Viaje a la Memoria. Un recuento personal de Otto Granados Roldán
Sean estas líneas una invitación para que se apersone usted en la fiesta anual del libro de Aguascalientes; la Feria del Libro, que abrió sus puertas el sábado anterior, y permanecerá hasta el próximo domingo 18 de septiembre, en las espléndidas instalaciones de FICO13, ahí, a un ladito del Museo Espacio, en el Complejo Tres Centurias. El punto de referencia más fácil para acceder a este espacio es la Puerta Saturnina, la magna escultura del artista Sebastián, que está pintada de naranja, y que se encuentra en la acera oriente de la Avenida Manuel Gómez Morín.
Sin duda una de las primeras actividades fue la presentación del libro “Viaje a la memoria. Un recuento personal”, del ex gobernador Otto Granados Roldán, publicado por el Gobierno del Estado (léase Instituto Cultural de Aguascalientes) y la editorial Cal y Arena.
En su intervención, el exgobernador reflexionó a propósito de las diversas funciones públicas que desarrolló, con particular énfasis en la gubernatura. Tal y como afirma en el principio, el libro es una invitación a los jóvenes a intervenir en la vida pública; a hacer política, no sin perder de vista que se trata de una actividad desprestigiada, muy frecuentemente condenada por la sociedad, no forzosamente de manera gratuita. ¿Por qué dedicarse a la actividad pública; por qué? Porque a final de cuentas, cuando se ejerce de manera responsable, se alcanzan metas que favorecen, no a ese ente abstracto que denominamos sociedad, sino más bien a personas concretas. En este sentido, el exgobernador contó un par de anécdotas que dan cuenta de la satisfacción del deber cumplido. Se trata de dos historias distantes de los reflectores y la parafernalia que frecuentemente acompaña al poder, pero que adquieren la mayor trascendencia posible, porque son dan la razón en torno a alguna decisión tomada.
La primera anécdota tiene como protagonista al presidente municipal Leonardo Montañez. Granados contó que recientemente comió con él, y aquel recordó que siendo niño había recibido una beca APROBE, un impulso de los que se otorgaron en los años en que fue gobernador (1992-98), que premiaba el esfuerzo, y no el simple acto de ser niño y encontrarse en una edad escolar, sino el ya contar con un buen desempeño académico. Quizá no fuera impertinente preguntarse qué habría sido de aquel niño que hoy es presidente municipal de Aguascalientes, de no haber accedido a esa beca… La otra historia me parece más interesante. En una ocasión viajó el exgobernador a la ciudad de Seattle, Washington, y entonces, a la hora de pasar la frontera, el funcionario que lo atendió le retuvo el documento migratorio, lo observaba y luego regresaba al pasaporte. Hasta que de pronto le pidió que esperara, y desapareció por alguna puerta. Minutos después regresó el hombre y le preguntó si había sido gobernador de Aguascalientes. A la afirmativa, el hombre contestó que su esposa era de Rincón de Romos, y también algún beneficio había recibido en esos años.
En fin. Ese es el tipo de cosas satisfactorias que quedan cuando el teléfono deja de sonar; cuando las luces se apagan, y desde luego la multitud de recuerdos, a propósito de lo dicho, lo vivido, lo pensado, pero he aquí que generalmente quienes desempeñan cargos relevantes optan por guardar silencio. Por eso no cabe duda que estamos ante un libro raro; excepcional y, sobre todo, pionero, porque por primera vez en la historia política de Aguascalientes, un personaje central; relevante de ella, publica sus memorias.
Antes, hace casi 20 años, en diciembre de 2002, Granados dio a conocer su visión en torno al proceso electoral de 1998, en que el PRI perdió por primera ocasión la gubernatura de Aguascalientes. Aquello ya fue excepcional: que alguien se refiriera de manera abierta a ese momento secreto en que había participado, con nombres, apellidos, circunstancias, momentos, etc., resultaba, por decir lo menos, insólito.
