La pandemia y los humanos.
Los indolentes humanos miramos cifras de muertres mientras guardamos silencio por corrección política al sentir satisfacción al leerlas y sabernos vivos. Las noticias y las redes confirman que miles se mueren diario pero : ¿A quién le importa auténticamente la muerte de los demás? ¿Cuántos no mirábamos desde antes de la pandemia miles de cifras de muertes de emigrantes sin si quiera manifestar condolencia alguna? Es como si la humanidad entera fuera un lastre para el planeta y para si misma a causa de nuestro convulso narcisismo. Muchos dedos a nombre de la ciencia han denunciado que la pandemia la causó el consumo del hombre: su ingesta grotesca y desmedida de animales, la forma insalubre de almacenarlos, su forma masiva de movilizarse sin sentido alguno.
La pandemia inclusive ha impedido los funerales. La epidemia provocó que el rito colectivo más importante fuera un mero trámite; el funeral se llevaba a cabo sin importar que uno sea creyente en una vida diferente a esta, o un ateo radical que se consuela ante la nulidad, aquel rito colectivo que sin importar la ideología religiosa que profeses nos importa a todos; el funeral o la última despedida que le damos a un dramático cuerpo sin alma, no se puede realizar ni siquiera. La epidemia reveló un estado de tristeza y aislamiento enorme en la de por sí: intrascendente, alienada, consumista y dependiente sociedad.
Durante la gran pandemia del SARSCov2 se revelan listas largas de nombres que mueren; lo que nos hace iguales es morirnos y no importarle a nadie más que a los más cercanos insisto, la vida sigue para los otros, no para el que le toca el turno de morirse; y por si fuera poco, ¡hay que morirse aislado y repleto de la soledad más terrible¡ ¡Pobre humanidad que sólo tenía por Dios y consuelo a la gélida ciencia y sus técnicas! Ahora no podemos reunirnos ni para despedir al muerto, y el muerto en cualquier momento será cualquiera de nosotros, la humanidad no se puede reunir ni para llorar, pero: ¡todo pasará como dicen los frívolos!
La humanidad está condenada a la irrelevancia, a la fatuidad, a encumbrar ídolos ignorando que un hombre importa tanto como la humanidad entera:, cualquier sujeto por infame que sea representa a la humanidad me enseñó la obra de Dostoievski: hasta un criminal representa al género humano, nos olvidamos de lo principal: cualquier bípedo representa al género humano, ¡nos hemos olvidado de cualquiera, ya sólo nos importamos a nosotros mismos! Hemos muerto en vida, condenados al encierro sumiso, a mirar cifras, a esperar no morirse, a esperar ayuda del Estado, de la sociedad, de alguien. Aislados, sin cohesión, nulificados, sin política, decadentes, tributables, cuantificables, nihilistas, los agónicos hijos del nuevo milenio no podemos con nosotros mismos ni con lo que nos rodea.
Existirán desde luego los optimistas y exitosos que no sean unos patéticos pesimistas como el que escribe. Nadie quiere escuchar la desesperación de los intrascendentes, los tiempos malos hasta la voluntad los quiere exterminar, el sentido de la vida adviene cuando en medio de la adversidad queremos vivir y nuestra existencia se aferra a lo que la rodea, nuestro ser grita de miedo por no desaparecer, ese es el sentido de la vida que va más allá de las palabras.