DEFENDER AL INE DE UN DESQUICIADO
En una novela de contenido político llamada “La noche de Camp David” el autor plantea el caso hipotético de que el presidente de la república, en la novela EE.UU., pierde la razón y el vicepresidente se enfrenta a una complicadísima situación. Camp David es la residencia de descanso del presidente americano. La trama se desarrolla a partir de la invitación del presidente al vicepresidente a pasar un fin de semana en la casa de descanso. Allí a solas, platicando, el presidente empieza a platicar sus planes para desatar un conflicto militar mayúsculo con implicaciones nucleares, literalmente la tercera guerra mundial. El vicepresidente al principio desconcertado, empieza a dudar de la cordura del presidente y por sus razonamientos y expresiones llega al convencimiento de que el mandatario se ha vuelto loco. Lo delicado y peligroso es cómo poder llegar a convencer a los factores formales y reales de poder, para desactivar al presidente sin provocar una reacción violenta y la posibilidad real de que un sector importante del gobierno, del ejército y la armada, interpreten como un golpe de estado el intento de controlar y someter al desquiciado antes de que provoque un conflicto de consecuencias impredecibles.
En buena medida la historia de la humanidad ha sido la evolución del poder y su regulación y control para que se convierta en un instrumento para la convivencia y no para el sojuzgamiento y explotación. La alegoría del contrato social, coincidente en Hobbes y Rousseau con diferentes puntos de partida, concluyen en la necesidad de que un ente soberano, monopolice la fuerza para regular la convivencia. Los humanos recelosos o simplemente previsores del “otro”, convienen en entregar su libertad a este supraorganismo, el estado, para que se las regrese normada y regulada, de manera que se convierta un dique a las pretensiones o excesos de los individuos, mediante la aplicación de sistemas de control social.
La alegoría, en buena medida romántica, plantea una realidad de la convivencia humana que siempre es fuente de conflictos, pero también plantea el peligro de que ese ente el estado se convierta en un Leviatán, el monstruo bíblico o en un Golem, el legendario ser de la tradición judía. Según la leyenda los rabinos tenían el poder de, en una noche determinada en que se conjuntaran diversas circunstancias mágicas, poder infundir vida a una pequeña figura humana hecha de arcilla, imprimiendo en su frente la palabra “Emeth”, vida. La creatura aquella se convertía en fiel servidor de su creador, al que obedecía ciegamente, en tanto no alcanzara un tamaño o una edad determinada en la que se volvería incontrolable. El rabino habría de estar atento y a los primeros signos de rebeldía del Golem mediante estratagemas buscaría la forma de borrar la “E” de la inscripción frontal transformando la palabra en “Meth”, muerte.
En buena medida la leyenda del Golem ejemplifica lo que suele suceder con quienes detentan o personifican el poder, especialmente en los regímenes en que no se ha logrado consolidar un sistema democrático como, lamentablemente, es el caso de nuestro país. Luego de un período de dictadura de partido, la dictadura perfecta le llamó Mario Vargas Llosa, escritorcillo que no le llega ni a los talones a Mamado Nervo (sic) según la no Primera no Dama, que culmina con el parteaguas del movimiento estudiantil del ‘68, se inició un proceso paulatino de fortalecimiento de los mecanismos democráticos de elección y control de las autoridades.
Ante la presión de EE.UU. y de su programa Alianza para el Progreso, hubieron de crearse los llamados diputados de partido, que dieron un tamiz democrático a lo que hasta entonces había sido control absoluto del ejecutivo a través del partido oficial. La candidatura única de López Portillo fue el colmo y las presiones internas y externas, hicieron transitar de un sistema electoral controlado por el gobierno (al que pretende regresar AMLO) a la creación de órganos electorales que fueron adquiriendo fuerza e independencia y ganándose la confianza de los partidos y los ciudadanos. Asimismo se fueron consolidando órganos constitucionales autónomos que constituyeron parcelas en las que el poder presidencial no podía acceder. La democracia incipiente parecía consolidarse y los procesos sociales, ahora tutelados por organismos e instituciones desligados de la égida presidencial, dieron paso a un esperanzador cambio con el triunfo de Vicente Fox.
Ciertamente el gozo se fue al pozo, ni el gobierno de Fox ni el de Felipe Calderón, lograron consolidar una visión y una acción gubernamental distinta, que permitiera esperar que la pura alternancia y buenos deseos fueran bastantes para empezar a limpiar los establos de Augías de la corrupción del aparato gubernamental. El regreso del PRI fue todavía peor y pensamos que al sacudírnoslo y optar por la alternativa del movimiento morenista al fin se consolidaría la democracia, se erradicaría la corrupción, se terminaría con la violencia y como en los cuentos viviríamos felices y comeríamos perdices.
En un hermoso y premonitorio verso dice Rafael Alberti: sabe el fruto a su raíz. López Obrador se formó, creció y se quedó anclado en un gobierno autocrático, presidencialista y dictatorial como era el PRI de su juventud. Su incapacidad administrativa, su ignorancia supina, su tosudez y su evidente perversión, sus resentimientos y fobias han creado un Golem, que al fracasar en prácticamente todas las áreas de la administración le han endurecido y le han desquiciado, buscando o inventando gigantes, encantadores, adversarios o enemigos, reales o ficticios, responsables de que sus trompos no bailen.
Su delirio se ha agravado al extremo de que, convencido de la existencia de los fantasmas que el mismo creó, y seguro de que sólo él o sus lacayos pueden ser el futuro del país, ha procedido a desmantelar uno a uno, los mecanismos de control, los organismos descentralizados, los órganos constitucionales autónomos y ahora la emprende contra el INE, culpable según él de trampas y transas, aunque gracias a ese instituto AMLO ocupa la presidencia y una veintena de gobernaturas provienen de Morena.
AMLO siente que el tiempo se le ha ido y que ni ha consolidado un gobierno, ni ha tenido los frutos esperados y se encuentra desesperado por conservar el poder. El obstáculo es el INE y se ha dedicado tercamente a difamarlo y últimamente a insultar y descalificar a quienes vemos en el órgano electoral, uno de los factores de los cambios democráticos ahora en grave riesgo.
Que el Presidente descalifique como “cretinos” a los que disienten de él y les llame a largarse a otro sitio, es una muestra clara de su desesperación y desquiciamiento. ¡Defendámos al INE, por la democracia y el futuro de nuestro país!.
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