¡NADIE DEBERÍA MORIR EN DICIEMBRE; NADIE!

El maestro Antonio Villalobos conserva los diarios de la señora María Guadalupe Nieto de Dosamantes. Son unas libretas del tamaño de un cuarto de hoja de carta, sin dibujo alguno, de suave color beige, en perfecto estado de conservación. La escritura fluye uniforme, sin sobresaltos, aunque algunos fragmentos; unos pocos, resultan ilegibles. La señora Nieto le confió a su diario la muerte de mi abuela, cuya remembranza hizo el maestro para mí; para que en la escucha de algo ocurrido hace casi 78 años pudiera yo abandonarme en la bruma del tiempo perdido, los ojos muy abiertos.
Y dice: “Tenía una amiga, Consuelo Sahagún, y ella cumplía sus bodas de plata en enero de (19)45, pero siempre que platicábamos de ellos, ella me decía que quien sabe si no llegare, pues aunque se veía muy bien, padecía del corazón, y yo en cambio tenía mucho alboroto y le pedía a Dios llegar y festejarlos tal como yo me había forjado en la imaginación, por supuesto (ilegible) y para la navidad fue la cena en nuestra casa de Aguascalientes. Nos reunimos ocho matrimonios”.
Permítame aquí hacer una pausa para señalar que probablemente estuvieron presentes Monsieur Henri Castaingts y su esposa, la señora María del Carmen Teillery, el doctor Carlos Aguilera de Anda, que vivía en uno de los chalets de Venustiano Carranza, hoy lastimosamente convertidos en antros, y que será mencionado en el relato, y el señor Antonio Garza Elizondo y su esposa, la señala Amanda Guerra. En cuanto a esta última pareja, lo sé porque Antonio Garza Guerra, hijo de este matrimonio, me contó que había escuchado el relato en casa.
Sigo con la narración. Dice la voz de la señora Nieto: “Nos reunimos ocho matrimonios. Cenamos muy contentos, después repartimos los regalos que estaban en el árbol, pues todos nos regalamos y luego empezaron a arreglar la mesa para jugar baccarat, y se subió al baño mi amiga Consuelo con otra amiga, Carmela, y mi prima Queta, y al rato oímos unos gritos y estuvimos todos y en la escalera de mi casa estaba Chelo como desmayada.
La acabaron de bajar entre su esposo y el doctor Aguilera y el doctor me dijo muy quedito: está muerta. Yo sentí como una puñalada, pues fue algo terrible. Le hicieron la respiración artificial, le pusieron inyecciones para el corazón, llamaron al padre, a otros doctores, a sus hijas, que estaban en otra fiesta, pero todo fue inútil.
Nos pusimos a rezarle y a llorar. Luego la llevamos a su casa, la amortajamos y velamos y al día siguiente fue su entierro.
Yo estuve unos días con una cara fatal y nerviosa, pues aparte de que la quería, fue una impresión muy fuerte, y más por ser en mi casa. Algunos días no pasé por la escalera. Luego Miguel me llevó unos días a México y luego me sobrepuse, pues tenía que seguir viviendo…”
Hasta aquí el recuerdo de la señora Lupita Nieto. Por su parte el maestro Villalobos, agregó que a partir de entonces “ya casi nunca pasaron ahí navidad. La pasaron, o con los Castaingts o en un hotel que fundaron: el Campo Turista San Marcos. Se reunían en un salón al que le decían el hangar, porque tenía esa forma”.
Pero el asunto no acaba ahí… Como señalé, mi entrevista con el maestro Villalobos ocurrió el 10 de enero anterior, pero después, el 22 de agosto, trabajé en el archivo histórico del Instituto Cultural de Aguascalientes, que se encuentra perdido allá lejos, en la parte noreste del Museo Espacio. Su directora, la estudiada doctora Calíope Martínez, me mostró el lugar –algún día le platicaré ampliamente de este espacio-. Ahí encontré una colección del periódico “La provincia” –quizá unos 30 ejemplares-, un rotativo de la década de los años 40 del siglo anterior. Tuve una corazonada, por lo que rápidamente revisé. Ahí estaba la noticia, en la edición del 28 de diciembre de 1944. “Repentinamente murió estimable dama”, decía el encabezado -¿y cómo no iba a ser estimable, si era mi abuela!-.
De la nota rescato lo siguiente: “Pero cuando la alegría se desbordaba entre todos los invitados, o sea a la una y cincuenta de la madrugada, la señora de Sahagún se quejó de cierto malestar, el cual se le acentuó más cuando tocaba los últimos peldaños de la escalera al dirigirse hacia la planta baja del edificio, en cuyos momentos (sic) se desplomó sobre el pavimento.
No obstante las rápidas gestiones para que se le atendiera, la señora de Sahagún dejó de existir, dándose el caso de que mientras esto ocurría, sus hijitas se encontraban en una fiesta que se diera en la casa del Sr. Ing. Talamantes”, etc.
Por lo pronto, y así como para rematar la impertinencia de mis palabras; de mis deseos, y en desafío de la lógica y la naturaleza, he intentado pactar con la muerte una tregua decembrina; una tregua… Así como hacen las potencias en beligerancia, como se dice que hicieron aquellos jóvenes soldados británicos, franceses y alemanes, en la navidad de 1914, desconocidos entre sí, que en algún lugar de Francia salieron de sus trincheras, del lodo y la inmundicia, salieron a la intemperie y conversaron y compartieron alguna comida; alguna bebida, y quizá rieron y recordaron a sus familias allá lejos de donde los políticos los habían enviado, para luego volver a la matanza. Así intento hacer con la muerte: pactar que nadie de la gente que amo me sea arrebatada en diciembre. Pero La reina de las sombras guarda silencio, se queda agazapada en mi corazón, displicente, como si no escuchara semejante clamor. O bueno… Sí me habló; me contestó, pero olímpicamente ignoró mi pedido y más bien se refirió a otra cosa. Me dijo al oído: “Te llamarás Olvido; ese nombre te doy”. Entonces soñé mi epitafio, helo aquí: “Hoy soy recuerdo; muy pronto seré olvido”. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).