Estoy obligado filosóficamente a pensar y actuar en contra de lo que indica la ideología dominante.

Estoy obligado filosóficamente a pensar y actuar en contra de lo que indica la ideología dominante.

La muerte de Sócrates enseña a morir con la dignidad que la tardó modernidad y su sistema productivo repleto de técnicas y hospitales adolece.

Muy pocos ejemplos en la televisión, las redes sociales, en los medios masivos, en el mercado; muy pocos o ningún ejemplo existe sobre aceptar sin complejos la muerte, mirarla de frente y hasta bromear con ella.

En México existe alguna remota tradición de bromear con la muerte, hacer del acto de morirse una broma sin gravedad, una calavera pintada o escrita. La muerte cada vez es más incomprensible para el humano del siglo XXI mientras los mandatos sociales de la época ordenan: debes disfrutar tu vida, debes producir, debes triunfar; la muerte perdió profundidad después del siglo XX que industrializó la misma y le heredó al hombre entretenimiento y comodidad como dogma de fe a cambio.

¿Por qué la sociedad convirtió a la muerte en un servicio, en una transacción con la funeraria, en un trámite? La dignidad del muerto la miden conforme a los asistentes al funeral y a la suntuosidad del mismo, se imita la forma de morir de los hombres populares e insignes como si existiera diferencia alguna para pudrirse. No es lo mismo la muerte del gobernador de la ciudad que la de cualquiera de sus gobernados para los medios masivos. El poder y la vanidad le importan a las mayorías más de lo que se imaginan.

No se puede dar cuenta enteramente del exceso mercantil en los pensamientos del hombre tardó moderno, el mercado como metafísica que genera aspiraciones, como deseo, el mercado como una nueva religión; está en hasta en las creencias más íntimas. La ideología dominante moldea hasta el sufrimiento y la muerte.

Se ha llegado al delirio de suponer que los bienes materiales otorgan una disminución del sufrimiento ante la condición mortal humana, vagas quimeras que ofrecen los encantos del mercado, una fe en los productos y servicios surgió en el siglo XX, la estética para el humano, su vivir bien, significa consumir mejor que los demás, importar más, la creación del humano necesitado de atención es la bajeza de las costumbres de este siglo , la nueva moral atroz del siglo XXI.

Por todo lo anterior, una angustia sin objeto, un vacío repleto de dudas, los relatos científicos, el materialismo de closet sin ideales ni fe ; taladraron las esperanzas del creyente que ahora le aterra morirse y le causa angustia el sufrimiento. El terror infantil a morirse es otra de las herencias del siglo XX que industrializó la muerte , su hijo el siglo XXI la comercializó. Ahora se puede morir tranquilo y cómodo venden los ideales en turno de esta época, como si el olvido no nos llamara a cuentas a todos como un general que da la orden de disparar a los que estamos en el paredón de los mortales.

Nos dice Christián Carman en su artículo Las desconcertantes últimas palabras de Sócrates:

<< Siempre me hicieron ruido las últimas palabras de Sócrates. Siempre tuve la sensación de que desentonan con la solemnidad de su muerte, que perdió una ocasión inigualable para cerrar su vida con una frase genial y profunda. Al leerlas una y otra vez, no podía evitar el desconcierto. Y la desilusión.

En el relato de la muerte de Sócrates, Platón logra que respiremos dramatismo y solemnidad al mismo tiempo. El maestro vive sus últimos momentos con una dignidad y una paz casi divinas. Cada frase, cada gesto, cada mirada va trazando las pinceladas justas de una obra maestra. Como si en la cárcel hubiera planificado cada instante de su último acto. El maestro enfrenta su muerte tranquilo y casi con alegría, mientras se preocupa de consolar a sus discípulos. Trata de mostrarles que no es un drama, porque hay otra vida después de la muerte. Argumenta con pasión, escucha las objeciones de sus discípulos con interés y contesta con paciencia. No tiene prisa. Pero, una vez que los ha convencido, bebe el veneno con entereza y serenidad. Incluso, tiene la delicadeza de bañarse para evitarle a los demás el trabajo de lavar luego su cadáver. Camina un rato, como le propuso el médico, y se sienta cuando ya siente pesados los pies. Pide silencio a sus amigos y dice las que deberían ser sus últimas palabras: “He oído que hay que morir en un silencio sagrado. Estén tranquilos y muéstrense fuertes.” Se acuesta, se tapa la cara y se dispone a morir. Todo se cumplió a la perfección.

