UNA VISITA A LA ESPERANZA (2/2)

UNA VISITA A LA ESPERANZA (2/2)

Estoy contándole de una visita que realicé al Centro de Atención para la Rehabilitación de Adicciones, en compañía de mis compañeros de la maestría en Investigaciones Sociales y Humanísticas de la UAA, que tuve el privilegio de estudiar hace unos años. La visita obedeció a una actividad de una materia de metodología. En el vestíbulo del edificio encontramos una mesa cubierta con telas de colores, verde, blanco y rojo. Es un sencillo altar con dos imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, una de la Virgen de San Juan y, así como para que remache, tres de la Virgen de Guadalupe.

Del dormitorio salimos a un patio donde se encuentra una cancha de baloncesto cuyos mejores días han pasado. En algunas partes el concreto ya no tiene el acabado fino de estos espacios. Un par de jóvenes hombres improvisan una cascarita, en tanto que en una banca cerca de la puerta una enfermera platica con un joven.

Vistas desde este patio, la barda que lo circunda, las instalaciones, me recuerdan una cárcel, y por la forma en que está organizado todo, con horarios más o menos rigurosos, podría serlo, pero no hay tal, y en todo caso quienes están aquí permanecen de manera voluntaria, y en todo caso la prisión está en sus almas; en su adicción. ¡Qué complicado huir de sí mismos!

Luego de unos momentos ahí, pasamos a un salón que en otros momentos es utilizado por Alcohólicos Anónimos. Hay ahí fotografías de los fundadores de este movimiento, un par de pintarrones y un podio con las iniciales del grupo. También hay un par de letreros que, como el del dormitorio, quieren ser un programa de vida: Primero es lo primero, Poco a poco se va lejos, y Vive y deja vivir…

Entra un grupo de hombres dispuestos a compartir sus experiencias. El abanico de edades es amplio, de los 20 a los 60 años, aproximadamente, y a primera vista todos tienen un origen urbano; profesionistas, empleados, obreros. Uno a uno van contando sus historias; historias terribles en las que la degradación se mezcla con la esperanza de salir de este atolladero que son las adicciones.

Se conciben como adictos en recuperación. Hablan con soltura; explican su situación como si se tratara de un problema técnico de fácil resolución, o como si esto que cuentan sobre la angustia, el estrés, la violencia y el abandono que significan las adicciones, les ocurriera a otras personas, y no a ellos.

Nos miran de frente, y algunos se golpean las piernas mientras hablan, o se mueven nerviosos en sus sillas; uno de ellos debe luchar para mantener la voz firme, porque el recuerdo de lo que cuenta amenaza con quebrársela. Antes que llorar guarda silencio, baja la cabeza y recibe palmadas de quienes están a su lado.

Invariablemente hablan de las virtudes de este lugar, y más de alguno se refiere a los anexos, otros lugares en donde han estado luchando contra sí mismos; contra sus adicciones, y comparan, para concluir que este es un lugar idóneo, aunque también es posible constatar que en última instancia lo que viven es también la esperanza de salir adelante; de librarse de sus demonios internos.

Poco a poco, mientras se despliegan estas historias de terror vamos sintiéndonos apabullados, nuestras voces acalladas por el drama que perturba a estos hombres, de tal manera que cuando el último culmina su relato, la terapeuta nos pregunta si tenemos algún cuestionamiento que hacer. ¿Qué podríamos preguntar, si todo se ha dicho? En cambio reconocemos el esfuerzo que estas personas realizan para librarse de su adicción; algunos drogas, pero en general se trata de alcohólicos, y los animamos a seguir adelante.

Mientras salimos al aire libre y a la luz del Sol; al silencio del campo que rodea este lugar, no puedo menos que pensar en lo complicado que puede llegar a ser vivir en libertad; aprovechar este privilegio de manera adecuada, es decir, sin causarnos daño y ocasionárselo a otros. Somos tan frágiles, tan susceptibles de irnos tras lo primero que se nos pone enfrente, y enfrente hay tantos estímulos perniciosos, que termina uno exhausto. De nueva cuenta, como en la ocasión en que visité el CERESO de varones de la salida a Calvillo, termino preguntándome si mi vida transcurre al margen de todo esto; si en verdad vivo en libertad. ¿Quién sabe? Porque luego resulta que estas son situaciones extremas, pero hay otras de las que difícilmente escapamos; adicciones más sutiles y hasta inocentes; vicios aparentemente menos dañinos, en nuestro consumo cotidiano, en las personas que frecuentamos, en las actividades que realizamos, como la afición a negras bebidas, etc., y así como hay viejas adicciones, nuevas situaciones generan nuevas esclavitudes, por ejemplo los videojuegos, el Cara libro, el ¡Qué sucede?, etc.

Pero no se preocupe (demasiado), que al fin y al cabo, estas situaciones no son sino consecuencia de nuestra humanidad; inherentes a ella, por lo que van a estar ahí toda la vida, fastidiándonos la vida. Total: el que esté libre de adicciones, que tire la primera terapia. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).

Carlos Reyes Sahagún
Carlos Reyes Sahagún

Profesor investigador del departamento de Historia en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Cronista del municipio de Aguascalientes.

Carlos Reyes Sahagún

Profesor investigador del departamento de Historia en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Cronista del municipio de Aguascalientes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!