Elogio de los jueces
Siendo alumno del maestro Ignacio Burgoa en la licenciatura en la UNAM, me impresionó un comentario suyo sobre una visita que hizo a Inglaterra, seguramente por razones académicas. Fue invitado a una recepción en el Palacio de Buckingham. El maestresala iba anunciando las personalidades que arribaban con sus respectivos títulos que eran recibidos con más o menos aplausos, con más o menos admiración. En un momento determinado solo pronunció dos palabras “Your honor” y el nombre de la persona que vestido austeramente ingresó entre un silencio respetuoso de reconocimiento, todos atentos a su persona. El maestro preguntó a alguno de sus acompañantes -Este señor ¿Quién es?- -Es un juez- le contestaron con todo respeto. La anécdota me impresionó profundamente porque significa un merecido reconocimiento a una de las funciones mas delicadas e importantes para el funcionamiento de una democracia. Pensé también al distancia en años luz que tenemos en nuestro respecto de la consideración social de la judicatura.
Años después, tuve la oportunidad de desempeñarme como juez civil, una experiencia gratificante y enriquecedora para un abogado, pero en ese momento pagada mezquinamente por lo que opté por renunciar y dedicarme al litigio, pero siempre estaré agradecido con la judicatura que contribuyó a forjarme como abogado. Hace muchos tiempo, pero nunca, en casi cincuenta años me había sentido tan orgulloso de haber desempeñado esa función, como este pasado domingo luego de la llamada “Reunión de la república” para conmemorar uno de los mitos fundacionales de nuestro país: la Constitución de 1917.
El Poder Judicial de la Federación es uno de los tres poderes en que el gobierno se divide para su ejercicio, a diferencia del ejecutivo que es unitario, los poderes legislativo y judicial son colegiados pero su representación para efectos de ceremonial y de legalidad se encomiendan al Presidente de la Suprema Corte de Justicia y al Presidente del Congreso que lo es el de la Cámara de Diputados, por ser la depositaria de la soberanía popular. Jerárquicamente en la república son iguales y se dividen por efectos de las funciones que desempeñan y, en todo caso, si alguno pudiera tener mayor representación o jerarquía sería el Congreso porque en el se representa indirectamente al pueblo que es el titular de la soberanía.
El presidente López Obrador ha tenido en sus casi cinco años de gobierno, de hecho empezó a gobernar antes de tomar posesión, un comportamiento errático, contradictorio, voluntarioso y autocrático rayano en desplantes que fácilmente podrían caracterizarse además de populistas, dictatoriales. Sus planes de gobierno son construidos y reconstruidos todos los días, sus acusaciones infundadas, sus difamaciones y calumnias corren a la par que sus mentiras. Un botón de muestra: el presidente no puede ser procesado por los dislates, muchos de ellos que comete todos los días en La Mañanera, porque conserva el fuero. Nos mintió y nos sigue mintiendo, basta revisar la constitución para constatar, contra lo que López Obrador afirma, que permanece vigente el llamado fuero presidencial.
De su lengua viperina nada ni nadie escapa, ni siquiera personajes que son Instituciones de la lucha democrática y del pensamiento de la llamada izquierda como el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, porque ante el menor atisbo de crítica o discrepancia el presidente se desquicia y arremete contra cualquiera que ose contradecirlo o cuestionarlo, no se diga quienes por convicción o conveniencia, que de cualquier forma deben ser objeto de respeto como ciudadanos, manifiestan opiniones críticas. El síndrome del quinto año es ya conocido y fácil de diagnosticar, el endiosamiento de que los presidentes son objeto empieza a desarticularse en el quinto año, las urgencias de las ambiciones por la sucesión se exacerban y quien más, quien menos, empiezan a llevar agua a su molino. López Obrador perdió en las elecciones pasadas la mayoría absoluta del Congreso lo que le impide lograr cambios constitucionales sin hacer alianzas o concertacesiones. No se si más grave, pero quizá más doloroso fue que los ministros de la Suprema Corte, en una decisión improbable voltearon la cara al presidente, quien por cierto les había insultado repetidamente, difamado y calumniado, y eligieron una presidente que tiene una sólida carrera judicial y que se ha forjado en el foro, en la academia y en los expedientes.
El presidente a estas alturas está obnubilado, pensó que seguiría tratando con alguien tan sumiso, abyecto y vacuo como el mininistro Lelo y que, con sólo una indicación lograría doblegar la voluntad de la Corte. Después de una desafortunada embajada de sus lacayos: el que funge como Secretario de Gobernación y la Consejera Jurídica del Gobierno, que pretendieron según trascendió como correveidiles presidenciales marcar línea a la Corte, López Obrador volvió a la cargada, dijo en su palco matutino que no confiaba en los ministros, si acaso en dos, remachó que el poder judicial estaba plagado de corruptos y días después regañó a la ministra por hablar de corrupción en el gobierno. A todo puerquito le llega su San Martín.
Juego que tiene desquite ni quien se pique. El pasado domingo en Querétaro el presidente en un gesto patanesco arribó al teatro de la República donde lo esperaban a la entrada la Presidente de la Corte y el Presidente del Congreso, les saludó displiciente por no decir groseramente y sin invitarles a acompañarlo siguió con su colitiva al interior. La segunda parte fue además de grosera infantil, el estado mayor, el que dice que no existe, cambió los personalizadores de los lugares para que ni la ministra ni el diputado se sentaran junto al presdiente y colocaron en sitio de honor al soldado y al marino. Los miembros del presidium tomaron su lugar, cuando entré el presidente, todos se pusieron de pie, menos la ministra. Cuando anunciaron los honores entonces sí se paró. El mensaje creo, fue claro. Como individuo no me merece respeto, como presidente le rindo honores.
No pasa de ser una anécdota que irritó profundamente a López Obrador, lo relevante fue el conceptuoso, claro y firme discurso de la ministra, puntualizando la función constitucional de la Corte y la independencia de los jueces como requisito sine qua non de la democracia, la libertad y la justicia. El que tenga oídos para oir…
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