El precio del progreso
Más de nueve años han transcurrido desde aquellas colaboraciones en las cuales trataba de explicar el porqué son siempre tan mala idea seguir convirtiendo a Aguascalientes en Aguascapuentes (próximamente). Pero, como suele ocurrir con nuestra clase política, casi una década no les ha servido para poder agarrar un par de libros, o un par de artículos de internet por lo menos para caer en la cuenta de que siguen impulsando un modelo de desarrollo urbano – y social – que tiene el mismo valor de novedad y utilidad que las caricaturas de los Picapiedra.
Seguro, en su momento fueron un éxito, pero ese momento ya pasó, y no hay manera de que hoy en día alguien pueda volver a hacer a los Picapiedra, no sin una gigantesca dosis de sarcasmo de por medio. Sin embargo, impetérritos ante la investigación, inmunes al conocimiento, inadheribles a la razón, los políticos de todos los colores, siguen pensando que lo que Aguascalientes realmente necesita son hartos puentes y hablando en buen hidrocálido, bien muchos pasos a desnivel, para resolver el cada vez mayor problema del tráfico en la ciudad. A pesar de que los estudios científicos y técnicos al respecto demuestran que ésto no es verdad, y a pesar de que los múltiples puentes ya construídos no han logrado tener el efecto real de reducir el tráfico, ni mejorar sustancialmente los tiempos de traslado, el gobierno del Estado está empeñado no sólo en seguir con esta política, sino además, de hacerlo de la forma en que pueda molestar al mayor número de gente en el menor tiempo posible. Para ello, además de tener cerrado el tercer anillo y la salida a Zacatecas, ahora le dio por hacer -al mismo tiempo- dos pasos a desnivel por la zona de la Universidad Autónoma, provocando, sin quererlo, la mayor discusión que ha habido recientemente sobre la obra pública y lo que debe, o no, costarnos el avance y el progreso para Aguascalientes.
Dejemos de momento el tema sobre la utilidad o inutilidad de los pasos a desnivel y afines, lo que me interesa comentar aquí es sobre las reacciones, especialmente las reacciones que buscan defender o justificar estas obras públicas, al tiempo que buscan desestimar las críticas que se le están formulando, desde distintos ámbitos, a estos proyectos. Quitemos a los troles de siempre y a los que usan como argumento válido la conspiración del infumable locutor de la mexicanita, y pasemos a la visión que comparten muchas personas que, de la manera más sincera, buscan lo mejor para nuestra ciudad nuestro estado, pero que siguen comprando el discurso de que el progreso y la modernidad sólo pueden conseguirse sacrificando en el altar de la historia a todo lo que parezca arcaico o, peor aún, pueblerino. El propio Gobernador del estado ha salido a defender la tala de más de 100 árboles bajo este razonamiento, son las famosas medidas dolorosas pero necesarias que nos vienen recetando desde los tiempos de Salinas de Gortari y, así como en aquel entonces, siguen siendo viles mentiras.
Identifico dos ideas que alimentan esta concepción errada aunque bienintencionada que parece ser todavía muy popular allá afuera. La primera, es que la movilidad y la planeación urbana están ligadas completamente al automóvil particular, así que cualquier obra tiene que estar diseñada para mejorar el trayecto de los autos particulares, o mejor dicho, para hacerlo más rápido, se mide la calidad de la movilidad por los minutos ahorrados. La segunda, que absorbe por completo a la primera, es que existe siempre un «precio a pagar» si queremos tener una mejor movilidad y una mejor planeación urbana. Y este precio, por pura y celestial casualidad, lo termina pagando casi siempre la ya de por sí escasa flora de la ciudad y el estado; La Pona, el Bosque de Cobos, los árboles de Av. De la Madrid, son vistos como peones sacrificables en aras del progreso y la modernidad, nuestros dos grandes ídolos contemporáneos.
