PAUSA con Oswaldo Barra Cunningham

Saludo desde esta muy alta tribuna -alta porque su materia prima es la palabra, la reflexión y el diálogo, y tribuna porque, como afirma el diccionario de la RAE, es esta una “plataforma elevada desde la cual se lee o perora en las asambleas públicas o privadas, y, por ext., cualquier otro lugar desde el cual se dirige el orador a su auditorio”, justo como ocurre con esta, mi casa editorial, El Heraldo de Aguascalientes, ambas cosas (lo de alta y lo de tribuna). Entonces, digo que saludo desde esta tribuna, que es centro de reunión, espacio para el encuentro reflexivo y silencioso en el que se comparten las diversas visiones de la ciudad y del mundo, se ofrece información y se discuten temas de interés o carentes de él, pero en todo caso entretenidos –como esta columna, o al menos eso espero-… En fin, que desde este estrado saludo al señor Raúl Tiscareño, que ejerce el nobilísimo oficio de bolero a un costado del Teatro Morelos, exactamente donde hacen frontera el Patio Contreras y la Plaza de la Convención, y que el pasado viernes 17 cumplió la tierna edad de 65 años (tierna considerando que es la misma que tengo. O sea que tiene don Raúl, tenemos, toda la vida por delante.
Puede usted recibir este servicio de lustre en su calzado, imprescindible para entrar con decoro y sin vergüenza en cualquier lugar, al tiempo que mantiene con el maestro bolero una conversación ilustrada y amable. A manera de valor agregado, su bolería –increíble que la palabra no aparezca en el diccionario de la RAE- ofrece el espléndido paisaje de un cachito de la urbe, el Teatro Morelos, la catedral y hasta el águila en eterna lucha con la serpiente.
Siempre he creído que una bolería es, señora, señor: como una butaca en el gran teatro del Mundo, en el que todos vivimos nuestro drama (o comedia, o farsa, o tragicomedia. ¿Qué es lo que vive usted?). Por ahí pasamos todos, chicos y grandes, hombres y mujeres. Transitamos con nuestras prisas o calmas, y si nos montamos en el asiento de la bolería, entre los aromas industriales de la grasa, podemos observar cómodamente este despliegue de vida, y si la bolería está en una peluquería, el maestro bolero puede enterarse de cosas por demás interesantes, aunque ciertamente hace mucho que no veo a un bolero en la peluquería.
En fin. La conversación que tuve con don Raúl el viernes pasado, me recordó lo que escribí hace ocho días en esta tribuna, sobre lo que haría yo junto con el historiador Adrián Sánchez dentro de poco más de tres meses –transcurrió una semana más-, esto de sentarme en una banca de la plaza y esperar que alguien requiera una crónica, escribirla y recibir a cambio un estipendio, (que por cierto el licenciado Sánchez ya me anunció que se llevará un capote para improvisar una escuela de toreo). Pues bien: ahora agregaré otra actividad que, estoy seguro, me será muy productiva y gratificante. También me dedicaré a conversar con gente mayor, personas que me aporten algo valioso para compartir con usted; que disipen las nubes de la ignorancia que me acompaña desde que vi la luz primera.
Precisamente, una de las cosas más gratificantes que me ofrece este oficio de cronista, que ejerzo con una gran pasión, aunque con pobres resultados, es la posibilidad de establecer contacto con esta clase de personas. El asunto ocurre de la siguiente manera: escribo sobre algún tema determinado, los murales del Palacio de Gobierno, por ejemplo, o el templo del Señor de los Rayos, que son los temas que traigo entre manos ahora, junto con algunos eventos de la pasada Feria de San Marcos. Alguien me distingue con su lectura; alguien que de una u otra forma se relaciona con el asunto que estoy tratando, y que tiene la bondad de escribirme y hacerme un comentario que amplía mi conocimiento sobre aquella cuestión. Entonces me comunico, hacemos una cita, me apersono y platicamos, tomo notas, fotografías….
Como digo, es el caso de los murales del Palacio de Gobierno, de cuyo autor, el chileno Oswaldo Barra Cunningham se cumplió el 4 de febrero anterior el centenario de su nacimiento. Entonces, con este pretexto he estado reproduciendo en este espacio una entrevista que le hice a Barra en 1989. También he publicado en mi página de Facebook (Carlos Reyes Sahagún. Cronista del Municipio de Aguascalientes) fotografías de fragmentos de los murales, acompañados con algún comentario sobre lo que me dijo el pintor.
Este asunto me llevó a dos personas, sobre las que le contaré en esta y otras entregas. Me refiero al licenciado Gabriel Villalobos Ramírez, personaje de amplia prosapia en la comunidad, que conoció y trató al pintor y la señora Irma López Lozano, que posó para él. A ella me referiré en primer término.
De entrada me concentré en el mural de la Feria de San Marcos, dado que este año se cumplen 60 de que fue pintado. Comencé con la parte izquierda, donde está la jugada, la lotería, y una pequeña rueda de la fortuna. El joven sociólogo Daniel L. López vio la foto y su comentario, y me escribió para informarme que uno de los niños que aparecían en la rueda de la fortuna, era su mamá. En total se ven cinco infantes en el volantín, los que están en primer plano son hermanos, el de la izquierda, con una paleta en la mano, se llama Gustavo, la de la derecha es la ahora señora Irma López Lozano, de pantalón rosa y blusa blanca. Desde luego el asunto me interesó, por lo que hice contacto con Daniel, quien me consiguió la entrevista con la señora. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).