Tendencias historiográficas sobre la revolución mexicana (1/3)
Uno de los temas más debatidos y por ello con una mayor producción historiográfica sobre nuestra historia es sin duda la revolución mexicana. Con la cercanía de los festejos revolucionarios, vale la pena reflexionar sobre el tema. Estos breves artículos que les comparto son sólo una breve aproximación general a las grandes tendencias historiográficas sobre un tema en constante revisión. De acuerdo con Alan Knigth, pueden observarse al menos tres generaciones que escribieron sobre el movimiento armado y sus consecuencias. La primera es la generación de los generales y gobernantes que participaron en el mismo proceso y que escribieron sus memorias como lo hicieron Villa, a través de Martín Luis Guzmán, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Portes Gil, Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y el general Cárdenas; además, habría que incluir los testimonios de quienes participaron en la elaboración de la Constitución de 1917, como Félix Palavicini, Francisco J. Múgica, Heriberto Jara, así como algunos que contribuyeron con ideas para la elaboración de la Carta magna entre los que podemos contar a Andrés Molina Enríquez, Luis Cabreara, Isidro Fabela, Antonio Díaz Soto y Gama, Vicente Lombardo Toledano, entre muchos otros. Desde luego la mayoría de estos testimonios trataron de justificar la participación de cada uno de los autores en el movimiento armado y constitucionalista, por lo que son referentes obligados, aunque ahora los podemos analizar a partir de su sesgo personal.
La segunda generación sería la de los primeros cronistas e historiadores que trataron de construir una narrativa de los proyectos revolucionarios y sus alcances, ante la crítica constante de que la revolución no había tenido un plan y programas que encausaran el movimiento, sino una gran diversidad de proclamas muchas veces contradictorias. Entre estos historiadores habría que pensar principalmente en el trabajo de Jesús Silva Herzog, quien escribiera uno de los libros más publicados y difundidos sobre la revolución mexicana, la Breve historia de la Revolución Mexicana (1960), un libro que todas las preparatorias y universidades del país tenían como obligatorio y que en 2010 había alcanzado 21 reimpresiones por el Fondo de Cultura Económica. Para el autor, la Revolución Mexicana (con mayúsculas) había logrado concretar al menos tres objetivos: la revolución educativa a través de la “federalización”, el reparto agrario, y una política exterior antimperialista, temas que siguen siendo motivo de estudios entre los historiadores. Ello implicó considerar a la revolución no sólo a partir del movimiento armado, sino desde fines del porfiriato hasta el gobierno de Cárdenas, con el fin de construir un arco que fuera desde las causas y las implicaciones de la revolución. Otro gran historiador y uno de los primeros en hacer la crítica a la revolución sería Daniel Cosío Villegas, quien coordinaría dos de los proyectos más ambiciosos sobre la historia de México: la Historia moderna de México (en diez volúmenes, de la República restaurada hasta finales del gobierno de Porfirio Díaz) y la Historia de la Revolución Mexicana (originalmente planeada en 23 tomos y en la actualidad integrados completamente en ocho volúmenes), sin duda toda una hazaña historiográfica.
En esta generación pienso también en los historiadores (as) extranjeros que comenzarían a participar en la construcción de una nueva visión de este proceso, como Anita Brenner y sus libros El viento que barrió a México y el menos conocido Ídolos tras los altares, en donde señalaría que la gran aportación de la revolución había sido sobre todo un cambio cultural o de “espíritu” como le llamó, en donde se comenzaría a reivindicar un México más profundo. También desde luego habría que incluir a James W. Wilkie y Edna Monzón Wilkie quienes llevaron a cabo una de las reconstrucciones más amplias del movimiento revolucionario desde la historia oral, con múltiples testimonios a partir de las preguntas básicas sobre qué fue en realidad la revolución mexicana y que quedaba en la actualidad del movimiento.
