RIP LA FIESTA DE MUERTOS

En un profundo artículo no exento de humorismo Rafael Pérez Gay señalaba hace unos días la conseja de que los mexicanos toman la muerte como motivo de juego. El duelo es terrible y la ausencia irremediable. Quien lo ha vivido lo sabe y no lo desea para nadie. Sin embargo se ha propalado esa conseja a partir de elementos lúdicos que para nada significan tomar a la ligera la muertes ni minimizar su impacto demoledor en los deudos.
De un tiempo, poco, a ésta parte se ha mixtificado en tal forma la tradición de la celebración del día de muertos, que era motivo de devoción, recogimiento, recuerdo amoroso y expresiones de cariño para el difunto y tristeza por su ausencia, que prácticamente resultan irreconocibles los festejos que, como la Semana Santa, se ha tomado como pretexto para la diversión, que ésta no tiene nada de malo, pero en mi opinión suplanta la tradición terminando con los lazos de identidad que nos identificaban como nación.
Hace algunos años en compañía de algunos amigos en el entonces Distrito Federal y encabezados por el Padre Xavier Argüelles O.P., de la parroquia universitaria, nos fuimos de paseo a Tepoztlán, después de la obligada visita al Tepozteco y al convento, caminábamos por el centro del pueblito cuando atrajo nuestra atención una especie de pequeño convite, por delante una banda tocando música festiva, dos coheteros lanzado al aire sus varas, aluego unos aguadores cargando latas alcoholeras adornadas con papel de china, con un líquido que luego identificamos como pulque, tras ellos un hombre joven, cuarenta años a lo sumo, cargando un pequeño ataúd blanco y tras él un grupo de mujeres, hombres, niñas y niños, todos tristes, todos compungidos. Nos impresionó tremendamente el contraste entre la música y los cohetes, por supuesto con un significado tradicional, llamar a las puertas del cielo, anunciar la llegada de un angelito, y las expresiones de tristeza del grupo, particularmente la del padre que derramaba copiosas lágrimas con su pesadísima carga al hombro.
En Nochistlán Zacatecas, tuve la tristeza de acompañar al panteón a un pariente, sobrino adosado o real de mi mamá, que para el caso es lo mismo, muy cercano a nuestro afecto, cercanía que se apretó más, durante la pesada y triste enfermedad de su hija, que celebró sus quince años en el hospital, aquejada por un cáncer que al final nos la arrebató. Pocos meses después murió el papá y fuimos al velorio, las exequias y el sepelio. En el panteón de Nochistlán coincidieron dos cortejos fúnebres. Ambos a la usanza del pueblo llevaban su música, el otro con música de cuerda, el nuestro con mariachi, para no interferirse los músicos acordaron tocar una y una. La música no era para festejar sino para acompañar la tristeza con lo que era del gusto del difunto. Nada de alegría, ¡mentiras! Tristeza pura y recuerdos acompañados con la música y sí, uno que otro trago de licor, por solidaridad no por jolgorio.
En poblaciones indígenas he tenido la oportunidad de esta en ocasiones de la festividad de los muertos, en las que sus ofrendas poco tienen que ver con las que ahora se estilan, hechas con recetas inexplicables en un pueblo de indios. Las mixtificaciones que ahora se estilan, hablan de incorporar al altar (la ofrenda) papel de china, elaborado seguramente con el procedimiento tradicional de los purépechas, licor destilado según el método que los árabes aprendieron de los coras, rezos que los indígenas enseñaron a los monjes conquistadores, sal para evocar a los eméritos romanos que recibían sus salarios, y una serie de supercherías que nada tienen que ver con los rituales indígenas, menos aún con los “altares de muertos” que se originaron en la capital de la república en el siglo XIX.
Leía hace poco que la mexicanización de las celebraciones indígenas, (hay que recordar que México existe a partir de la conquista, antes eran una serie de pueblos enemistados o amistados entre sí, que no formaban un país). Pasada la revolución de la Cristíada, creo que la única verdaderamente popular, expulsado (es un decir, Cárdenas le mandó al ostracismo) Plutarco Elías Calles, con el ánimo conciliador Tata Lázaro conocedor de las tradiciones de los pueblos michoacanos incorporó en un sincretismo saludable las prácticas de unos y otros, así como creo un arte nacionalista que se salvó de no quedar en lo panfletario por los muchos y muy buenos artistas que participaron.
En Aguascalientes no se acostumbraban los altares u ofrendas de muertos, la Calavera Garbancera no era un símbolo de la muerte, su popularidad surgió hace pocos años y por alguna razón comercial publicitaria, vino bien para incorporarse con relativa facilidad a un festejo totalmente pagano que ha redituado buenas cuentas a la política y al comercio. Tanto así, que se han multiplicado los festejos estilo Hollywood y Walt Diney, mescolanza de elementos de diversas culturas que no tenían en común más que las fechas de la celebración. Nada que recuerde la mexicandad, una feriecita sanmarqueña con una romería laica, en la celebración conviven brujas, fantasmas, frankesteins, lloronas, catrinas, chamuchos, momias y toda clase de personajes de la tradición, la leyenda, las sagas nórdicas, las costumbres europeas, las celebraciones inglesas y norteamericanas, personajes de carnaval, payasos blancos y negros, calabazas, escobas, dulce o broma, las películas de Disney y ultimamente las de James Bond, etc., etc., una auténtica capirotada.
Entiendo la necesidad de la diversión, especialmente luego de una época traumática como fue la de la pandemia, poco más de dos años de tensión, miedo, tristeza y esperanza. Comprendo que se necesite olvidar, aunque sea por un rato, la deplorable situación del país, la inseguridad y violencia, que de plano ya se asentó también en nuestro estado, por obra y gracia de los grupos delincuenciales que reciben abrazos a cambio de sus maldades, pero pienso que por cohesión nacional y por unidad estatal, sería deseable que al margen del gusto y el regusto de la fiesta, se procurara conservar las tradiciones, respetar la paz de los panteones y no utilizarlos como escenografía, liberar los espacios para el culto a los difuntos, fomentar los actos y eventos con raíces auténticamente populares que, podrían ser finalmente signos de identidad y elementos para una fusión.
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