Emergencia del Estado moderno
A partir de la contienda tiranía papal-autoridad de los concilios-corrupción clerical, surgen ideas políticas novedosas, por ejemplo, 1) “una especie de doctrina proletaria de la igualdad, conexa con el problema religioso” (Sabine, p. 252); 2) el debate entre constitucionalismo y absolutismo (la pretensión de la Iglesia versus la potestad secular para actuar como representante de la sociedad); 3) el derecho de cada pueblo a crear sus propias leyes y nombrar a sus gobernantes, es decir, el consentimiento de la comunidad, aspecto fundamental del derecho y la legitimidad del gobierno (Nicolás de Cusa. 1401-1464); 4) el derecho de conciencia individual; 5) el replanteamiento del gobierno mixto (aunque en principio referido al gobierno de la Iglesia); 6) la tesis central de que la base de toda organización política es la sociedad de la cual emana “toda fuerza moral” tanto en las leyes como en el gobierno; 7) el equilibrio de intereses dentro de la comunidad, ya sea clasista o individual. Todo ello implica, de un modo u otro, gobierno directo o representación política.
Estas y otras cuestiones provinieron de la controversia entre Felipe “el Hermoso” (1268-1314), rey de Francia y el papa Bonifacio VIII (1235-1303), así como entre Luis II Duque de Baviera (1229-1290) y Juan XXII (1244-1334), que se decidieron en favor de la soberanía del monarca. Lo cual solucionó unas y simultáneamente planteó otras demandas esenciales (cuyo desenlace llevó siglos), como el fin de la injerencia papal en temas seglares; la independencia de los reinos; la secularización del poder político; el absolutismo monárquico y la creciente expansión del Estado nacional; la paulatina exigencia de representación política de la comunidad expresada en el surgimiento de nuevas clases sociales y el control constitucional del gobierno. (Sabine, Salazar Mallén, Touchard).
En estos acontecimientos sobresalen pensadores como Nicolás de Cusa; John Wycliffe; Juan Hus; Guillermo de Occam; Marsilio de Padua (considerado precursor de Maquiavelo, entre quienes existe cierto paralelismo en su línea de pensamiento y en sus conclusiones. Un tema sustantivo en el cual coinciden es el de la moral política separada de la moral eclesiástica).
En el curso de ese debate ideológico-religioso-político, se realizaron los concilios de Constanza (1414-1418 que no resolvió el problema del Cisma de Occidente y, menos, la reforma de la Iglesia), y de Basilea, donde inició en 1431, se trasladó a Ferrara en 1438, a Florencia en 1439 y desembocó en Roma en 1445. Fracasó en el intento de unión con la Iglesia Ortodoxa, así como en el de la renovación de la Iglesia Romana. Terminó en la deposición del Papa Eugenio IV y la elección de un antipapa, Felix V.
Ello llevó, al paso del tiempo, en el siglo 16 a la reforma de Lutero en Alemania y Calvino en Suiza, punto de partida para todas las denominaciones evangélicas, “protestantes”, en oposición al Vaticano. Todo esto provocó intensas y cruentas contiendas religiosas, sociales y políticas que derivaron en la fractura de la sociedad y el Estado. Fue el preámbulo del reconocimiento tanto del Estado laico como de la sociedad laica: diversidad religiosa y libertad de creencias, lo cual culminó en la Ilustración.
La monarquía absoluta, luego de frecuentes hostilidades rey-señores feudales-aristocracia-burguesía, devino en el Estado moderno, de cuya crítica, surgió la tesis del control de la corona por el parlamento (Locke) y éste emanado de la voluntad del pueblo (en ese entonces, sólo aquellos con propiedad e instrucción). El rey feudal, en contraste, “tenía que actuar a través de su consejo… De aquí podían surgir ideas tales como la representación, la imposición de tributos y la legislación llevada a cabo por asambleas, la vigilancia de los gastos…” (Sabine, p. 177).
Finalmente, tras la “Guerra de los treinta años” entre las iglesias, los señores feudales y las dinastías de los Habsburgo y los Borbones, es decir Francia-España-Alemania (Sacro Imperio Romano Germánico) por el dominio de Europa, con las negociaciones diplomáticas en las ciudades de Münster y Osnabrück se suscribió el Tratado de Westfalia (1648). Acabó en definitiva con la pretensión de primacía política del Papado y se imponen los Estados nacionales independientes que impulsan libertad de cultos e incipientes derechos del individuo, que abren el camino a la representación política. Finiquitan así las guerras con motivos religiosos, (en Europa, al menos). Se fortalecieron Francia y el Principado de Brandenburgo (posteriormente reino de Prusia). Los Países Bajos logran su independencia de España. Empieza la decadencia del imperio español; se consolidan las religiones protestantes (principalmente calvinismo y luteranismo).
Como puede advertirse, a la luz estas y muchas otras experiencias históricas, el derecho del pueblo a gobernarse por sí o por medio de representantes, ha recorrido tortuoso y desigual proceso en medio de lucha de clases y guerras entre potencias debido a intereses económicos y ambiciones imperialistas, bajo valores ideológicos, religiosos y emocionales.
Las contradicciones en la lucha político-electoral en la democracia representativa idealmente existente es que el pueblo ambiciona el poder (González Casanova), en tanto que las clases económicamente dominantes en la democracia realmente existente, efectivamente ostentan el poder. Es la encrucijada concentración clasista-distribución social de la riqueza, que se vincula con la lucha por el poder del Estado a fin de decidir respecto de las condiciones de dominación-subordinación-consenso. La solución, desde la perspectiva clasista preponderante, entre 1688 y 1789, fue institucionalizar y legitimar el acceso y el ejercicio del poder mediante la representación política, como expresión de la voluntad soberana del pueblo que, al no ejercer directamente el poder lo delega –pero se reserva permanentemente la titularidad– mediante ciertas reglas.