Sabíamos, suponíamos, inferíamos, pero sólo a partir de la lectura de los signos de los tiempos, del análisis de las entrañas de animales fantásticos, o de las versiones que corrían de boca en boca pero que jamás alcanzaban la certeza comprometedora de la letra impresa.
En estos artículos de 2002 se advierte una serie de líneas que ahora, en este libro, esta geografía de la memoria” se desarrollan con una gran intensidad y, en mi opinión, de manera exitosa.
De entrada está lo que el propio Granados denomina como “escribir la historia política de los años recientes”, que ha sido documentada parcialmente por los medios de comunicación. Los académicos, a los que el también exsecretario de Educación Pública se refiere al señalar que pocos de ellos tienen la experiencia práctica de la gestión pública, y que “lo suyo es otro terreno: el estudio y acaso la meditación desde el silencio del cubículo”.
Ciertamente algunos académicos han generado algunos acercamientos a la realidad del gobierno de Aguascalientes, que indudablemente contribuyen al conocimiento de esta realidad.
Están los trabajos de Jesús Gómez Serrano, Andrés Reyes Rodríguez, y otros, sobre los gobernadores Alejandro Vázquez del Mercado, los Arellano, Ruiz Esparza y Valle, sobre Edmundo Games Orozco. Yo mismo publiqué hace unos años un volumen sobre Luis Ortega en el que ofrezco una teoría sobre como fue que este personaje se convirtió en gobernador del estado, que hasta que se demuestre lo contrario daré por cierta. Finalmente, sobre este asunto, tengo entendido que Andrés Reyes Rodríguez está trabajando la gubernatura del ingeniero Miguel Angel Barberena.
Desde luego estos trabajos no son memorias propiamente dichas, pero revelan detalles sobre el desempeño administrativo de los gobiernos y las tensiones políticas que vivieron, pero definitivamente nada que ver con este, y que responde a un viejo planteamiento del exgobernador: que los protagonistas ofrezcan su versión de las cosas. En palabras de Granados: “que quienes han participado en ella (en la política) relaten y analicen los hechos, los matices, las causas y las claves que permitan contar con una visión más completa de los cambios regionales y nacionales que de varios modos, anticiparon los resultados electorales del 2000.” Ahora, Granados ha cumplido con creces lo dicho hace casi 20 años, y nos presenta este libro.
Pero sin decir agua va, en lugar de meterle oro en hoja le metieron pintura dorada. Le cambiaron de color de los cabellos, la posición de las cejas… Es común en la restauración. Hay una diferencia entre ser cocreador y ser restaurador. Aquí yo no voy a crear nada. Tengo que seguir lo establecido y devolverle su belleza, su originalidad, no co crear. ¡Ah, pues a mí me gustaría!…. No, ya no respetan volumen, traza, materiales constructivos originales, nada. Ya no lo hacen, ya lo que están haciendo es por su gusto y a su gusto.
Yo creo que para apreciar lo que tenemos en un templo, en una iglesia de este tipo, lo primero en que debemos apoyarnos es en el sentido común. Dudo mucho… Porque en Aguascalientes hay mucho conocimiento, hay mucho celo, tanto de lo feo como de lo artístico, dudo mucho que se atrevieran a comprar cosas chafas. No hay forma; hay algunas ocasiones en que sí, algún sacerdote, con ese ánimo de decir… ¡Ah, mira, me encontré esto que está hermoso!…. Y va pa’tras.
Entonces esta es una de las cosas que tiene la catedral. Siguiendo un sentido lógico, un sentido común, nada de lo que está aquí puede decirse que no vale la pena, y aquellas intervenciones que se han hecho, pues no obedecieron a un criterio de intervención demasiado cercano; ortodoxo, por ejemplo con estos ángeles”, dice señalando los ceroferarios, estas figuras de ángeles que portan lámparas, que están en los costados del presbiterio. “Ahí es donde empiezan a cambiar las cosas. No pues es que nos dijeron, las autoridades, que quitáramos esos colores. Oye: pero si autorizaste todos los cambios cromáticos, ¿por qué haces eso? Esas ganas que tienen a veces, pero sin razones. A veces no tienen conocimiento, y sin embargo ¡ah cómo…!”
