Avances históricos contra la discriminación de los animales no humanos
«La idea de que algunas vidas importan menos, es la raíz de todo lo que está mal en el mundo».
— Paul Farmer
Decía Albert Einstein que «Todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso el universo de cada uno, se resume al tamaño de su saber.» Lo cual no garantiza aplicar el conocimiento pues a veces “sabemos”, pero no queremos dejar nuestra “área de confort”, nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestras actitudes, aun cuando haya evidencia que estas nos están destruyendo, así como hemos destruido nuestro entorno, como es el caso del calentamiento global, o la extinción de especies https://www.facebook.com/watch/?v=2084886708206325 por mencionar sólo algunas, lo cual, no nos libera de la responsabilidad de nuestras acciones.
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Algunos piensan que mientras haya tanto sufrimiento humano en este mundo, es irresponsable perder tiempo y energía en los animales, pero, si presenciáramos un accidente, estaría fuera de lugar decir: «¡Desgraciadamente no puedo ayudar, porque en otra parte hay accidentes mucho más terribles!» Ética y cívicamente, sabemos que debemos actuar y ayudar, donde nos encuentre el dolor e injusticia.
La especie humana es tan sólo una de las 40, 6oo especies de vertebrados que existen en la naturaleza. Muchos estudios según se mencionarán en las siguientes líneas, han demostrado la igualdad esencial biológica entre seres humanos y animales, por lo que es inconcebible que todavía el ser humano del siglo XXI, continúe adoptando la anacrónica actitud de superioridad para utilizarlos, explotarlos y esclavizarlos a su conveniencia.
La compasión nace del reconocimiento de que en existe el sufrimiento, y ese padecer nos importa y afecta generándose empatía, pero más allá de ésta, conlleva a la intención y la motivación para aliviarlo o prevenirlo en un futuro, las siguientes líneas resumen algunos de los muchos intentos que se han teorizado para desaparecer la discriminación animal.
I Primera ola.
Este no es un tema nuevo. Desde la antigüedad hasta nuestros días, el ser humano ha pensado sobre su relación con los animales. El primer indicio en la historia de un “enfoque animalista” procede del Extremo Oriente donde, contrariamente a la tradición de Occidente que desvirtúa y desprecia nuestra relación con los animales; las filosofías budistas y afines ya enseñaban hace más de veinticinco siglos, doctrinas de no violencia y de apego a la vida de todas las criaturas. Hammurabi, fundador del primer imperio babilónico, creo su famoso código, representa uno de los textos jurídicos más antiguos, contiene prescripciones que atañen a la protección, trato y utilización de los animales.
- Artículo 225. El médico del buey o del burro que a través de su operación haya causado la muerte del animal, deberá pagar una quinta parte de su precio al propietario.
- Artículo 245. Si un hombre rentó un animal y por negligencia o golpes le causa la muerte, deberá entregar un buey vivo al propietario.
- Artículo 254. Si el locatario puso a los bueyes a tirar de una carreta y lo fatigó, deberá dar al propietario la cantidad de trigo que recolectó.
- Artículo 267. Si no se cuidó de los animales durante la ingesta de alimentos y se ocasionó una enfermedad, el locatario deberá entregar al propietario un animal sano.
De esta manera se pretendía que los animales fueran cuidados, principalmente los bueyes, porque eran utilizados para los trabajos esenciales de la vida del hombre. Estos pasajes testifican la preocupación por no fatigarlos, por no someterlos a lo que hoy llamamos malos tratos y por evitar su utilización abusiva o su muerte por negligencia, aún cuando el resarcimiento del daño, fuera para los propietarios y no para los animales, las verdaderas víctimas de los abusos humanos.
Estos pensamientos de la India y Persia se transmitieron hacia el oeste y llegaron hasta la antigua Grecia. Los filósofos Pitágoras y Empédocles, entre otros, se declaraban a favor del respeto hacia los animales por ser de nuestra misma naturaleza. Sus reflexiones criticaban el trato abusivo, sosteniendo que la brutalidad y el maltrato con los animales eran una muestra de crueldad de parte de los seres humanos, preguntándose por la naturaleza misma de esta relación desigual.
No son hombres mediocres, sino grandes y sabios, Pitágoras y Empédocles, los que declaran que es una misma la naturaleza de todos los seres animados, y reclaman que se amenace con penas implacables a los que hagan daño a un animal, pues es un crimen el dañar a un bruto. .
