanismo” ha sido una especie de bandera que se izó desde el origen de la institución y que las autoridades universitarias han repetidos muchas veces durante su administración. Sobre el particular, le pregunté: ¿quién tuvo la iniciativa de hacer este planteamiento propiamente filosófico al crearse la universidad en 1973? Y respondió: “recuerdo que en las primeras pláticas que tuvimos Humberto (Martínez de León) y yo, empezamos a formalizar los documentos que debíamos presentar al consejo del Instituto Autónomo de Ciencias y Tecnología. Hicimos textos: alegatos de la universidad, de cómo se iba a organizar, etc. Entonces, a Humberto se le ocurrió hacer un documento del ideario institucional. Yo tenía ciertas ideas, pero a él se le ocurrió en un instante y me dijo: ‘oye, necesitamos un ideario filosófico’; entonces, yo escribí completo todo ese documento”. En él se plasma la idea de que la universidad debe ser “ante todo humanista”. Dicho en sus propias palabras: “se pensó en que la UAA no debía ser una institución que pariera un montón de gente para que se fuera sólo a buscar empleo, a la burocracia, sino formar ciudadanos con otro tipo de ideas que pudieran transformar al país.”
El reto no sólo estaba en formar médicos humanistas, sino profesionistas humanistas. Por ejemplo, de la carrera de Arquitectura, el doctor recordó: “Yo pensaba que desde el principio de la planeación de las carreras debía trabajarse no únicamente en el plan de estudios con materias típicas de cálculo, diseño, sino en hacer que los futuros arquitectos tuvieran historia del arte, interés por la lectura y materias que les dieran una visión más amplia en su formación universitaria”.
Me atreví a decirle al doctor que estaba de acuerdo con retomar y reivindicar el humanismo dentro y fuera de las universidades, en especial de la UAA, pero que debíamos ir más allá, que el antropocentrismo, fortalecido en el Renacimiento, se estaba agotando, que debíamos pensar en una visión más amplia, planetaria, diría Edgar Morin.
Mi planteamiento, como lo he escrito en otro momento, es recuperar y revalorar el humanismo crítico, incluso disidente, que las universidades públicas han tenido por muchos años y adecuarlo a las nuevas circunstancias. Hay ya muchas personas que dicen que urge establecer nuevos paradigmas que involucren una visión global de convivencia entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza. En este sentido, retomando la “Carta de la Tierra”, las universidades deben asumir el compromiso de “unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz”. Ciertamente, a las instituciones educativas que buscan estar mirando al futuro y son de vanguardia, les toca asumir la responsabilidad ética de liderar “cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida”.
En la UAA, en estos precisos momentos, se discuten los perfiles de las y los candidatos a ocupar la rectoría y las decanaturas. Habrá que preguntarnos ¿qué propuestas tienen para el presente y futuro de la institución? La trayectoria del Dr. Alfonso Pérez Romo, como persona y universitario, es un referente clave, él tenía consciencia de la complejidad del mundo actual, pero, al mismo tiempo, sabía que hay comportamientos que no requieren de la sofisticación o especialidad del conocimiento, sino de actitudes, afectos y valores simples que debemos poner como base para mantener un sentido humano, creativo y crítico en toda tarea personal, institucional y social.