Aquí termina la entrevista con el maestro restaurador de la imagen de Nuestra Señora de Aguascalientes, Víctor Gasca Arias, de San Luis Potosí, una conversación que no me habría sido posible sostener sin la colaboración del custodio de la catedral, el canónigo Raúl Sosa Palos, a quien de esta muy alta tribuna agradezco el gesto.
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Cambio de tema pero sigo con lo mismo, y ahora voy con mi resto sobre las actividades por el centenario de la llegada a Aguascalientes de la magna escultura. Como se recordará, el obispo José María de la Torre tuvo la idea de sacar de catedral esta imagen, que según me informó Gasca pesa unos 250 kilogramos. El planteamiento era, por decir lo menos, un despropósito, dado el riesgo que la medida entrañaba para la integridad de la pieza. La propuesta, si mi fuente es certera, se hizo en el contexto de una de las misas del quincenario de 2018, y en un gesto del más rancio populismo, habría pedido al respetable una votación a mano alzada, que desde luego le fue favorable. ¿Quién de entre quienes asisten a la catedral, a los actos litúrgicos del quincenario, o a cualquier otro evento, va a decirle que no al obispo; quién? Pero sí hubo quien se opuso, y al parecer resultó más que suficiente para evitar el desaguisado: el cabildo catedralicio.
Entonces el obispo ordenó la construcción de una réplica, que fuera la que anduviera de parroquia en parroquia.
Entonces, fotografié esta nueva escultura el domingo 23 de junio, en la parroquia de Los Bosques, mi parroquia, antes de la misa de las 17.30 h. Una semana antes el sacerdote anunció el fasto, así que fui preparado. Me llevé mi trípode para el efecto de hacer algunas tomas de larga exposición, buscando imágenes nítidas y bien iluminadas, esto porque invariablemente el flash distorsiona el resultado. En esas estaba cuando se me acercó una mujer de esas que nunca faltan en los templos, una mujer que, según observé, actuaba como sacristana. Es una mujer mayor, de pelo corto, extremadamente seria, aunque la he visto sonreír cuando recoge la limosna. Se me acercó y, con toda la autoridad que le venía de la sacristía, me preguntó que de donde venía. Vaya fastidio, pensé viéndola venir; ¡qué flojera! Digo, viendo venir la bronca. Entonces me acordé de don Quijote de la Mancha, su famosa expresión: “Con la iglesia hemos topado”, y la no tan famosa –de hecho desconocida- respuesta de Sancho, su compañero y amigo: “ya lo veo, y ruego a Dios que no topemos con nuestra sepultura” etc. Por fortuna prácticamente había terminado con la imagen, que había retratado de frente, de perfil, por atrás, acercamiento al rostro, acercamiento a la túnica, por detrás, el velo, acercamiento al velo, etc.; prácticamente había terminado.
Dada la extrema seriedad de la expresión de la mujer, superé la tentación de contestarle que venía de mi casa, que desde luego no era la suya, pero que era la más pura y luminosa de las verdades, y sólo la verdad. En cambio afirmé que no procedía de ningún lado, o algo así, dando a entender que venía por mi cuenta, gusto y riesgo, que me había pasado toda la semana esperando ese momento, dado que en la misma celebración del domingo anterior se había anunciado la visita de la imagen, y que las fotografías eran para mí. Pude hablarle de mi investidura de cronista municipal, pero capaz que sale peor, o tirarle un rollo mareador a propósito de la pertinencia de dejar constancia de un hecho histórico bla, bla, bla, pero no, mejor no. Así que insistí con este asunto de que no venía de ninguna parte, cosa que sería por demás extraordinaria; venir de ninguna parte y no ser nadie.