Pero, de pronto, se destapa la cara y dice: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio, no te olvides de pagarlo”. La frase, insultantemente banal, desentona con su obra maestra. Ríos de tinta se han gastado tratando de explicarla. Asclepio o Esculapio era el dios de la salud. ¿Estaba Sócrates irónicamente, pidiendo que hicieran una ofrenda al dios de la salud cuando moría? ¿o no había ironía, sino que nos indicaba que la salud más importante era la del alma, que se logra con la muerte? ¿acaso había comprado un gallo a algún carnicero llamado Asclepio y se olvidó de pagarlo? Ninguna de estas explicaciones está a la altura de la solemnidad de su muerte.

La clave para entenderla está –me di cuenta hace unos días– no en el gallo, ni en Asclepio, sino en Critón. No en lo que pide, sino en a quién se lo pide. Critón era más amigo que discípulo. Lo admiraba como filósofo, pero lo quería más como persona. Habría sido amigo de Sócrates, aunque éste fuera panadero. Casi de la misma edad, siempre estaba tratando de ayudar a Sócrates con sus muchas riquezas. Pero, claro, Sócrates siempre rechazaba –casi hasta que despreciaba– su ayuda. Critón tenía dinero para ofrecerle, que era justo lo que Sócrates menos valoraba. Unas semanas antes, había sobornado al guardia para que dejara escapar a Sócrates. Le rogó que lo hiciera, pero Sócrates rechazó la oferta. Un rato antes de la muerte, le preguntó como quería que él ayudara a sus hijos, Sócrates no le pidió nada especial. Le preguntó cómo quería que lo enterraran, Sócrates le dice con indiferencia que haga lo que quiera.

Hay algo de soberbia en el desprecio de Sócrates a Critón. Hay algo de soberbia en toda la obra maestra de su muerte. Muere como un superhéroe. Ayudando y sin pedir ayuda. Eso le gusta a los discípulos, pero no a Critón, no al amigo.

Una vez concluida la obra, con la cara ya tapada, Sócrates habrá percibido que Critón no estaba en paz. Y se dio cuenta por qué. Critón está desesperado por hacer algo por Sócrates, por sentirse útil. Y Sócrates no lo dejó. Por eso, se destapa la cara y le dice: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio, no te olvides de pagarlo”. Le da un encargo. Lo hace sentir útil. Ahora sí Critón está tranquilo, y Sócrates muere en paz. Ahora entiendo que estas últimas palabras no estropearon su obra maestra, llevaron su perfección a otro nivel.

A veces, lo que el otro necesita de nosotros es simplemente que lo necesitemos.>>

Existe otra interpretación de este acontecimiento, es la que le escuché a Antonio Escohotado:

<< 20 años antes caminado, pasando por el altar de Esculapio o Asclepio – dios de la medicina – Sócrates dijo que todas esas ofrendas al dios no sirven de nada. Y el terrible bocazas de Critón le dijo: – Veremos si el día de tu muerte mantienes las mismas palabras. Sócrates respondió: – si tu tienes razón, le debo un gallo a Esculapio, si yo tengo razón se lo debes tú.>>

Escohotado nos enseña un significado mucho más profundo de la ironía a la que se refería Sócrates. Además nos enseña que Sócrates hizo énfasis en: morir como un perro enroscado, se tapó con una sábana y no quiso nadie le viera el rostro al morir.

Aún así la primera interpretación es diez mil veces más bella, elevada y profunda que cualquier ejemplo de esta época.

Sócrates enseñó hace más de dos mil veintidós años que ante la presencia terrible de la muerte, los remedios del hombre no son más que vagos paliativos; la muerte no tiene remedio, las vidas extraviadas tampoco, los ideales rotos menos. El humano que no cuestiona todo lo que ve está condenado a creer lo que los otros indican, mandan, aspiran.

Desde Sócrates no desde Marx se le debe decir que no a la ideología dominante. Existen situaciones en las que de nada sirve tener dinero como la muerte, es fundamental para el hombre entender que si existe un Dios no tiene reservados mejores lugares, que las reglas del mundo comercial no son eternas, que la narcisista aspiración de la recompensa llamada inmortalidad es un supuesto del ego y un eco de la vanidad. Respecto a la muerte podemos saber que existe e inventar alguna creencia sobre concepto tan complejo.

Habrá que congraciarse y enfrentarse al naufragio, a la tormenta, al abismo. La vida es abrumadora y pesada para el ignorante y para el sabio, para el marinero y el capitán, la belleza del universo se construyó probablemente sobre un caos incognoscible, el destino siempre será el misterio insondable. La vida es como un barco en medio del océano cuya profundidad es inaccesible, el barco es la conciencia, el agua de profundidad insondable es la realidad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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