¿Es el sistema económico o la democracia?
A lo largo de la contienda electoral 2018, analistas y opinadores han planteado el desgaste del sistema debido al agudizamiento de los problemas que aquejan la vida nacional: pobreza extrema y pobreza a secas, la extrema concentración del ingreso y de la riqueza del país en muy pocas manos, inseguridad social, inseguridad pública, corrupción, violencia criminal y la incapacidad del Estado para garantizar la vida de las personas y el orden social. Y, en medio, la disfuncionalidad de una democracia maltrecha, sin pedagogía política (Mauricio Merino), cuyo diseño sólo aplica al reparto del poder y facilita la intromisión de la cúpula económica en su afán de privatizar las instituciones públicas.
Algunos enfatizan el aspecto político-institucional, el fracaso del actual sistema de partidos y la posibilidad de su transformación radical, con la desaparición de más de uno, efecto del primero de julio, cualesquiera que sean los resultados de la voluntad ciudadana. Otros, los menos, los resultados insatisfactorios económica y socialmente, derivados de los cambios estructurales y el salto al pluralismo político de fin de siglo. De ahí, también, la fragilidad del Estado. (Rolando Cordera). Y concluye: hasta podrían reencontrarse con las virtudes de una economía mixta como la que le urge (re) construir a México.
Esto es, añadido nuestro, la república ante la encrucijada del fallido desempeño en décadas de los poderes públicos, fracaso de una democracia electoral pecuniaria desideologizada y sin valores, partidos y candidatos no comparten objetivos ni estrategias que concilien a la nación. Fracaso, sobre todo, del modelo económico, el mal llamado neoliberalismo erigido contra el pueblo y contra la historia. El fracaso de este sistema político y económico es drama insultante porque se nutre de la pobreza de millones más los cientos de miles que han pagado con sangre. Tenía razón Marx: el capitalismo nace y se expande chorreando lodo y sangre hasta por los poros.
El hecho es que el Estado mexicano y sus instituciones se encuentras aislados respecto de la ciudadanía, incluso de algunas de las fuerzas económicas y sociales que se mueven en su seno. Pese a su carácter liberal, el grueso del empresariado, ese altísimo porcentaje de pequeñas y medianas empresas que no corresponde a las élites financiera e industrial, no considera que ése sea su Estado ni su modelo económico y los ven como los enemigos arbitrarios e implacables para con sus intereses.
Campesinos, productores rurales, obreros y clases medias, profesionistas, servidores públicos, maestros y empleados, experimentan un vasto proceso de empobrecimiento, así como la dispersión y debilitamiento de sus organizaciones corporativas. Son, todos ellos, las piezas sacrificables de la economía global y en ello no tienen derecho a opinar ni a decidir. Sólo a protestar pero no a ser escuchados.
El impacto del persistente estancamiento económico, la desigualdad y la disfuncionalidad de la democracia representativa, en su conjunto una crisis social y económica, desmoraliza a los trabajadores, confunde a la clase media y desalienta la confianza en la acción colectiva y hasta en la participación política. Peor todavía: el desastre económico históricamente ha sido caldo de cultivo para incubar el facismo (Alejandro Álvarez Béjar). Hemos pasado de la estrategia de combate a la pobreza a las acciones de guerra contra los pobres, pero de la misma forma que ocurre en otros aspectos: se está poniendo por delante, en abstracto, la defensa del Estado de derecho con el pretexto del combate a las drogas y al crimen organizado.
La presencia brutal de la violencia criminal y el asesinato de candidatos, la masiva renuncia de candidatos por miedo a perder la vida (según el INE, más de mil aspirantes) y los discursos de odio, son eslabones de un proceso que ha venido expandiéndose desde hace más de tres decenios. El resultado ha sido que competencia electoral y alternancia de partidos en los gobiernos, no se ha traducido en modo alguno en la satisfacción de las necesidades de las clases populares, las cuales, por encima de la desideologización de la política y la privatización del Estado, están abriendo caminos diversos para hacer sentir su presencia y sus demandas. Enajenada la democracia y sin capacidad para incidir en las decisiones esenciales de la república, se intensifica la indignación y la inconformidad social.
En las llamadas redes sociales es patente el hartazgo social ante la violencia, la pobreza, la corrupción y el desencanto por esta democracia. Voces ciudadanas que son centros críticos de nuestra realidad, pero ¿contradictoriamente, paradójicamente? están siendo cooptadas por los actores del proceso electoral en marcha con lo cual limitan sus alcances. Las observan y abordan como un fenómeno que, simplemente, puede ser útil para captar simpatías y votos. Utilizan las redes sociales como un apartado estratégico más en los diseños de campañas electorales. Aprovechan su inconformidad pero sin compromiso de movilización y lucha social de un lado y de otro. Son utilizados para el insulto, la agresión y las noticias falsas. Así, las redes a lo más que llegan, hasta hoy, es la configuración fragmentada de intenciones de voto lo cual, no obstante, es positivo pero insuficiente.
Partidos, candidatos y cúpulas políticas y empresariales sólo buscan cuotas de poder, degradando la lucha social en pugna callejera. Por ello mismo, una advertencia: precavernos, más aún, luchar para impedir toda forma de autoritarismo que cancele, restrinja o manipule la democracia política, bajo el pretexto de que mucha democracia estorba: la amenaza de fuga de capitales y crisis económicas de una parte, la oscura advertencia del salto al vacío; o, de otra, la pretensión de mesianismos democráticos, confundir la democracia con los plantones o el tigre suelto o el maniqueísmo fundamentalista de buenos y malos. Con ello se disfraza la expresión de las demandas sociales y facilita la represión de las inconformidades.
Tiene razón la señora Zavala, y con ella muchos más: desde el dos de julio tal vez habrá que comenzar de nuevo. No hay una ruta rápida y fácil hacia la modernidad y el bienestar. La democracia es el camino. Largo y sinuoso camino.
P. D. En cuanto a la corrupción, Pablo González Casanova señala que es un defecto estructural: a todos les aplican medidas de efectos directos e indirectos que, al impulsar la cultura de la negociación y de la globalización neoliberal privatizadora del Estado, han promovido en grande, de un lado, la cultura del individualismo, del enriquecimiento multimillonario y de la macrocorrupción (La Jornada, abril 14)
* Jorge Varona Rodríguez. Ex Presidente del Colegio de Ciencias Políticas y Administración Pública de Aguascalientes