Un año que llegó para quedarse, o de como todo pasa, pero todo queda

Un año que llegó para quedarse, o de como todo pasa, pero todo queda

Un año que llegó para quedarse, o de como todo pasa, pero todo queda

Comentaba en la colaboración anterior que la gran crisis de este temprano Siglo debería significar -«a grandes males grandes remedios», la oportunidad de comprender el dramático estado de cosas que vivimos, en medio de un desafío mayor a la humanidad, y ante le cual solo era posible salir adelante con una respuesta global. O eso, o un aún más sombrío horizonte de desastre de crisis económica y social, de legitimidad institucional, de creciente amenaza a la paz y al desarrollo igualitario. Y encima de todo, un empeoramiento en la deteriorada salud del planeta, ese barco que nos lleva y nos trae por las curvaturas del universo, y cuya vital naturaleza es parte de nuestro propio cuerpo

[bctt tweet=»Y que no sea este un año para olvidar. » username=»crisolhoy»]

-Este será un año que llegó para quedarse-, me ha dicho un amigo esta semana mientras conversábamos sobre la emergencia de la pandemia, sobre los caídos y los enfermos y las calles y los altos riesgos de una ciudad como esta, en realidad varias ciudades bordeadas por fronteras ya no tan invisibles.

Me da su comentario sobre esa necesidad, esa casi última oportunidad de que las naciones y sus sociedades, maltrechas y todo, respondan como un solo mundo ante un enemigo que acabará sin distingo con organismos sanos y enfermos, más temprano que tarde.

-Lo dijo esta semana la Merkel; es el mayor desafío en la era de la posguerra-, sigue, mientras me habla de su poca esperanza, de la decepción en la gran mayoría de sus contemporáneos y de su escepticismo en que las nuevas generaciones puedan evitar el paro a la irracional destrucción de la especie por su propia mano. -Es como lo de “Van Gogh, el suicidado por la sociedad” del que hablaba Artaud, apunta, y continúa; -Es mejor no hacerse las grandes expectativas, para no salir aún más defraudados, pero lo que duele más son esos jóvenes y niños que ahí están- subraya, con voz que se vuelve grave entre las notas de esas músicas de Ravel, evocadoras, intensas paso a paso, llenas de narrativas y silencio.

-Ni hablar, me voy, ya nos veremos, si en los oráculos está escrito- le digo para inciar la despedida.

-Nos volveremos a ver, seguro. en algún lugar, en una hora y un sitio-, dice y no evita una pequeña risa cuyo tono me devuelve a aquello de que el optimismo es cosa de la voluntad, a pesar de todo.

Segunda semana de diciembre en un escenario extraño, deshojaderos en los árboles y en las familias, luto por los que se han ído e incertidumbre por todo lo que nos acecha, por lo que todavía esté por venir antes y después de la vacuna. Quizá volvamos a las calles los más afortunados, para ver como nunca uno puede volver a caminar dos veces por la misma orilla. Nada será lo mismo y nada deberá ser lo mismo. Viviremos el presente, recordando otra vez que, “el futuro no existe”.

Por hoy estas líneas serán aún más breves que en otras colaboraciones, ya que debo continuar el trabajo de corrección de algunas redacciones a distancia que un colega no puede hacer, ya que aún le faltan 12 de los 14 días y 14 noches en casa que son rigurosos para tratar de librar consecuencias mayores en estos casos. Resguardo, cuidados de higiene y los remedios habidos y por haber, y así será. Todo menos verse en aquello que le recuerdan haber expresado al ex ministro italiano de negra memoria, Giulio Andreotti, quien ante la enfermedad crónica y para justificar la administración de drásticos medicamentos fuera del vademecum, decía que cuando los padecimientos son terribles, hay que acometerlos sin escapatoria con terribles remedios.

Que los oráculos nos den tiempos mejores y que seamos capaces de vivirlos, y que allá adelante, sino todos y todas, si los más, podamos volvamos a encontrarnos sin mayor daño y decididos como nunca a no volver a caer entre las viejas y las nuevas piedras, sino todo lo contrario.

Será fundamental una participación más activa de nosotros los ciudadanos en la política, para el impulso de esquemas nuevos de gobierno y convivencia, fundados en un rompimiento con el interés económico que ha despedazado al individuo y la vida social; un rompimiento, así sea gradual, contra la acumulación sin límite y la competencia que deshumaniza, para que pronto podamos saltar esta enorme piedra -”siempre las piedras”- esta que amenaza con venírsenos encima. Y que no sea este un año para olvidar.

Van por último estos versos de un libro* de mi presunta autoría, como testimonio de gratitud a los lectores, y como alguien ya lo dijo “con la íntima esperanza de que los hagan suyos”.

                      I

Remolinos del viento, lluvia de la ciudad, muslos de pan y madrugada, aceras que al paso de unos días serán hojarasca, cabinas de teléfonos, olvido, cortinas del paisaje, vestidos en el aire, descubiertos una y otra vez por la lluvia de la ciudad

Remolino de la ciudad, árboles y días vencidos por la insolación, bajo el peso de las promesas, del vértigo otoñal de los pájaros.

Muros y murallas, desierto y verano, trueno entre las voces lejanísimas, y la palabra lluvia en el verso de tu libreta

Seguimos, remolino del viento, Ciudad umbría, aunque el paisaje del mundo –a esta hora- pareciera borrar todos los caminos.

*Tardes y adelfas (Ed. UAA, 2017)

Publicado en Hidrocálido 17 de diciembre de 2020

  

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

Armando Alonso de Alba

Poeta y periodista hidrocálido.

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