M.IC. Miguel B. Medina, picha, cacha y deja batear.
Hace tantos años y el recuerdo sigue fresco el M.I. Canónigo Miguel B. Medina, entonces simplemente el Padre Medina, me lo encontré por la Plaza y me jaló para acompañarlo al obispado. Entonces estaba sobre la Sacristía de la Catedral, arriba de la que llamaban pomposamente biblioteca y no era sino un depósito de “Vidas ejemplares” novenas y uno que otro breviario. Aún no se remodelaba la calle República ni la fachada sur del obispado. Entramos por la puerta de la calle Galeana y en ese momento bajaba el Pbro. Jorge Hope, toda una institución, con presencia, prestancia, buen predicador y por añadidura publicaba en El Sol del Centro una columna muy leída que se llamaba Cajón de Sastre, sorpresivamente le lanzó algo que traía en las manos al Padre Medina y este lo malabareó y finalmente se le cayó. El Padre Hope le dijo: ni pichas, ni cachas ni dejas batear y ambos rieron a mandíbula batiente. Para mí fue una revelación, acostumbrado al prior de la Merced, Justo Menéndez., al Padre Jesús Tavares que alli oficiaba, al Padre Guadalupe Díaz Morones siempre armado con su vara disciplinaria que aplicaba generosamente a los impuntuales y desboleados en el Colegio Portugal (a lo mejor por eso hasta la fecha me choca bolearme), ver como dos sacerdotes se chanceaban, bromeaban y reían me dio una dimensión humana de la vocación y apostolado sacerdotal.
El Padre Medina era capellán de la orden de Escuderos de Colón, entonces servía también en el templo de la Purísima y había suplido a un cura viejo y cascarrabias que se ensañaba en sus sermones y en sus penitencias pero que, sin embargo era bonachón y generoso con los que ibamos a la doctrina para asegurar los boletos que al fin de año se canjeaban por aguinaldos y que, semana a semana, eran el requisito sine qua non, para la matiné.
De carácter afable, trabajador incansable, hervidero de ideas y de ocurrencias, apasionado del beisbol, poco menos que de su vocación sacerdotal y con un don de gentes que le permitía romper hielos facilmente y motivar al trabajo apostólico. Cayó en blandito con los escuderos de entonces, que eramos un puñado de entusiastas, alegres, participativos y devotos adolescentes y un pie veterano que no pasaba de los veinte años. El Padre participaba no sólo en su tarea de orientar, aconsejar, guiar y, ¿por que no? reprender, sino también en las efímeras competencias de billar y carambola y en los duelos de ping-pong y en cuanta ocurrencia incorporábamos a las cuatro avenidas en las que se desarrollaba la actividad escuderil: moral, cívica, social y deportiva. Aprovechaba para reclutar ayudantes para sus tareas en la parroquia. Una vez me invitó a acompañarlo durante varios días en el recorrido de los hogares del barrio para realizar la ceremonia de Entronización del Sagrado Corazón de Jesús, otra para dejar en visita la imagen de la Purísima Concepción y otras de naturaleza semejante, que para un adolescente medio tímido era una oportunidad para conocer a las jovencitas del barrio.
El padre Miguel fue entregado a la juventud, en particular a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, que promovió y fortaleció sólidamente lo que hizo que fuera llamado a la dirigencia nacional, donde, se distinguió como en todos sus encargos por su devoción al trabajo, su sencillez, su bonhomía, pero por encima de todo por sus resultados. Era un hombre de repentes, como dice el jesuita Baltasar Gracián, sino también de intenciones, de acciones y resultados.
Cumplida su tarea en la ACJM, regresó a Aguascalientes en donde se convirtió en un brazo de acción de los obispos, como capellán del Hospital Hidalgo cumplió una labor múltiple, de aliciente, de consuelo, de consejo, de entusiasmo, siempre la palabra amable, siempre el consejo reconfortante, siempre la reflexión atinada y a menudo la corrección fraterna. Al frente del Centro Social Navarrete y de Caritas Diocesana se entregó con la disciplina y pasión característica de su persona, hasta que la salud mermada le pasó factura y se recluyó siempre atento al acontecer de la diócesis y en particular a los sucederes sociales y políticos de los que siempre estuvo pendiente y no pocas veces participó.
Merece especial mención su trabajo como Vicario de la Diócesis, ocupación delicada si la hay, que requiere claras y definidas cualidades de relación, conciliación, suspicacia, clarividencia, disciplina, lealtad, sensibilidad pero sobre todo prudencia. Con permiso del Exmo. Sr. Obispo, el Padre Miguel se integró a un grupo que formamos dieciséis personas, la mayoría destacacadas en sus áreas y factores de opinión en sus campos y otros, como mi menda, colados por la buena voluntad de los compañeros. El grupo que denominamos G-16 surgió por la necesidad de constituirse como interlocutor y enlace entre la sociedad civil y los gobiernos estatales y municipal, durante una época de tensión ríspida y falta de comunicación de los titulares. El grupo no tenía cabeza, sino cabezas, la organización de cada reunión se turnaba y se realizó una labor callada, pero a mi juicio determinante para destrabar y facilitar las relaciones de la autoridad y los grupos sociales representativos. El Padre Medina fue la presencia sin representación del Obispado y el trabajo del G-16 aplanó el camino para la alternancia en Aguascalientes.
Al padre Miguel se le encomendó luego la exigente tarea de ser custodio de la Santa Iglesia Catedral. Para pronto se organizó, movió cielo, mar y tierra, motivó y convenció a donantes para trabajar en sus proyectos que culminaron en la fabricación e instalación de un órgano monumental elaborado por una empresa familiar con siglos de experiencia: la Rufatti. En la bendición y primer concierto el Padre Medina discurrió subir en un montacargas al Sr. Obispo para elevarlo a la altura del coro donde lo bendijo. Después le dije: “Oiga Pater, que las bendiciones del Obispo no llegan del presbiterio al coro, ni de globito”.
La nueva cara de catedral remozada, luminosa, adornada, fue una tarea de la que siempre se sintió orgulloso. En la fachada se limpiaron las canteras y se repararon las imágenes de los santos. Luego de la restauración un día le dije: -Oiga Pater, finalmente su afición se impuso- – ¿Por qué? Me preguntó—Pos mire en vez de manos les puso a los santos, mascotas y manoplas de beisbol- -¡Pinche flaco!- me rezongó.
Le vamos a extrañar, su presencia física nos faltará pero estoy seguro que siempre contaremos con usted, Pater.
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