Adiós al macho (Ciao maschio)
Cuando a fines de los años setenta un grupo de amigos vimos la película de Marco Ferreri Ciao maschio, salimos con la sensación de que esta película anticipaba los cambios que a partir de entonces estaban ocurriendo a nivel global: el ascenso cada vez más claro de la participación de la mujer en la toma de decisiones a nivel familiar y social. Quizá por influencia de esta película o simplemente por conocer este gran cambio, el reconocimiento de la importancia del papel de la mujer en la historia sería uno de los temas centrales en el inicio de mis investigaciones.
En la búsqueda de indicadores de esa transformación pude documentar a través de la historia social y demográfica primero la inclusión lenta pero relevante de las niñas en la educación básica, sobre todo en la segunda mitad del siglo veinte. Observé que la incorporación masiva en las escuelas especialmente de niñas ocurrió del norte hacia el sur del país, no del centro hacia todo el país, de tal manera que algunos cambios han ocurrido en esa dirección. Estudié también a través de las propuestas de un gran historiador francés Emmanuel Todd, los diferentes tipos de familia caracterizados sobre todo por la participación o no de los diferentes integrantes en las decisiones familiares. Es decir, en sociedades en donde existe una tradición familiar más participativa, había más progresos sociales en términos políticos e incluso económicos.
Pude observar también, a través de la transición demográfica (de altas tasas de nacimientos y mortalidad, a bajas tasas), el cambio que representó el descenso del número de hijos en mujeres en edad fértil de 7 u 8 hijos a dos o uno de los últimos tiempos. Este cambio en particular, el tener menos hijos, representó en su momento el inicio de la gran transformación que vivimos, dado que las mujeres comenzaron por controlar su propio cuerpo no obstante las creencias religiosas o familiares al tomar anticonceptivos por su propia decisión. Este cambio mental o mejor cultural ejemplificado en una acción concreta que rechazaba siglos de creencias sobre la función de las mujeres dentro del matrimonio, simbolizó el ascenso insisto lento pero definitivo de las mujeres en la vida familiar y educativa, así como en la vida social, económica y política de los últimos años.
Paralelamente a esta transformación vinieron otras formas de hacer y contar la historia. Comenzó la historia de las mujeres en particular que habían tenido un papel destacado en acontecimientos históricos pero que la historia básicamente masculina o patriarcal había relegado. El ejemplo más claro que pongo a los estudiantes sobre esta historia sesgada es la Historia del arte, de Gombrich, publicada a mediados del siglo pasado pero que todavía se utiliza en la enseñanza, ya que no menciona a ninguna mujer artista en toda la historia de las artes. Desde luego no habría que descontextualizar el momento en que Gombrich la escribió, pero nos advierte de que en la actualidad no podemos enseñar sólo a través de este tipo de grandes libros.
Sin embargo, dadas las transformaciones en los procesos identitarios la historia de las mujeres pasó a ser “historia de género”, es decir una concepción en la que no puede hablarse sólo de reivindicar el papel de las mujeres sino de todas aquellas personas que han decidido rechazar el determinismo biológico, como ocurre con los diferentes colectivos que luchan por un reconocimiento no sólo en la historia sino también en la vida política, social y económica del presente. Buena parte de la producción historiográfica de los últimos años, tiene que ver precisamente con estas transformaciones.
Un tema dentro de estas historias de género, quizá menos estudiado pero también relevante, corresponde a los tipos de masculinidad y al papel que ésta puede jugar. Ello porque dentro del ámbito social y familiar está cambiando afortunadamente el rol tradicional de un único proveedor y en ese sentido de establecer una familia con decisiones jerárquicas sólo a través del padre. Las tensiones generadas por este cambio de papeles han escalado de diferente manera, en ocasiones con grados de violencia al interior de los espacios familiares que han terminado por ser espacios de poder (como lo visualizó Foucault hace tiempo) sobre lo cual no se han planteado acciones sociales y públicas decididamente para combatir esta escalada. El aumento de la violencia en todos los ámbitos requiere pues atenciones específicas, para evitar una descomposición social mayor, además del rechazo social a una masculinidad tóxica que no debe reproducirse.
El reconocimiento en primer lugar que las familias han cambiado debiera ser un primer paso de cualquier gobierno medianamente atento a las transformaciones de la sociedad. Más allá de ideologías, es necesario que las políticas sociales se encaminen en primer lugar a atender la violencia de género, fruto de cambios sociales más profundos como he tratado de señalar y que nos alertan de transformaciones familiares de largo plazo. Además, avanzar en la exigencia de mejores salarios a mujeres en trabajos iguales, lo que reconoce temas de fondo en términos de desigualdad.
En este terreno como en otros es fundamental el papel de la educación. Adiós al macho implica efectivamente educar a los niños y niñas, y a los padres, en que se requieren nuevos tipos de relaciones que acepten el respeto y el diálogo como manera de convivencia, no sólo las órdenes verticales de quien está representando un papel que ya no debiera existir en los diferentes ámbitos, desde luego en las familias, pero también en las escuelas y sobre todo en la política. Por ello puede ser un buen augurio de que la próxima presidenta sea mujer.
Ciertamente el ascenso muy merecido de las mujeres en la política no es garantía de nuevas formas de entender el poder. Vivimos casos en que el gobierno de mujeres ha terminado por reproducir todas las formas tradicionales de su ejercicio, como es el caso extremo en el estado de Guerrero. Pero existen también casos muy positivos a nivel global y que se vivieron durante la Pandemia, en donde el liderazgo de las mujeres mostró ser más efectivo en momentos críticos, como fueron los casos de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, Tsai Ing-wen en Taiwán, Merkel en Alemania, y en general en los países nórdicos que coincidió con gobiernos de mujeres. Quizá porque tomaron las medidas a tiempo y de manera correcta, porque supieron comunicar adecuadamente el problema, y porque coincidieron en mantener la calma en tiempos difíciles. Virtudes que suelen perder los gobiernos más autoritarios. Se requieren pues más liderazgos de mujeres convencidas en avanzar democráticamente, no en reproducir viejas formas de ejercer el poder.