En fin. Para no hacer el cuento largo, la mujer me dijo que no podía fotografiar la imagen por la libre, así, sin más ni más, y lo dijo bien seria; de veras bien seriesota. ¿Por qué no? Su respuesta me encabritó; me metió en el túnel del tiempo y me hizo viajar a la edad media, la época de los papas Médicis, etc. Su respuesta fue que porque necesitaba el permiso del señor cura, esto a pesar de que varias personas la fotografiaban con teléfonos móviles. Entonces la sangre se me alcanzó a entibiar un poquito, pero nomás poquito –a veces me siento tentado a pensar que no tengo sangre en las venas, sino café-. En vez de preguntar si la imagen era del mentado señor cura; de su propiedad propia suya de él, conté hasta 10 millones y volví a cuestionar: ¿por qué? Ya ni me acuerdo con qué reviró, quizá dijo que porque sí, o porque estaba en la parroquia o porque lo mandaba ella, no sé; no me acuerdo. Pero sí recuerdo que, triunfante, me encogí de hombros y le dije: que al cabo ya terminé, cosa que efectivamente había ocurrido, y me retiré del emplazamiento de la imagen. Tal vez pensó que querría hacer negocio, imprimir las fotos y venderlas a 2 por $10; quizá. Entonces un hombre que se acercó a la sacristana en el lance, se vino detrás de mí y me encaró, no con la expresión dura, helada, de la dama. Le dije que cada ocho días iba a misa ahí, a mi parroquia, y que no era ningún extraño. Él contestó, sus palabras acompañadas por una sonrisa amable, que era una cuestión de respeto. Pero entonces comenzó la misa. Así que ya no pude preguntar cuál era exactamente la falta de respeto que había cometido.
En muchos templos europeos se venden libros profusamente ilustrados con imágenes de las obras de cuanto artista han dejado su huella en ellos, fotografías que alguien tomó. ¿De qué me hablaba? E incluso en más de algún caso, las catedrales de Ávila y Santiago de Compostela, por ejemplo, la tienda está dentro de la catedral. ¿De qué respeto me hablaba este hombre? En Ely, Cambridgeshire, en el este de Inglaterra; la catedral es un edificio gótico bellísimo, con una cúpula en forma de estrella. La tienda no sólo está dentro del edificio sacro, sino que además incluye una cafetería, y en la misa dominical, oficiada por una mujer –es una catedral anglicana-, a la salida, también dentro del recinto catedralicio, la sacerdotisa encabezó la entrega de bocadillos a los parroquianos, en el contexto de una convivencia. En varias catedrales se cobra la entrada, y en la de Viena el boleto tiene diversos precios, según las zonas a las que se puede acceder; el boleto más caro permite el acceso a las catacumbas, la torre… Me queda muy claro que semejantes prácticas responden a la necesidad de allegarse recursos para darle mantenimiento a semejante patrimonio, que en verdad es costoso.
En fin. Que, por lo visto, se trata de prácticas que aquí resultarían escandalosas. ¿Qué será, entonces, el respeto? ¿Tendría que asumir que aquella era una “Virgen de la Asunción, derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o total?; ¿algo así? Ya al final de la celebración, la sangre vuelta a su cauce normal, pensé para mis adentros lo que he escuchado que dicen los jóvenes cuando algo les vale sorbete: gûereber, y ahí acabó el asunto: aquí se acabó la misa y cada quien para su casa. Por cierto que varias personas se acercaron a la imagen y la fotografiaron, no con cámara y trípode, sino con teléfono móvil.