— Cicerón, de República, III, 19
Después de los griegos, la crueldad, el maltrato, y el absoluto desprecio por los animales, fue la tónica dominante de la mayoría de los pueblos que pasaron por Europa, como los romanos, que utilizaban animales salvajes en los anfiteatros para luchar contra los gladiadores mientras el público se regocijaba con la sangre.
Entre el año 1000 y principios del S. XVIII, la superstición, la ignorancia, la crueldad, y la barbarie, llevó a miles de gatos a la hoguera, y la población de lobos de casi la totalidad de Europa fue esquilmada, por su identificación con la brujería. También existían espectáculos públicos degradantes en los que se torturaba, mutilaba, y humillaba a animales: peleas de gallos, peleas de perros, peleas de toros con perros bull-dogs, azuzamientos de osos con perros y muchas más atrocidades. Durante la Edad Media no encontramos registro más allá de las enseñanzas de San Francisco de Asís, que, en virtud de la piedad cristiana, llamaba a no maltratar “innecesariamente” a los animales.
Segunda ola
Fue hasta bien entrado el S. XVIII, con la llegada del pensamiento ilustrado, cuando las cosas empezaron a cambiar.
En 1751 un artista llamado William Hogarth publicó una serie de grabados (Las cuatro etapas de la crueldad) que se centraban en las brutales consecuencias de la crueldad hacia los animales.
Surgieron diversos ensayos como la Dissertation on the Duty of Mercy and Sin of Cruelty to Brute Animals (1776) de Humphrey Primatt, o Introduction to the Principles of Morals and Legislation (1780) de Jeremy Bentham, quien dedica un capítulo completo a la cuestión de los animales como sujetos de derecho.
En 1809, un grupo de destacados habitantes de Liverpool creó la Sociedad para la Represión de crueldad gratuita hacia los animales.
En 1822, culminándose una cada vez mayor corriente de reacción contra los espectáculos degradantes, se promulga en Inglaterra la “Ley del Parlamento Británico contra la crueldad” o “Ley Martin”, propuesta por Richard Martin, que prohibía el maltrato a los animales de tiro y otros espectáculos como las peleas de gallos.
La primera asociación protectora de animales fue propuesta por William Wilberforce y Thomas Fowell Buxton, aunque no se fundó sino hasta 1824, por Arthur Broome junto con Lewis Gompertz (autor de Fragments in defence of animals), llamándola la Society for the Prevention of Cruetly to Animals, en Inglaterra. En 1835 la agrupación recibió el apoyo de la princesa Victoria, y en 1840, luego de subir al trono, ella misma dio la autorización para utilizar el término honorífico Real en su denominación (Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales). Le siguieron una en Holanda y otra en Alemania (Baviera), y en 1846 fue fundada, por el doctor Parisot, la Société Protectrice des Animaux en París, Francia. En EUA, George Angell, (1868) fundó la Massachusetts Society for the Prevention of Cruelty to Animals.
El 2 de julio de 1850 fue votada en la Asamblea la ley Grammont, que preveía “una multa y/o el encarcelamiento de uno a quince días a quienes ejerzan públicamente y de manera abusiva malos tratos hacia los animales domésticos.
En Francia, Michelet escribió: “El cristianismo tiene a la naturaleza animal a una distancia infinita del Hombre […] la triste excusa del Hombre es que él mismo no es mejor que la bestia”. Víctor Hugo dejó plasmada su piedad hacia los animales en su poema de 162 versos “Le crapaud” (El sapo) y en “Après la bataille» (Después de la batalla) y “Les pauvres gens” (La pobre gente). Empezó con ellos un movimiento a favor de los animales, retomado más adelante por Georges Clemenceau (1841-1929).
Estos logros, junto con la aparición en 1859 del libro El Origen de las Especies de Charles Darwin en cuya teoría se deducía un continuo evolutivo y emocional existente entre los humanos y los animales, culminaron en una nueva ley británica, la “Ley de 1876 sobre la Crueldad para con los Animales”, que regulaba la experimentación animal y prohibía a los cirujanos ingleses que se entrenasen con animales. De este período proceden, figuras como Frances Power Cobbe y su Darwinism in Ethics (1872), Edward Byron con su The right of an animal. A new essay in Ethics (1879) o Henry Stephen Salt con Animal rights considered in relation to social progress (1892). Salt argumenta que los animales deben tener derechos más allá del mero bienestar y defiende la vida y la libertad tanto de los animales domésticos como los salvajes, haciendo una fundamentada crítica a la matanza de animales para ser convertidos en alimento, y a las prácticas como la experimentación, la caza y la peletería. Todos estos hechos relatados hasta aquí, fueron inmensos esfuerzos proteccionistas para cambiar la situación de los animales. La siguiente gráfica ilustra la evolución de las sociedades protectoras de animales europeas antes de 1869.