La tercera generación sería la de los historiadores profesionales, educados principalmente en la UNAM y en El Colegio de México, y varios historiadores extranjeros que participaron en el “revisionismo” historiográfico sobre la revolución. Porque buena parte de los trabajos de esta generación estarían dedicados a “revisar” los supuestos logros de la Revolución (con mayúscula), para cuestionar los diferentes proyectos revolucionarios. La pregunta de estos historiadores se sintetizaba en “¿cómo un gobierno que se decía revolucionario había terminado matando estudiantes?” A partir de ello la duda incluso de si la Revolución era en verdad una revolución o sólo una gran rebelión (Ramón Eduardo Ruiz); o si había sido una revolución interrumpida (Adolfo Gilly) a partir del concepto de revolución como un cambio radical en todos los niveles, estarían en los principales debates sobre nuestra revolución. A lo cual habría que incluir el brillante cuestionamiento de Jean Meyer a partir de observar “el lado obscuro” del proceso, en el sentido también de “pensar la revolución” como lo hiciera François Furet sobre la francesa con base en el “jacobinismo” entendido como el culto al estado y la nación. Por ello la crítica al estado posrevolucionario que realizara Meyer en su obra más ambiciosa, La Cristiada, en donde este levantamiento armado sería considerado la verdadera revolución popular.
Otro autor que merece especial atención dentro de este revisionismo es John Womack Jr., quien escribiera un libro clásico sobre la insurrección de Zapata, en donde la primera frase de esto marcaría en buena parte un debate en el que incluso Womack reflexionaría posteriormente, es decir la frase de que la rebelión zapatista la hizo un pueblo para no cambiar. Quizá por una mala traducción, Womack corregiría esta frase en el sentido de recuperar las viejas tradiciones y tierras comunales que habían sido trastocadas por el crecimiento de las haciendas azucareras, ante el cuestionamiento del liberalismo a la propiedad comunal de los pueblos de indios. De ahí que el levantamiento armado de Zapata fue una clara propuesta de “tierra y libertad” de los pueblos de indios, frente a las ideas porfiristas de apoyar a los grandes hacendados que se habían consolidado después de la Reforma. En la última edición de libro, Zapata y la revolución mexicana (2017), con una traducción más cuidada por el Fondo de Cultura Económica, Womack reconocería la ascendencia afromestiza del propio Zapata, lo que incorpora también la dinámica del mestizaje sobre todo entre la población indígena y los afrodescendientes.
Desde luego otro autor fundamental para entender el proceso revolucionario es Friederich Katz, quien escribiera La Revolución intervenida y la biografía de Villa, entre otros muchos ensayos que han permitido avanzar en la comprensión de un proceso sin duda complejo. Katz advirtió la presencia y el impacto de las diferentes potencias en México, fundamentalmente por el papel estratégico que jugaría el petróleo mexicano para alimentar a los diferentes participantes de la Primera gran guerra mundial. En este año oficial de Villa, en donde se han difundido más las atrocidades cometidas por el propio Villa y sus generales cuestionando la figura de un héroe en el discurso oficial, la biografía realizada por Katz que además de reconocer los actos sanguinarios del ejército villista en diferentes poblados, nos permite adentrarnos de manera magistral en la difícil personalidad de Villa pero también de los diferentes contextos en los que tuvo que participar.
En esta generación quien ha logrado una de las visiones más amplias y complejas sobre el tema ha sido Alan Knigth, con su gran obra La Revolución mexicana, pero también con los dos tomos publicados sobre la crítica a las diferentes visiones que se han tenido sobre el movimiento, principalmente sobre las tesis revisionistas. Su obra ha sido la más ambiciosa y lograda que se halla realizado sobre la revolución mexicana, al permitirnos adentrarnos en las rebeliones populares en las diferentes regiones del país al mismo tiempo que logra reconstruir las visiones de conjunto. Pocos autores como Knigth para hacer un trabajo de crítica historiográfica y lograr con ello avanzar en la comprensión de un fenómeno que sigue en debate, como veremos en las próximas entregas.