En descargo de semejante episodio diré que quizá tengan razón estas buenas personas. Es una pena, pero vivimos tiempos difíciles, de una enorme rispidez. Tiempos de desconfianza y de estar a la defensiva unos contra otros; todos contra todos. Desgraciadamente en más de algún caso les asiste la razón. Ahí está el lamentable caso de la imagen de la Virgen de San Juan, en su templo de la colonia San Pablo, que fue destruida en septiembre de 2018. Entonces, no me extrañaría que la doña sacristana y su compañero se pusieran a la defensiva, ahora que la imagen de doña Mariquita de la Asunción estuvo tan a la mano. Pero señora, señor: ¿acaso tendré facha de “estatuicida”?, o ¿creería la dama que mi camarita tendría poderes pulverizadores en el lente?
Casi para terminar, un trío de por ciertos: Por cierto No. 1: de ser verídica la versión que escuché a propósito del impedimento para pasear por toda la diócesis la imagen original, sus excelentes personas, los señores canónigos, tuvieron razón, porque la copia tenía rotos –rotos y vueltos a pegar- varios dedos de la mano con la que la Mariquita de la Asunción saluda, es decir, la derecha, y esto sí, nadie me lo cuenta; yo lo vi. Por cierto No. 2: ¿dónde habrá quedado esta imagen?
Termino ya con esta larguísima serie de artículos escritos a propósito del centenario de la llegada a Aguascalientes de la imagen de la Virgen de la Asunción que preside en catedral, y lo hago con un verso del profeta del mariachi, Rubén Fuentes, un verso alado que de cuando en cuando vino a posarse en mi mente, mientras escribía estos artículos, igualito que las caritas preciosas de las diversas imágenes a las que me referí, desde luego la de catedral, pero también la de Los Azulitos, Jalisco, la del Cabildo catedralicio, la de La Congoja y la copia. Por cierto No. 3: ahora que lo escribo me doy cuenta que nunca dije nada sobre la imagen que corona el ciprés, que seguro tiene la edad del conjunto de la obra que, creo, es de principios del siglo XX. En fin, si no dije nada es porque nada no sé sobre esta preciosa obra, salvo que es una Inmaculada Concepción, dato que me ofreció el historiador –ese sí de deveras– Christian Medina López Velarde.
Lo que quiero destacar es que a final de cuentas no pierdo de vista el hecho de que se trata de imágenes, fabricadas con diversos materiales, mármol, madera, yeso, pinturas, etc., es decir, son algo material, admirables por su manufactura, su conservación, y desde luego por lo que significan, pero este hecho choca con el tratamiento que reciben, que me parece excesivo del que merecen porque señora, señor: de seguro me equivoco pero hay personas que se acercan a ellas y las contemplan, no como las imágenes que son, sino como si se tratara de la mismísima Virgen María.
Por mi parte, veo en todas estas imágenes dos cosas: por una parte el celo de quien las fabrica y/o encarga, entendido este como el “cuidado, diligencia, esmero que alguien pone al hacer algo”, y por la otra, complemento de lo anterior, el homenaje que representan; la manera como las personas buscan, en este caso, acercarse a Dios. Esta es, me parece, la idea central que ha guiado las mentes; las manos; mentes y manos prodigiosas, de quienes idearon y realizaron las grandes catedrales, las esculturas, las pinturas, los relieves, las obras musicales y literarias, el deseo de utilizar estos medios para honrar su fe, y evocar ese otro mundo al que aspiran. En mi inútil opinión, es aquí en donde radica la belleza de las imágenes sacras a las que me he referido, la expresión de su rostro, sus ropajes y adornos.
El verso del excelentísimo Rubén Fuentes procede de su son La madrugada, y seguramente visitó mi pobre y limitado cerebro de cuando en cuando, nomás de estar pensando en la mujer madre; mujer hermosa, pura, en el acto de ser llevada al cielo, mi propia aspiración de una vida trascendente, más luminosa y libre de lastres y ataduras que esta; más limpia, la nostalgia del tiempo perdido. Y dice así, y así concluyo: Lucero de la mañana/préstame tu claridad/para seguirle los pasos/a esa joven que se va.
Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com.