Tristemente, la importancia de la preocupación de las clases dominantes por ‘proteger’ su fuentes de trabajo, que incluía a los animales, fue la causa de las primeras movilizaciones de protección animal.
Tercera ola
Tras un largo período de desinterés y esterilidad argumentativa en torno a la cuestión de los derechos animales, la temática del animalismo reaparece bajo la forma de un tercer despliegue, el nacimiento de lo que se ha dado en llamar actualmente como el movimiento animalista.
En la década de los ’70 del siglo XX la filosofía y la ética práctica comienzan a preguntarse de manera sistemática por el estatus del hombre en el mundo y su relación con los animales no humanos, siendo el tratamiento que damos a los animales una de las preocupaciones emergentes de la filosofía moral actual.
Así, Fernand Méry funda el Consejo nacional de la protección animal en Francia, y el panfleto homónimo escrito por el psicólogo inglés Richard Ryder, en 1970 es la primera obra que utiliza el término “especismo”; En 1971, Stanley y Roslind Godlovitch y John Harris publican Animals, men and morals: an inquiry into the maltreatment of non-humans, uno de los primeros «trabajos serios sobre los derechos de los animales desde Los derechos de los animales considerados en relación al progreso social de Henry S. Salt». También se funda Greenpeace en Canadá.
Peter Singer define el especismo en su obra Liberación Animal (1975) como «un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”.
En 1976 Andrew Linzey vuelve a presentar críticamente el concepto desde un punto de vista religioso en su Animal rights: a Christian perspective. Mismo año Henry Spira protesta contra la experimentación animal en el museo de Manhattan, se crea la The Charte de l’animal (Animals Charter) y la ROC, the Rassemblement des Opposants à la Chasse (Federación anti cacería en Francia).
En 1977 la Liga Internacional de los Derechos del Animal adopta la «Declaración Universal de los Derechos del Animal», declaración que posteriormente será aprobada por la UNESCO y la Asamblea General de la ONU.
En 1980 en EUA, surge PETA, People for the Ethical Treatment of Animals.
En 1981, Bernard Rollin publica Animal rights and human morality, donde argumenta que la existencia de sistema nervioso es causa necesaria y suficiente para que un individuo tenga necesidades, deseos, objetivos, propósitos y por lo cual los animales no humanos, tienen intereses.
En 1983, el filósofo norteamericano Tom Regan publicó su obra The Case for Animal Rights que no solo se basa en la capacidad de sentir de los animales― sino además en la condición de todos los seres sintientes de constituirse como “sujetos de una vida”, capaces de manifestar autoconciencia y una vida psíquica que enriquece su experiencia personal e individual. Desde este contexto, los animales no sólo son capaces de evitar el dolor, sino que, como animales sociales, también buscan estados de bienestar y placer.
En 1991 Bernard Rollin en su libro El grito desatendido: conciencia animal, dolor animal y ciencia, critica la actitud e indiferencia de los científicos para con el dolor y sufrimiento de los animales de laboratorio, además de ser pionero en introducir los principios éticos y filosóficos en los programas de estudio de las escuelas veterinarias en su país.
En 1993, Peter Singer, Jane Goodall (gran investigadora de los chimpancés en libertad), y otros autores, suscribieron el Proyecto Gran Simio, una declaración que reconoce al menos los derechos más básicos para los animales “evolutivamente” más próximos a nosotros: chimpancés, gorilas, orangutanes, y que contempla su derecho a la vida, la protección de su libertad, y la prohibición de su tortura.
1995 Beyond prejudice: the moral significance of human and nonhuman animals, escrito por la filósofa Evelyn Pluhar, da un paso sustantivo en la defensa de los derechos animales y de las capacidades emocionales cognitivas a partir de la idea de «significancia moral» y al rechazar los argumentos antropocéntricos empleados en defensa del especismo.
El jurista norteamericano Gary Francione publicó en 1995 Animals, Property and the Law, donde hace una profunda crítica del especismo, arguyendo que la única manera de terminar con esta discriminación y sus prácticas institucionalizadas es aboliendo el estatus de propiedad de los animales no humanos. Analizando críticamente las medidas de “bienestarismo legal”. Francione plantea que los términos “sufrimiento innecesario” y “tratamiento humanitario” de los animales, perpetúan el especismo, por lo que la única manera de acabar con la explotación animal es la abolición de la consideración de los animales como cosas sobre las que se tiene propiedad. Arguye que mientras los bienestaristas responden a una visión antropocéntrica del mundo, defendiendo la utilización y el trato «humano» de los animales no humanos, los abolicionistas son, para muchos, los únicos que podrían reconocerse como genuinos antiespecistas, si bien aquí la amalgama de posturas en el seno de los mismos es significativamente amplia. Frente al «bienestar» de los animales, estos vendrían a proponer verdaderos «derechos animales». En su último libro Animals as persons. Essays on the abolition of animal exploitation d Animal rights: the abolitionlist approach, Gary Francione y Anne Charlton inclusive proponen un manifesto.
