La falta de nuevas narrativas

La falta de nuevas narrativas

El país se ha debatido en los últimos años a partir de discursos que se originaron en el siglo XIX, sobre todo si los referimos a propuestas de liberales y conservadores. El debate que se dio entre los candidatos a la presidencia reeditó la vieja narrativa, quedando ausentes las propuestas que requiere un país como México en este siglo XXI. Por ejemplo, los temas de educación, salud y corrupción fueron abordados bajo las mismas ideas que se han impuesto desde el púlpito presidencial, sin considerar ideas que pudieran contribuir a generar una nueva agenda para el país.

Se ha comentado que el debate se dio en un formato tan reducido que difícilmente se pudieron abordar temas de fondo, aunque si bien algo pudo influir el formato del debate lo cierto es que hubo pocas ideas. Por ejemplo, el tema de la ciencia sólo mereció una pregunta, que fue turnada al candidato de Movimiento ciudadano pero que a su vez turnó a las ideas tradicionales. Quizá lo que ocurre en el fondo es que las candidatas y el candidato poco se han nutrido de nuevas narrativas que expliquen el país pero también permitan integrar nuevas ideas para los próximos años.

Un tema reiterado hasta el cansancio es la división entre neoliberales y conservadores, que bien vale la pena explorar. Esta división entre quienes apoyaban la causa liberal, representada originalmente en la Constitución de Cádiz de 1812 y su propuesta central de ampliar la representación que fue sobre todo una propuesta de los diputados novohispanos, y la de los conservadores que se opusieron a que se ampliara la participación ciudadana, finalmente no explica el mismo proceso de emancipación mexicana. Como se sabe la declaración misma de la independencia en septiembre de 1821, la llevaron a cabo quienes se opusieron no sólo a la insurrección encabezada por Hidalgo sino también a la reactivación de la Constitución liberal a partir de 1820. Los años siguientes más que una historia que permitiera una idea de nación, se creó un discurso divisionista que tendría consecuencias trágicas, como la pérdida de la mitad del territorio y otras invasiones más, un discurso pues que no sólo impidió una mejor comprensión de la historia sino también que impidió la construcción de proyectos en común sobre todo en un momento de expansión estadounidense.

Fue hasta fines del siglo XIX, como lo mostró Charles Hale, que se dio una suerte de liberalismo conservador y que fue abalado por historiadores de la talla de Justo Sierra o Emilio Rabasa. Sin embargo, lo que hizo este liberalismo conservador fue justificar de alguna manera la dictadura de Porfirio Díaz, ya que frente a los años de “anarquía” de buena parte del siglo XIX la idea de una dictadura revestida de tintes democráticos fue la opción, de acuerdo a estos historiadores. Como lo sería en el estado posrevolucionario la justificación de un régimen que tuvo más continuidades con el porfiriato, si bien con la idea de “no reelección” para que cada cuatro años y a partir de Cárdenas cada seis años se renovara la presidencia, creando un régimen que recordemos Vargas Llosa calificó como de “dictablanda”. Lo cierto es que fue un régimen autoritario, con el control del ascenso de las élites políticas a través del control de las elecciones, pero también de la cooptación de los líderes que surgían en las diferentes regiones.

Todo el régimen posrevolucionario estuvo alimentado de un discurso divisionista, revolucionarios frente a los conservadores, que dio pauta a los “fraudes patrióticos” y en el fondo al sabotaje de cualquier oposición, dado que los fines de apoyar al “pueblo” permitían no sólo la descalificación de cualquier otra alternativa política sino la justificación para llevar a cabo cualquier tipo de acción que justificara la continuidad del proyecto. De ahí la importancia de salir de este discurso, cuestionando lo binario (liberales o revolucionarios frente a conservadores) y mostrando la diversidad y complejidad del país.

Por ejemplo, en materia de educación no basta con decir que se apoyará a los maestros o que se revisará el escalafón, sino explicar el desastre educativo no en términos como lo hicieran los gobiernos de Calderón o de Peña Nieto, sino a partir de un nuevo acuerdo nacional que ponga a la educación y a la ciencia primero. Ciertamente no es sólo la disponibilidad de mayores recursos, sino también de recuperar la rectoría del estado en esta materia para orientar mejor los que ya se tienen.

El caso de la ciencia es un buen ejemplo. No basta con alcanzar el uno por ciento del PIB nacional, es importante rediseñar los apoyos al respecto más allá de la Ciudad de México. Se requieren por ejemplo nuevos proyectos estratégicos que atiendan las necesidades en el país, a partir de temas que sean transversales entre las diferentes instancias federales, estatales y municipales. El tema del agua es sin duda estratégico para la viabilidad de buena parte del país; tenemos estudios fragmentados, pero no la visión de conjunto que implica la formación de un grupo integrado de expertos, interdisciplinario, que piense y viva de manera descentralizada y que encuentre las soluciones para cada región. No se requieren crear nuevamente Centros con grandes infraestructuras muchas veces desaprovechadas, sino Proyectos que permitan atender necesidades específicas.

Lamentablemente la esperanza de que en los debates presidenciales se puedan contrastar ideas más que acusaciones es cada vez menor. Sin embargo, me parece que es importante que a nivel ciudadano podamos impulsar nuevas narrativas que nos permitan ir más allá de lo binario y de las descalificaciones, para que cambiemos la idea que tenemos sobre nosotros mismos y encontremos alternativas a los múltiples retos que nos acechan.

Víctor González
Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

Víctor M. González Esparza

Historiador, académico

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