Las razones de un voto (III)

Las razones de un voto (III)

Para recuperar la idea de soberanía.

La visión cultural de la que platicaba en el artículo anterior (ver Darío Zepeda Galván) piensa que la soberanía tiene el mismo valor y utilidad que un disco flexible de 3 pulgadas y media. Es, nos dicen, una reliquia, una antigualla, algo que se quedó demasiado tiempo atrás del refri y huele a podrido. Tiene sentido, por supuesto, desde su visión del mundo, si los (neo)liberales se asumen a sí mismos como defensores del mundo globalizado, la lógica es que sus oponentes sean todos los que abogan por un mundo con límites, ellos son -nos dicen- cosmopolitas, lo otros -nos cuentan- son tribales o aldeanos, por lo tanto, todo lo que hable de apertura y dejar entrar lo de afuera (siempre y cuando no sean migrantes) es parte de lo bueno, todo lo que busque proteger a los de adentro es proteccionismo y populismo, por lo tanto, el concepto mismo de soberanía está descontinuado y no debería de usarse más.

Como habrán adivinado, a mi no me parece tan sencillo el asunto, y creo también que basta con darle una revisada a las noticias internacionales para darnos cuenta que la idea de soberanía (que no es lo mismo que nacionalismo) no está de ningún modo en peligro de extinción. Cataluña, Palestina, Escocia, Quebec, Cherán, de múltiples formas y en distintos niveles, los colectivos humanos, las sociedades están buscando cómo recuperar su poder de decisión frente al vendaval globalizador que se supone inevitable y ante el cual debemos todos rendirnos, la búsqueda de la soberanía sigue siendo hoy en día, un tema real.

Por eso creo necesario retomar el contenido de lo que significa soberanía. Podemos empezar con lo que no es:

soberanía no significa vivir amurallados y sin contacto con el exterior, eso es aislacionismo; soberanía tampoco significa evitar consumir lo que viene de fuera o dejar de negociar con otros países o colectivos; soberanía no es xenofobia tampoco, no se trata de pretender que somos mejores que otras personas por mero accidente geográfico e histórico, eso no tiene ningún sentido, aunque se enojen los chivahermanos.

¿Entonces qué si es la soberanía? sin ir más lejos, soberanía significa la capacidad de cualquier grupo humano de decidir sobre su presente y planear su futuro. Así de sencillo. Y es una idea que tiene un doble valor, el primero, eminentemente simbólico y el segundo, que es totalmente práctico. Cuando los apóstoles de la globalización critican las visiones «pueblerinas» y el apego al «nacionalismo» están criticando sobre todo la posición simbólica. Conceptos como patria, nación, identidad, no tienen sentido para personas que se imaginan a sí mismos habitantes del mundo, o, más correctamente, consumidores globales. A pesar de la inmensa evidencia empírica de que estos símbolos nunca abandonan a las personas, sin importar cuánta movilidad tengan en el planeta, les gusta pensar que la necesidad de pertenencia de los seres humanos es una más de las molestias que el liberalismo vino a remover.

Ni siquiera me voy a poner a discutir sobre la cuestión simbólica de la soberanía, no porque no sea importante, sino porque no es la posición de la que quiero hablar. Me interesa ahora la cuestión de soberanía como algo práctico. En pocas palabras y lo más llano que se puede, tener la capacidad de decidir qué va a hacer tu gente (casa, tribu, barrio, región, país, continente) es una mejor idea que el dejar esas decisiones en manos de alguien más.

¿Realmente tengo que argumentar esto? La soberanía es conveniente, porque siempre será mejor que nosotros decidamos en qué vamos a gastar el dinero, que alguien de afuera venga a gastarlo por nosotros. Depender de nosotros mismos es complicado, nos exponemos siempre a regarla, a que no nos alcance, a cometer imprudencias, pero lo cierto es que dejar todo en manos de otras personas no nos garantiza de manera alguna que todo saldrá mejor, y tenemos 30 años de evidencias acumuladas para sustentarlo.

Otra vez, no quiere decir que no vamos a tratar con nadie de afuera, ni quiere decir que todo lo haremos nosotros. Quiere decir que hay que buscar la forma en la cual se pueda establecer intercambios y negocios sin renunciar a ver qué es lo mejor para nosotros como colectivo. El ejemplo más claro que viene a mi mente es la cantidad de veces que se ha utilizado el argumento «es que X cosa puede ahuyentar las inversiones», sin caer en la cuenta de la dependencia que algo así implica, ¿para quién se gobierna entonces? ¿a quién debe tener contentos un gobierno, a sus ciudadanos, o a los inversionistas, sean de donde sean? es que – nos dicen- los inversionistas generan empleo. Claro, y también los pequeños y medianos productores, que generan más del 70% del empleo y no son parte de la gente que decide para donde se mueve o no un gobierno.

Ahora bien, la siguiente pregunta es, ¿se puede tener soberanía en un entorno como el actual? La respuesta rápida es si, aunque la complejidad aumenta cuando vemos los ejemplos de países que buscan mayores grados de soberanía, desde la autarquía brutal de Corea del Norte, al Brexit, pasando por Rusia y Azerbaiyán, ejemplos que, obviamente, nadie quisiera seguir. Pero creo que se puede considerar de manera general que, en la medida en que un país tiene un mercado interno más desarrollado, puede mejorar las condiciones con las que negocia al exterior. Es una verdad de perogrullo, me temo, sin embargo, es la hora de que el modelo económico que nos gobierna desde hace 30 años, no la ha podido aplicar. Nuestra economía sigue estancada en la industria extractiva (que ya no deja casi ganancias al país) y la exportación de maquilas o el ensamblaje de productos que no fueron creados en México.

En la medida en que sigamos más preocupados por lo que vayan a pensar los inversionistas que en lo que necesitan los ciudadanos, seguiremos con el rosario en la mano cada vez que un presidente totalmente lunático llegue a vivir en la Casa Blanca. La pérdida de soberanía nos tiene completamente a merced de lo que quieran hacer nuestros vecinos, porque se apostó todo a un modelo que no le dejó a México otro papel que el de mano de obra barata. El mejor apuntalamiento de la soberanía es mejorar el mercado interno, y mejorar el mercado interno (en términos de salarios, innovación, preparación profesional, infraestructura y comunicaciones) es la receta para tener un país menos desigual y más próspero.

Ni caso tiene argumentar que AMLO es el único que le está apostando a la idea de soberanía. En las otras plataformas, no existe siquiera el concepto, por las razones ya expuestas. La posibilidad de reducir nuestra dependencia en temas como el energético y el alimenticio, solo son planteadas por la campaña de López Obrador. ¿Sus recetas van a ser efectivas? ¿sabrá cómo manejarse en un entorno global tan complicado? Es posible, por lo menos sé que lo va a intentar, que es mucho más de lo que puedo decir de las otras propuestas.

Échenle la culpa a mi educación pública, pero siempre me ha agradado la idea de vivir en un país independiente, en un país en donde el destino de sus habitantes lo puedan decidir sus propios habitantes, sin estar amarrados a que alguna empresa extranjera tenga ganas de venir a darnos empleos o a que algún presidente tenga ganas de cobrarnos aranceles. Un país soberano no necesitaría ponerse de tapete invitando a candidatos extranjeros a los Pinos o corriendo al embajador de Norcorea. Tanto en el sentido simbólico como en el práctico, la soberanía mide el grado en que un país, que al final de cuentas es sobre todo una idea, un proyecto, sigue siendo viable.

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

Darío Zepeda Galván

Sociólogo UAA. Antropólogo UAM Iztapalapa

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