La sociología también ha hecho su aporte a la discusión por el estatus de los animales no humanos. En 2003 David Nibert, con su obra Animal Rights, Human Rights: Entanglements of Oppression and Liberation analiza la imbricación de la opresión de humanos y animales bajo el capitalismo, el sistema de vida de occidente, la sociología, la economía y el proceso de construcción social del especismo.
Speciesism (2004), de la escritora Joan Dunayer, redefine el término especismo como “una falla, en la actitud o en la práctica, al no conceder a cualquier ser no humano igual consideración y respeto”
Desde la vertiente de la filosofía política, encontramos la interesante postura de Robert Garner con The Political Theory of Animal Rights (2005), obra en que analiza las relaciones entre el estatus moral de los animales y el pensamiento político en general.
Ante tanta información, la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA, por sus siglas en inglés), inició hace unos años una campaña a favor del bienestar animal, difundiendo la Declaración Universal sobre Bienestar Animal (DUBA), la cual es un acuerdo entre las personas y las naciones para reconocer que los animales sienten y pueden sufrir, las necesidades de bienestar de los animales deben ser respetadas y la crueldad animal debe ser erradicada (WSPA; 2008) Firmado por SENASICA DUBA a finales de 2010. Aunque no deja de ser una postura especista y por ende de explotación.
Cabe resaltar que el especismo consiste en discriminar a los animales según una catalogación de conveniencia que nos ha sido transmitida de generación en generación. En ella, el ser humano está en la cúspide y el resto de los animales se suceden a continuación: primero los animales considerados de compañía, luego los animales considerados salvajes, después los animales considerados de granja y, por último, los animales considerados plagas
Donaldson y Kymlicka, (2011) en su libro Zoopolis, proponen relaciones que no solo estén libres de maltrato, sino en las cuales sea posible el respeto, la convivencia e incluso, en algunos casos, la amistad y la ayuda mutua, incluyendo animales silvestres.
En 2012 surge “La Declaración de Cambridge sobre la Consciencia de los Animales no Humanos”, un manifiesto firmado por neurocientíficos de prestigio que se reconoce la conciencia de los animales no humanos.
En resumen, podemos observar que el tema sobre el respeto a la vida animal tan necesario, se ha alimentado en los últimos tiempos por la ciencia y la ética filosófica que ha propiciado una discusión más amplia en el espacio público entre activistas a favor de los animales, juristas, veterinarios, etólogos, ecologistas, etc. En esta discusión parece haber solo dos opciones: liberación (abolicionistas) o bienestar animal (especistas). En el primer caso, se trata de dejar de emplearlos como instrumentos para el beneficio humano, esta opción condena como incorrecta cualquier forma de relación entre humanos y otros animales ya que, hasta ahora, ha sido una relación de abuso. En el segundo caso, se acepta el uso de los animales, siempre que estén libres de crueldad y ofrezcan unas mínimas condiciones de vida justa; una opción que la mayoría de las veces ha acabado introduciendo solo mínimas mejoras en el trato a los animales para continuar justificando su salvaje y sádica explotación.
La situación de los animales en nuestro país en general no es buena, es alto el registro de maltrato tanto en aquellos destinados al abasto, al trabajo, para exhibición, entretenimiento, investigación o los de compañía, la mayoría carecen de alojamientos acorde a su especie y tamaño, viven en espacios o jaulas reducidos que no les permiten cambiar de posición ni desplazarse; o permanecen completamente aislados, confinados e imposibilitados para expresar su comportamiento, desarrollando como consecuencia conductas patológicas. Es necesario recordar que ellos como los humanos, tienen derecho a una calidad de vida digna.
Actualmente se habla más de protección que de derechos, pero también se habla de la obligación del hombre a proteger a los animales. Una vez aceptados los derechos morales, los derechos jurídicos son fácilmente derivables “en la teoría”, pero en la práctica hay dificultades debido a la resistencia a crear leyes verdaderamente protectoras de animales o bien, a la falta de sensibilidad ética para hacer valer las leyes ya promulgadas.
Ana Romo- jaulericavida1@outlook.es