¿PLAN “B”?, NO PLAN “D”, DICTADURA
Mi mamá platicaba de una vecina peculiar, un tanto floja, un tanto desobligada y otro tanto tarambana que, por las mañanas levantaba a su pipiolera y les decía ¿Quién quiere un veinte y no desayuna? Naturalmente a la chiquillada le resultaba más atractiva la moneda para comprar alguna golosina de manera que aceptaban el ofrecimiento, luego la endina les decía ¿quién me da un veinte y no va a la escuela? Por supuesto que la prole regresaba el veinte y los mandaba a la calle a vagar y a hacer por la vida. No se necesita ser muy listo para adivinar que hijos estaba formando.
Cuando veo el derrotero del país con el perverso presidente que soportamos, no dejo de pensar en aquella anécdota y encontrarle un gran parecido con lo que nos sucede en el país. Un botoncito de ejemplo, el arreglo y mantenimiento de las escuelas dejó de ser una responsabilidad del gobierno y ahora las escuelas y los maestros, y claro, los alumnos, tienen que avenírselas con las limosnas que les hace llegar el gobierno y que, como lamentablemente todos lo sabemos, pasa con las cooperativas, pasa con la cuota de la asociación de padres de familia y como otros inventos mas, terminan siendo negocios de unos cuantos.
Algo parecido con las guarderías, es cierto que fue pingüe negocio para muchos, entre otros la familia del líder del resucitado PT y algunos de sus allegados, pero cumplían una función importante, aliviaban la carga para las madres y sus familias, especialmente los integrantes de la tercera edad. En lugar de sanearlas, el gobierno determinó su cierre y revirtió la carga a cambio de una moneda, un “veinte”, una pitanza. Y la temible bandera de la guardería de Sonora, ha servido por años como espanta pájaros para limitar una prestación a cargo del gobierno para las familias mexicanas.
La reducción de subsidios para la educación, en particular para las universidades se ha justificado con la creación de un sistema, medio fantasma, de universidades Benito Juárez, que sus mismos usuarios se quejan de su ineficiencia, provocando por otra parte una disminución notable en la eficiencia terminal de las otras entidades que, con el recorte presupuestal han tenido que disminuir la calidad de su enseñanza, el trabajo en sus laboratorios y sus programas de difusión. Aunado a un juego del tío Lolo, si repruebas, si tienes una alta tasa de abandono, se te reducen los apoyos, de manera que para mantener las ayudas fingen resultados numéricos que no son cualitativos.
Las limosnas, difrazadas de justicia social, mantienen contenta (?) a una gran parte de la población que, suele suceder, confunden la limosna con política de bienestar. Los números no mienten. Datos oficiales muestran que el porcentualmente la pobreza se ha incrementado en los últimos cuatro años, sin embargo el espejismo de una pensión, una beca, el incremento del salario mínimo, hacen pensar a muchos que los reciben que, efectivamente son políticas que ayudarán al crecimiento. Sin embargo, la inflación vuelve nugatorio el incremento. Hace unos días se anunció pomposamente el aumento porcentual para los maestros, aumento que está por debajo de la inflación reconocida por los organismos oficiales. Por otra parte, la persistencia de los impuestos indirectos (IVA) sigue castigando a los de menores recursos, porque un impuesto al gasto castiga al que percibe menos, que tiene que gastar toda su percepción en su sobrevivencia. El gobierno de cuarta de la 4T no se ha atrevido a realizar una reforma fiscal que deje de castigar a los más pobres y se centre en los que perciben y tienen más.
Un sector importante de la población que carece del discernimiento, no distingue las medidas populistas de control social de auténticas políticas de justicia social y sigue apoyando al presidente, al que ven como un padre providente. De eso se ha valido López Obrador para continuar con una política de garrote y zanahoria, para sus lacayos de la 4T, que con la esperanza de un “güeso” son capaces de actuar con el mayor cinismo y con total abyección. Baste recordar que la mayoría de la cámara de diputados integrada por los legisladores (es un decir) de la 4T y sus aliados incondicionales, aprobaron reformas a las leyes electorales, violentando la Constitución, sin conocerlas. La iniciativa, más de 400 hojas se presentó al mediodía y el mismo día la aprobaron. ¡De ese tamaño la desvergüenza de los diputados morenistas! ¡De ese tamaño el despotismo autoritario del presidente! Ni siquiera “taparle el ojo al macho”, como se dice coloquialmente, para darle un tiempo razonable que supusiera que sus analfabetas funcionales habían leído la iniciativa.
La iniciativa aprobada de manera infame por la Cámara de Diputados, pasó al Senado donde pareció privar algo de sensatez, pero el secretario de Gobernación, el gris, gris rata, pariente de López Obrador, su correveidile favorito llevó las instrucciones, (amenazas) al seno del Senado. No obstante más de una veintena de violaciones evidentes de la Constitución, que los morenistas, incluso el presidente, atribuyeron a los “duendes”, las comisiones con mayoría de la 4T aprobaron el dictamen sin una revisión a fondo.
Con razón el canciller alemán Von Bismark solía decir que más valía que el pueblo no supiera como se elaboran dos cosas: las salchichas y las leyes. La iniciativa salió de la presidencia, la mayoría de diputados la aprobó sin conocerla y la mayoría de senadores la aprobará sin revisarla.
Pero ¿por qué tanto interés y tanta urgencia del presidente para la modificación de las leyes electorales? AMLO no quiere un árbitro imparcial, desde hace décadas el sistema electoral mexicano se ha perfeccionado al grado de que los resultados de las elecciones son totalmente confiables. Los factores que eventualmente han cuestionado algunas elecciones son ajenos a los organismos electorales: la intromisión de la delincuencia organizada, las amenazas, las dádivas, el robo de urnas en algunos casos, son responsabilidad del gobierno no del INE. López Obrador quiere regresar al control de las elecciones con un organismo que se pueda manejar como se manejaba en sus épocas de priísta desde el gobierno. Significaría un retroceso de cincuenta años en la democracia mexicana.
¿Se lo vamos a permitir por un “veinte”?.
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