Ahora bien, como suele ocurrir con las ideas hegemónicas, estos discursos no suelen ser puestos en tela de juicio, la mayoría de los que los apoyan simplemente están convencidos de que tiene que ser así, son las únicas opciones. De manera similar a lo que ocurre con el lúgubremente famoso combate a las drogas, parecería que sólo hay dos sopas, o ejército o el imperio de los narcos, cuando la cosa no es ni remotamente así. Aquí ocurre algo parecido, los debates y las descalificaciones para los críticos van en esa dirección, las únicas dos opciones posibles son el progreso hecho piedra y cemento, o el atraso pueblerino y bicicletero. Como pasa con el empleo en lo que refiere a la economía, para la movilidad y el diseño urbano, la infraestructura se convierte en la panacea, es la varita mágica que solucionará los problemas de tráfico y beneficiará a miles de habitantes, si queremos ser competitivos, hay que tener más y más infraestructura, total, luego se plantarán arbolitos en el parque Héroes (si, le voy a seguir diciendo parque Héroes) y listo.
Pues resulta que no. Por lo menos no tanto así. Quizás lo más irónico de esta visión de lo que significa modernidad y progreso es el hecho de que lleva más o menos unos treinta años de atraso. Los apóstoles de la vanguardia en realidad están profesando una fe que perdió su encanto desde los años ochenta. Basta dar una pequeña vuelta a lo que se comenta hoy en cuanto a urbanismo, planeación y movilidad para darse cuenta de que esas ideas simplemente ya no funcionan. Los ejemplos a nivel mundial cunden y dan muestra de hacia donde va la auténtica avanzada y el progreso comprobable, y en ningún caso pasan por lo elefantíastico, por lo deshumanizador, por lo que va en contra del medio ambiente, todo lo contrario. Madrid convierte su autopista junto al Río en un parque lineal, París prohibe cada vez más el uso de vehículos en el centro; Seúl recupera su principal río, que habían sepultado bajo cemento, Medellín se vuelve ejemplo mundial gracias al uso del transporte público y la bicicleta; y ya no hablemos de Ámsterdam o Copenhague; Seattle, Curitiba, San Francisco, la lista sigue y sigue, en todos lados, la modernidad no tiene cara de puente, tiene cara de peatón.
Y esto tiene que ver con la idea de que lo bueno para el auto privado, es bueno para todos. La gran mayoría de los que honestamente creen que esta idea es cierta, no usan el transporte público ni aunque su vida dependa de ello. Tienen auto, la mayoría de las veces más de un auto, desde ahí viven la ciudad, desde ahí la piensan, desde ahí viven sus desplazamientos como una molestia, un trámite desagradable del que quieren deshacerse lo más rápido posible. Toda la clase política de Aguascalientes vive así, desde su auto particular, muy probablemente con chofer, piensan en lo bonito que sería que pudieran ir siempre a cien por hora en la ciudad, sin esos latosos semáforos, sin esos molestos peatones. La visión y la sensación de la ciudad es muy distinta para los peatones y los usuarios del transporte público, a ellos, como a los múltiples bicicleteros que diaramente vienen a la ciudad desde Jesús María, estos pasos a desnivel no representan ningún beneficio.
Los usuarios de automóviles privados representan solamente el 30% de todos los viajes que se hacen en la ciudad, esto significa que se están gastando milllones de pesos, se está eliminado la escasa vida verde de la ciudad, para algo de lo que no se beneficiará el 70% de la población. Como se vea, es una mala idea.
Es falsa esa disyuntiva entre progreso y ambiente, es una idea estancada en el pasado, que ha demostrado su inutilidad y debemos descartar. Los mejores ejemplos en el mundo nos dicen que el progreso y el cuidado del ambiente son la misma cosa, la ciudad construída y planeada a escala humana es la verdadera vanguardia. Nuestras buenas conciencias y nuestros mejores ciudadanos (y hasta los peores como aquel de la mexicanita) necesitan caer en la cuenta de que la infraestructura por sí misma no resuelve nada, si no está orientada a los usuarios reales, en lugar de a los coches. El desarrollo económico a costa del desarrollo social es tan siglo XX. Hay que dejar esas ideas junto a los Picapiedra.